El salario mínimo no solo mejora los ingresos, sino que incluso aumenta la satisfacción laboral

Los salarios mínimos consiguen, tanto a corto como a largo plazo, mucho más que mejorar las finanzas de los trabajadores de bajos ingresos. Al menos así lo entiende un nuevo estudio realizado en Alemania, donde fueron así fijados en 2015. Todo parece indicar que estos impulsaron el bienestar general entre los empleados durante el horario de trabajo, trayendo consigo no solo mejoras en el ambiente laboral, sino también ayudando a la armonía en la vida de los empleados. El informe de investigación puede resultar un provechoso caso de estudio para los lectores en Estados Unidos, donde han venido calentándose los debates acerca de los efectos a largo plazo de un aumento del salario mínimo.
No era que los trabajadores alemanes no tuvieran protección alguna antes de 2015: es solo que el viejo sistema que usaban consistía en una negociación de los salarios entre los sindicatos y los empleadores antes que en una decisión estatal. De hecho, este sistema todavía existe en numerosos países europeos, como es el caso de Dinamarca y Suecia. La colaboración activa –y altamente efectiva– entre los empleadores y los sindicatos, con el estado funcionando apenas como una suerte de árbitro, es una piedra angular del Modelo Sueco.
Si bien este sistema suele dejar algunos trabajadores desfavorecidos en franco desamparo, cabe consignar que fue enormemente efectivo durante buena parte de la postguerra, entregando aumentos salariales decentes y progresivos para la mayoría de los trabajadores. Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar en los noventas, cuando, en sintonía con las tendencias globales, los nuevos empleos comenzaron a reñir con la especialización. Esto provocó el aumento del número de alemanes en la zona baja de la escala salarial e incrementó los tipos de trabajo a tiempo parcial e informales. El viejo sistema, a su vez, funcionaba mucho menos en términos de proteger los derechos de este tipo de empleados, llevando, a la larga (y tardíamente), al estado a intervenir el sitio que, previamente, era ocupado por los sindicatos.
Incluso con mayores y mejores beneficios laborales que la mayoría de los trabajadores de bajos recursos en Estados Unidos, la tasa inicial de 8.50 euros la hora (9.7 dólares) no fue precisamente una gran suma. De hecho, su introducción fue tildada de “ horrible error” por los defensores del mercado libre, el cual, qué duda cabe, precipitaría la pérdida de empleo y los empleadores poco capacitados.
Dos años y medio después, este “error” no se ha materializado. Es más, el desempleo general ha disminuido, yendo de 4.2% a 3.9% entre mayo de 2016 y mayo de 2017. La cifra de jóvenes desvinculados del trabajo también decayó en dicho periodo, desde 7.1% del total de la fuerza de trabajo joven hasta 6.7%. Esto pudiera ser, sugiere el reporte, un resultado de que el salario mínimo provocara que los empleadores se concentraran más en incrementar la productividad de sus empleados, que en despedirlos. El volumen de trabajo por tanto ha crecido y han mermado las interrupciones, lo que indica que los empleadores están tomando más en serio el tiempo de sus empleados.
De acuerdo con el propio informe, esta mayor carga laboral está contrapesada por, y puede incluso contribuir a, una mayor satisfacción laboral. Habiendo encuestado, antes y después de aplicada la regulación salarial a un grupo de trabajadores de bajos ingresos, el estudio advirtió un modesto pero perceptible aumento en la satisfacción por el trabajo en sí, junto a un mejor balance entre la vida profesional y la privada. Los niveles de felicidad en el centro laboral no son excelentes, pero se han movido incuestionablemente en el sentido correcto.
El salario mínimo nacional en Alemania ha subido desde entonces a 8.84 euros, y regiones en específico pueden requerir tarifas locales más altas (el salario mínimo en Berlín, por ejemplo, subirá a 9 euros en agosto). Hasta ahora, tales incrementos parecen ser sostenibles y las inquietudes locales tienden a dirigirse a las insuficiencias en el establecimiento de los salarios mínimos, afectando, por ejemplo, a taxistas y dependientes de bares y restaurantes.
El modesto desarrollo nacional experimentado en materia de satisfacción laboral y retención de empleo puede, en sí mismo, no validar la decisión de que ciudades estadounidenses como Seattle estipulen mayores salarios mínimos. Aun así, no se debe perder de vista que aumentos salariales regulados han hecho que los empleadores, al otro lado del Atlántico, traten mejor que antes a sus empleados peor retribuidos.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.