La renuncia de Sean Spicer y la difícil tarea de trabajar para el presidente Donald Trump
Un portavoz que defiende incondicionalmente a su representado y que luego se ve desmentido por este sufre una gran humillación en público. Eso le pasó en varias ocasiones y a escala mundial a Sean Spicer como primer secretario de Prensa de Donald Trump.
Pocos funcionarios parecen haber sufrido más los intensos primeros seis meses del gobierno como el hasta esta semana portavoz presidencial, quien presentó este viernes su renuncia minutos después de que se anunciara un nombramiento en la oficina de comunicaciones de la Casa Blanca con el que aparentemente no estaba de acuerdo.
Es seguro que la llegada de Anthony Scaramucci como director de comunicaciones de la presidencia fue la gota que derramó el vaso de Spicer, sobre quien desde hace semanas se venía especulando sobre su permanencia en el cargo. (Un video con el que Los Simpsosn marcaron los primeros 100 días de la presidencia iniciaba con un Spicer ahorcado en la sala de prensa de la Casa Blanca, una manera muy dramática de ilustrar lo duro que estaba siendo su trabajo).
Literalmente desde el primer día, con su primera interacción oficial con los medios, Spicer marcó la dinámica de confrontación que ha caracterizado la relación entre los medios y el gobierno republicano cuando salió a decir que la asistencia a la toma de posesión de Trump había sido “la mayor de la historia, y punto”.
Pero por su trayectoria dentro del Partido Republicano y su estilo personal, para algunos Spicer lucía incómodo en su función de portavoz, en parte por la agresividad que tuvo que imprimirle para defender al presidente.
En estos seis meses ha quedado demostrado que ser portavoz de Trump es un trabajo más difícil de lo que normalmente suele ser representar a un presidente, en gran parte porque el mandatario gusta comunicarse directamente con sus seguidores, generalmente vía Twitter, muchas veces dejando mal parado a quienes hablan por él.
La salida del director del FBI James Comey lo ilustra perfectamente, pues mientras Spicer y su oficina trataron de defender la idea de que su despido había sido motivado por un supuesto manejo irregular de la investigación sobre los emails de Hillary Clinton, dos días después, el propio Trump aseguró en una entrevista que lo despidió por toda la trama del ‘ Rusiagate’.
En otros puntos, la utilidad del portavoz ha quedado algunas veces en entredicho. Recordemos los frecuentes “no sé” con los que Spicer, o su segunda y ahora secretaria de prensa Sarah Huckabee Sanders, despachaban muchas preguntas de los periodistas sobre temas cruciales.
Varias semanas tomó para que el secretario de prensa aclarara en algo cuál era la posición del presidente sobre el tema del cambio climático y la permanencia de EEUU en el acuerdo de París contra el calentamiento global.
Un portavoz que no sabe bien cuál es la posición de su representado en asuntos claves del gobierno, porque el presidente al que representa no parece comunicarle demasiado su pensamiento, no resulta de mucha utilidad. La credibilidad de Spicer como conducto de las posiciones oficiales empezó a verse en entredicho.
Claro que el cambio de nombre en el cargo no garantiza que eso vaya a cambiar, porque parece estar ligado a la aparente parquedad con la que Trump se relacionarse con sus subalternos.
Fuera de cámara
Cuando en mayo pasado se supo de la renuncia de Mike Dubke como director de comunicaciones de la Casa Blanca -el cargo que ahora asume Scaramucci- se habló sobre los problemas para coordinar la política de comunicaciones gubernamentales e incluso se discutió la salida de Spicer.
Los reacomodos en el equipo y lo dicho por la Casa Blanca el viernes de que Spicer "reconocía" que hacía falta nueva gente indican que están en marcha redefiniciones en la estrategia comunicacional.
Bajo la égida de Spicer no solo la relación con los medios se hizo más tensa de lo normal, sino que también se establecieron cambios en la manera cómo la presidencia se comunica con la ciudadanía.
Las ruedas de prensa que desde hace dos décadas se vienen transmitiendo en vivo a diario, fueron espaciadas y algunas limitadas a solo audio para ser distribuido posteriormente.
Para los canales de información de 24 horas, las ruedas de prensa de Spicer atraían televidentes más allá de lo que normalmente lo hacen esos encuentros en el arranque de cada nuevo gobierno.
Antes de que la Casa Blanca decidiera que era buena idea mandar a apagar las cámaras cuando lo considerara conveniente (algunos dicen que para “castigar” a los medios) se informó que Trump disfrutaba el pugilato que su portavoz con esos periodistas a quienes acusa frecuentemente de hacer “ fake news”, cuando publican cosas que no son de su agrado.
De hecho, en una declaración de despedida que leyó Huckabee al inicio de su primera rueda de prensa como jefa de prensa, el presidente le deseó suerte a su renunciante portavoz y destacó, precisamente, sus “grandes niveles de (audiencia) de televisión”. Algo que, viniendo de un hombre de medios como Trump, debe ser entendido como el mejor halago posible.
El paso de Spicer por la oficina de prensa presidencial puede haber sido de las más breves de los últimos cincuenta años, pero no hay duda que será de los más memorables.