Cómo eliminar el colegio electoral: el sistema que creó Hamilton contra demagogos y que le dio la victoria a Trump
En las elecciones presidenciales unas 300,000 personas más votaron por Hillary Clinton que por Donald Trump, según los últimos datos que se actualizan en tiempo real aquí (los completos no estarán hasta principios de diciembre). Pero aunque la candidata demócrata ganó el voto popular, el republicano será el presidente de Estados Unidos gracias a los votos del colegio electoral: 290 contra 228 (se necesitan 270 para ganar).
Los votos electorales son los que reparten todos los estados, que tienen un número asignado que varía según su población. Así los que más tienen son California, 55, y Texas, 38, y los que menos, Dakota del Norte, Dakota del Sur, Wyoming, Delaware, Alaska y DC, 3 cada uno.
Cada diez años, cuando sale el nuevo censo, se revisan esos números. Así estados como Carolina del Norte o Florida han ido ganando peso en las últimas décadas. Pero el número también tiene un punto de arbitrariedad más allá de la población. Cada estado tiene un voto extra independientemente de su tamaño.
Con este sistema, da igual ganar un estado por unos pocos votos que por muchos y eso explica la divergencia entre el voto popular y el voto del colegio electoral.
Una excepción
Aun así, este caso es poco habitual. Sólo en elecciones muy ajustadas el elegido gana en la suma de votos del colegio electoral y pierde en la de los votos populares. En tiempos modernos sólo ha sucedido una vez: en 2000 con George W. Bush contra Al Gore.
Las otras tres veces fueron en elecciones en el siglo XIX, menos comparables con la situación actual y con muchos menos votantes (las mujeres, por ejemplo, no pudieron votar en todos los estados hasta 1920).
Un antídoto contra demagogos
Los electores que representan a cada colegio electoral se reunirán este año el 19 de diciembre y sólo entonces, cuando voten, Trump será oficialmente el presidente electo que, el 20 de enero, será proclamado presidente y empezará su mandato.
El colegio electoral es, por tanto, un filtro más después de las elecciones y fue creado por los fundadores de Estados Unidos empujados sobre todo por Alexander Hamilton, el artífice del sistema de Gobierno del país y quien temía que un demagogo populista fuera elegido por los votantes y que la élite ilustrada no tuviera ningún recurso para pararlo.
Hamilton estaba obsesionado con la revolución sa y la reacción de los más radicales que habían llevado sus ansias democráticas a la violencia y a una nueva tiranía.
Hamilton escribió en The Federalist Papers que la Constitución debía asegurar que la Presidencia “nunca recaiga en manos de ningún hombre que no esté dotado con las capacidades requeridas”.
El objetivo del colegio electoral como expresión final de las elecciones era respetar “el sentido del pueblo” y a la vez asegurar que la decisión final quedaba en manos de “los hombres con más capacidad de analizar las cualidades necesarias para el puesto y después de circunstancias favorables a la deliberación”.
Hamilton incluso llegó a proponer a un “presidente vitalicio” pero que pudiera ser despedido si no demostraba “buen comportamiento”. Él pensaba en George Washington, pero su idea no triunfó porque los fundadores estaban ansiosos de acabar con la monarquía que les había gobernado hasta la independencia y la de Hamilton parecía sólo una versión refinada.
“Los padres fundadores estarían espantados con Trump. Es el tipo de persona que querían tener fuera de la Presidencia, tenían mucho miedo de los demagogos”, me explica Alexander Keyssar, profesor de Políticas de Harvard y que está escribiendo el libro Why Do We Still Have The Electoral College?
El profesor cuenta que los fundadores “no tenían un modelo para elegir a los presidentes” y que esta parte fue la que más les costó, fue lo último que acordaron en lo que James Madison describía como un verano de gran “fatiga”. Pensaban que no habría partidos políticos e imaginaban que esos electores serían una élite de personas muy preparadas y que se sentarían a debatir.
El elector infiel
Las reuniones del colegio electoral son ahora un acto simbólico y no hay debate. Los electores se juntan en el Capitolio de cada estado y entregan sus votos en papel ya escritos. No hay debate y los votos se mandan directamente a Washington, donde se cuentan en una sesión conjunta del Congreso.
Al menos en teoría, cada elector sigue teniendo un poder único aunque casi nunca lo ejerza.
Más de la mitad de los estados han aprobado leyes para castigarlos por ejemplo con multas si no respetan el resultado de las elecciones en su estado y votan por otro candidato. Pero incluso estas reglas pueden ser constitucionalmente discutibles, según explica Alex Keyssar.
Se llama “elector infiel” ( faithless elector) al que rompe la costumbre de votar por la persona que ha ganado las elecciones en ese estado. Pero el hecho es una rareza. La última vez que sucedió fue en 2004, cuando un elector de Minnesota votó por John Edwards, candidato a vicepresidente, en lugar de por John Kerry.
La rebelión más numerosa fue de más de una docena de electores de estados sureños, que no votaron a Kennedy en 1960 como habían hecho los votantes de sus estados.
En ninguno de estos casos, la rebelión de los “infieles” cambió el resultado.
Este año ya se sabe que puede haber un elector infiel, pero es uno que va contra Clinton. En octubre, un seguidor de Bernie Sanders llamado Robert Satiacum y del estado de Washington aseguró que no le iba a dar su voto a Clinton porque creía que no iba a apoyar los derechos de los indios americanos y la consideraba igual que Trump.
Al estado de Washington le corresponden 12 votos electorales. Si este elector cumple su promesa, Clinton sólo tendrá 11 después de ganar el estado por 18 puntos.
