La campaña electoral permanente con la que amenaza Donald Trump

El presidente electo Donald Trump tiene tres semanas desde que ganó la carrera por la Casa Blanca, pero parece haberle tomado tanto gusto a eso de hacer campaña y concentrar la atención de miles de personas en mítines multitudinarios que amenaza con quedarse en modo proselitismo de manera permanente.
Esta semana en Cincinnati, Ohio, el republicano empezó su “Gira de Agradecimiento” (una verdadera Gira de la Victoria, como fue bautizada cuando se anunció), un inusual recorrido para reconocer el aporte que varios estados del llamado cinturón de óxido del centro del país que garantizaron su triunfo electoral.
El tour de por sí solo es inusual en la política estadounidense, pero lo más notable es que el tono que usó en su discurso sonó tan rabioso como los que empleó durante la campaña electoral frente a Hillary Clinton, una de las más duras de las que se recuerde en las última décadas.
Parece lógico si recordamos que la inmediata preocupación de todo nuevo inquilino de la Casa Blanca es ver cómo logra extender su paso por la residencia presidencial cuatro años más, con una reelección que será la medida del éxito de su primera gestión.
Pero en el caso de Trump, la campaña continuada que puede estar gestándose no se trata solo de lograr un segundo mandato sino garantizar que eso que ha llamado su “movimiento” usufructúe el poder el tiempo suficiente para garantizar cambios radicales en la sociedad estadounidense que se proyecten en las décadas por venir.
Movilización popular
Para Trump y su gente la clave está en mantener movilizado ese sector del electorado dormido (clase obrera con baja educación) que en noviembre le ayudó a llegar a la Casa Blanca.
Y la manera es seguir en la ofensiva, obviando el manual de comportamiento que se ha seguido por décadas en Washington -como hizo con los manuales de campaña- y descolocando a los actores políticos, quienes se verán forzados a reaccionar a las ocurrencias del presidente.
Trump es un hombre acostumbrado a marcar la pauta. Ya lo dijo más de una vez en la campaña: hay que ser imprevisible, no hay que dejar saber a los demás la estrategia a seguir de manera de mantenerlos a la expectativa.
Con seguridad sus seguidores, su fanaticada casi podría decirse, agradecerán este nuevo estilo de ruptura desde la detestada, encorsetada y aislada sede del gobierno federal, pero el resto, que en realidad es la otra mitad de país, verán con horror la alteración de las “buenas costumbres” de la convivencia política.
¿Cuándo lucirá “presidenciable”?
La respuesta cada vez parece clara: mientras Trump siga en modo de campaña lucirá más como candidato que como presidente. Y en su caso eso implica mantener esa retórica que enamora a los suyos y desagrada a sus contrarios.
Todo indica que si persiste ese ambiente de proselitismo constante, el Donald Trump propenso a la mentira o la exageración, el antipolítico de verbo hiriente, no va a desaparecer.
Muchos pensaban que Trump dejaría de ser Trump cuando asegurara la candidatura presidencial republicana (cuando quedó claro que el fenómeno no se acabaría con las primaras republicanas y que su triunfo era una cosa posible)
Ganó la nominación, vino julio y la convención del Partido Republicano y el ahora nominado siguió lanzando sus dardos verbales o escritos, a través de su medio de comunicación preferido, Twitter.
Claro que en ese punto seguía la campaña, ahora contra Clinton, así que era poco probable que el hombre optara por cambiar su estilo combativo. Seguramente sucedería después de las elecciones, cuando todo regresara a la normalidad (y se viera forzado a regresar a sus negocios, como esperaba la mayoría de los analistas)
Pero contra todo pronóstico, literalmente, el empresario ganó las elecciones y en ese momento se confió en que su nueva investidura lo convenciera, o lo forzara, a moderarse. Ahora que era una figura que debía concitar a la unidad nacional, seguramente se pondría más serio.
Pausa táctica
El Trump menos locuaz de las últimas semanas fue tomado por algunos como signo de que cierta sobriedad presidencial se estaba apropiando de él. La verdad es que ha sido un baja en la frecuencia y no un aumento del auto control.
El martes habló de penalizar a quienes queman banderas, algo que, por ofensivo que resulte a esos que se creen más nacionalistas que los demás, la Corte Suprema ha dicho que está amparado como libertad de expresión bajo de la sacrosanta Primera Enmienda de la Constitución.
La noche del lunes se unió a la diatriba de un grupo de sus seguidores en Twitter contra un periodista de CNN que ponía en duda sus infundadas denuncias de un fraude electoral.
El problema es que para Trump la verdad no parece ser un argumento tan importante que lo disuada para que calibre mejor lo que dice.
El presidente electo parece estar ganado por el “lado oscuro” de los medios, sitios de noticias falsas que crean una realidad alternativa promoviendo informaciones infundadas, descabelladas teorías conspiratorias y simples falsedades.
Todo indica que Trump seguirá siendo Trump. No hay muchas razones para tener la esperanza de que el 20 de enero, cuando tome juramento en el balcón del Capitolio en Washington DC y de allí se dirija a la Casa
Blanca, vaya a pasar algo que implique una transformación presidencial.
La presidencia del republicano será un reto para la clase política, que deberá batallar en el terreno que el presidente les plantee, y para los medios, que deberán extremar al función de balance que se supone que debe ejercer siempre frente al poder.
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