¿Qué puede hacer Trump contra la libertad de prensa?
El presidente electo de Estados Unidos ha dedicado buena parte de su tiempo en la última semana a criticar a los medios. De la última veintena de tuits de Donald Trump, siete son contra la prensa, seis de ellos contra el New York Times. Lo siete contienen información falsa.
Wow, the @nytimes is losing thousands of subscribers because of their very poor and highly inaccurate coverage of the "Trump phenomena"
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) November 13, 2016
Su campaña no permitió que los periodistas viajaran con él, vetó las ruedas de prensa en las últimas semanas antes de las elecciones y desde su victoria no ha permitido el a un pool de reporteros como los que tradicionalmente cubren la Casa Blanca para asegurar la transparencia del poder ejecutivo.
Durante la campaña, el candidato amenazó a los periodistas, los identificó por el nombre en los mítines para que sus seguidores los abuchearan y aseguró que “abrirá las leyes de libelo” para que sea más fácil denunciar a la prensa.
Ahora que va a ser presidente, ¿qué puede hacer Trump contra la prensa?
Contra la Primera Enmienda
La Primera Enmienda de la Constitución dice que “el Congreso no debe aprobar ninguna ley que establezca una religión o prohiba el libre ejercicio de ella; que limite la libertad de expresión, o de prensa, o el derecho de la gente de reunirse pacíficamente o de solicitar al gobierno compensación por agravios”.
La protección a la libertad de prensa se basa en esta enmienda y su aplicación en el caso de 1964 de New York Times vs Sullivan en que el Tribunal Supremo decidió por una denuncia del jefe de seguridad de Montgomery, Alabama, que la prensa estaba protegida contra querellas por difamación mientras demostrara que no había “mala fe” en posibles errores.
Sullivan se quejaba de errores en un anuncio publicado en defensa de Martin Luther King en 1960 donde se decía que había sido arrestado siete veces en lugar de las cuatro que lo habían detenido en Alabama.
Desde entonces, el Supremo y las cortes menores han interpretado así las querellas por difamación. Para que eso cambiara, Trump tendría que conseguir una mayoría de jueces conservadores en el Supremo que estuvieran en contra de la Primera Enmienda.
Los magistrados conservadores suelen ser respetuosos con este derecho básico que los padres fundadores pusieron en primer lugar y que también protege la libertad de religión, una de las razones de ser del país construido por peregrinos que huían de la represión religiosa.
La pasividad del fiscal general
Lo que puede hacer Trump contra la Primera Enmienda es más pasivo que activo.
Así, puede instruir a su fiscal general que no persiga posibles violaciones, por ejemplo en casos como el de los disturbios de Ferguson, cuando la policía fue acusada de vulnerar la libertad de expresión, como explica el profesor Greg Magarian, profesor de la Washington University y experto en Derecho constitucional.
Esto supondría una dejación del deber que jurará Trump el 20 de enero en Washington de “preservar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos”.
Trump parece poco familiarizado con el texto. En julio, durante una reunión con republicanos en el Capitolio, cuando los congresistas le preguntaron por el articulo 1 sobre los poderes del Congreso, Trump contestó que el que más le gustaba era el artículo 12, según contaron varios republicanos después. La Constitución de Estados Unidos tiene siete artículos.
La persecución de periodistas
La istración Obama ya empezó una práctica para la persecución legal más agresiva de personas que hubieran filtrado información a la prensa utilizando la ley contra el espionaje de 1917.
En el curso de estas investigaciones, los periodistas también han sido llamados a declarar y han sido vigilados.
Tras las críticas, el año pasado, el Departamento de Justicia publicó una guía para limitar estos casos, pero con Trump en la Casa Blanca el debate se puede reabrir.
La falta de transparencia
Lo que puede perjudicar más a la libertad de prensa y el derecho a la información del público es la opacidad de la nueva istración.
Entre los del gobierno de Trump estará Rudy Giuliani, que como alcalde de Nueva York combatió agresivamente las peticiones de información oficial. Aunque los gobiernos tienen una obligación legal de responder a las demandas, tienen maneras de evitarlas clasificando la información como confidencial o sensible para la seguridad nacional aunque no lo sea.
El comportamiento de Trump hasta ahora da pocos motivos de optimismo.
Es el primer candidato presidencial que se ha negado a publicar su declaración de impuestos y no quiere informar de sus movimientos o dejar que un pool de periodistas le acompañe, las prácticas habituales para cubrir la Casa Blanca que han diferenciado hasta ahora para bien a Estados Unidos de gobiernos más opacos como los del sur de Europa o los latinoamericanos.
Las amenazas
Con más recursos, Trump y sus portavoces pueden continuar con las amenazas a los periodistas y las acciones de intimidación como publicar teléfonos y direcciones y animar a sus seguidores a acosarlos.
Megyn Kelly cuenta en su libro cómo Trump la amenazó con soltar contra ella su “bella cuenta de Twitter” si la presentadora se atrevía a criticarlo. Cuando lo hizo, el candidato la llamó “loca”, “muy mala profesional”, “sobrevalorada”, “mediocre de todas las maneras posibles” o “enferma”. Después de tantos insultos le llegaron amenaza de muerte. Ahora los seguidores de Trump tienen una campaña contra su libro.
El acoso a reporteros concretos ha sucedido en varios casos, especialmente en ofensivas de Trump contra periodistas mujeres, como Katy Tur, de la NBC, que contó su experiencia de acoso continuo en sus meses de campaña.
Cualquier periodista que haya seguido a Trump en campaña tiene una experiencia de agresiones verbales (en ocasiones físicas) de los seguidores del candidato. Cubrir sus mítines fue desagradable para la mayoría, como cuenta aquí Fernando Peinado.