Satiacum dice que está dispuesto a pagar la multa que impone Washington de 1,000 dólares con tal de no votar a Clinton.
Ya se ha hecho hasta una petición a la Casa Blanca para que los electores del colegio electoral no apoyen a Trump en diciembre, pero la Casa Blanca la ha cerrado porque dice que viola sus términos de conducta. También hay peticiones en webs activistas como MoveOn.
Lady Gaga también ha promocionado en Twitter una petición en change.org.
If you feel scared about the current state of American politics and Whitehouse sign this petition: https://t.co/2K88hLD8hn
— #CountryOfKindness (@ladygaga) November 10, 2016
De momento, sólo en Georgia, un elector, Baoky Vu, dijo no votaría por Trump, pero después de eso dimitió.
En cualquier caso, si sólo se trata de algún rebelde aislado, esto tampoco alterará el resultado. Ahora, a falta de que termine el recuento, hay una diferencia de 62 votos electorales entre ambos.
Tendría que suceder algo extremo para que los electores eligieran a otra personas distinta de Trump en los estados donde ha ganado. No sucedió ni siquiera en 2000 en medio de una polémica única, cuando un voto del Tribunal Supremo paralizó el recuento de votos en Florida y dio la Casa Blanca a George W. Bush.
Trump tiene una multitud de querellas pendientes, entre ellas el fraude de Trump University y la de mal uso del dinero de su Fundación. En el caso de la Universidad el juez ha indicado que el caso se retomará a principios del año que viene, cuando Trump ya sea presidente electo o presidente.
Los intentos de cambiar el sistema
Keyssar es un defensor de la abolición del colegio electoral por ser un instrumento poco igualitario que además puede dar lugar a problemas de legitimidad y no respeta “el simple principio de la democracia de una persona, un voto”.
Ha habido muchos intentos de cambiar el sistema, casi desde que nació, con cientos de enmiendas introducidas en el Congreso para cambiar la Constitución. El proceso es complicado porque necesita el apoyo de dos tercios de las dos cámaras y tres cuartos de las cámaras de los estados.
El último intento más serio fue entre 1969 y 1970 cuando ambos partidos parecían estar de acuerdo. En ese caso, una enmienda estuvo a punto de conseguir los dos tercios necesarios en la Cámara de Representantes.
Es aún más difícil ahora que el colegio electoral parece favorecer a los republicanos.
“Me temo que los republicanos van a concluir que no hay incentivos porque les ha beneficiado dos veces en 20 años”, dice el profesor, “pero deberían pensar en 2004, cuando estuvieron a punto de caer del otro lado”. Entonces, si John Kerry hubiera ganado unas pocas decenas de miles de votos más en Ohio, podría haber conseguido sido presidente, con la mayoría de los votos electorales, perdiendo por unos tres millones el voto popular.
“Ahora la energía va a venir de los demócratas, pero no va a suceder hasta que se impliquen los dos partidos”, explica.
La opción que más avanza
Hay una vía paralela que se está impulsando desde las cámaras de representación de los estados para aprobar legislaciones locales que obliguen a los electores a votar por el candidato que más votos haya sacado en todo el país. Es un compromiso que proponen aplicar cuando haya el suficiente número de estados que respalden esta idea como para sumar 270 electores, el número necesario para ser presidente.
Ya hay 11 estados que han apoyado esta legislación, entre ellos California, que tiene 55 votos electorales, y Nueva York, que tiene 29. En total suman 165 votos electorales.
"No es un asunto partidista", defiende Patrick Rosenstiel, portavoz de la iniciativa que empezó en 2005. Desde entonces, la han aprobado cámaras con mayorías de ambos partidos, aunque la mayoría sean demócratas.
Entre los últimos estados que han avanzado apoyando la iniciativa en una de las cámaras o en la comisión legislativa competente están Arizona, Oklahoma, Georgia y Missouri, todos con mayorías republicanas. La iniciativa "es y siempre será un esfuerzo no partidista y multipartidsta para aquellos que piensan que hay una manera mucho mejor de elegir al presidente de Estados Unidos", me explica Rosenstiel.
Cuenta que su página para escribir a los legisladores sobre el asunto habitualmente recibe dos o tres emails al día, pero que en las últimas 15 horas ha sido utilizada por cerca de 10,000 personas.
Esta manera abriría la vía a “la madre de todas las querellas”, según dice Keyssar, el profesor de Harvard. La cuestión así podría acabar en el Tribunal Supremo.
Pero, según Rosenstiel, se sostendría porque sólo se trataría de cambiar la manera en la que votan los electores. "No estamos pidiendo que se elimine el colegio electoral, estamos pidiendo a los estados que cambien su estatutos, éste es el método apropiado para cambiarlo".
Una campaña diferente
Si no tuvieran que luchar por el voto según funciona ahora el colegio electoral, las cosas cambiarían mucho para ambos partidos, que ya no estarían tan despreocupados por cuanto ganan en estados donde tienen la mayoría.
“Cambiaría por completo la manera en la que se hacen las campañas. Por ejemplo, los demócratas también tendrían que hacer esfuerzos para llevar a la gente a votar en estados como Massachusetts”, explica Keyssar. Serían campañas más nacionales y también más caras.
Después de las elecciones de 2000, hubo un movimiento para cambiar el sistema.
Unos días después de la votación, una de las primeras personas que se pronunció a favor de la reforma fue la senadora recién elegida por Nueva York: Hillary Clinton. Dijo que patrocinaría una ley en el Senado para enmendar la Constitución. No lo hizo.