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“Si regresamos, nos queman vivos": el calvario de un rebelde nicaragüense que huyó a pie a Costa Rica con su familia

En su ciudad, Jinotega, a Leslie Mayorga, alias 'Managua', lo conocían como uno de “los más bravos” detrás de los tranques del Barrio Sandino. Pero cuando el gobierno levantó los tranques y comenzaron a perseguir a los rebeldes, decidió huir a Costa Rica por veredas con su mujer, sus hijos y nietos. Ahora vive en un campamento de migrantes en el país vecino a donde, según Acnur, se han exiliado 23,000 nicaragüenses.
17 Ago 2018 – 11:28 AM EDT
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I. ‘Managua’ huye con toda su familia

Costa Rica y Nicaragua-. Los "escuadrones de la muerte" perseguían a todas horas a Leslie Mayorga, conocido bajo el alias ‘Managua’ en las barricadas del barrio Sandino en la ciudad de Jinotega. Mantener la rebeldía contra el gobierno de Daniel Ortega se volvió asfixiante, imposible. Los paramilitares y policías lo buscaban en las casas de seguridad en las que se escondía cada noche. Subió a las montañas jinoteganas, una zona brumosa y fría al norte de Nicaragua, para seguir burlando la persecución. Hubiese podido seguir apostando a la clandestinidad en su propio país de no ser por la amenaza que recibió su familia: iban a quemar la casa con su esposa, su nuera y sus nietos dentro si no delataban la ubicación de 'Managua'.

El hombre bajó con sumo cuidado de la montaña para sacar a su familia de Jinotega y huir inmediatamente hacia Costa Rica, el destino más factible por el que han optado miles de estudiantes, ciudadanos y líderes de la protesta cívica contra el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo; no solo por la cercanía sino por la acogida que San José les da a los que huyen de la violencia. El país vecino se ha convertido en una especie de santuario donde los perseguidos consiguen sosiego y apoyo.

Desde que la denominada “Operación Limpieza”, ejecutada en conjunto por paramilitares y la Policía Nacional, acabó con los tranques y barricadas a mediados del mes de julio, 400 “presos políticos”, de los cuales 137 enfrentan procesos judiciales acusados por “golpismo y terrorismo”, entre otros delitos.

‘Managua’ no le tenía miedo a la cárcel y a los tribunales como sí a la posibilidad de que su familia fuese quemada viva. A este hombre recio, barrigón, de voz estruendosa, le horrorizaba la idea de que sus nietos e hijos corrieran la misma suerte que los niños de la familia Velázquez-Pavón, quienes murieron calcinados en el barrio capitalino ‘Carlos Marx , cuando paramilitares prendieron fuego a la casa. Fue uno de los episodios más horrorosos en estos más de tres meses de protestas y represión en Nicaragua.


Cuando llegó a su ciudad, encontró a su familia azorada. No los veía desde el 24 de julio, desde que la denominada “operación limpieza” derribó las barricadas del barrio Sandino. El saldo de la incursión armada fue de tres muertos, 25 heridos y una decena de desaparecidos. Él era uno de los que figuraba en la lista de “terroristas” que portaba el comisionado mayor de la policía Marvin Castro Orozco. Estaba ahí porque se le reconocía como uno de “los más bravos” en el barrio Sandino, uno de los sitios donde la resistencia ciudadana aguantó hasta el final los embates armados.

Univision Noticias entrevistó a ‘Managua’ a finales de junio, cuando escondía su identidad bajo un pasamontañas azul y una gruesa chaqueta camuflada. La resistencia tras las barricadas y la clandestinidad en las montañas no eran sensaciones inéditas para él. En la década de los 80, luchó en el Ejército Popular Sandinista contra la guerrilla de la Contra y esa experiencia la usó en la actualidad para dirigir a los más jóvenes en el Barrio Sandino contra Ortega. Sin embargo, todo coraje flaquea cuando nietos e hijos —los más pequeños ajenos al conflicto político— son amenazados.

La mañana del 28 de julio, ‘Managua’ indicó a su esposa y a su nuera que lo acompañaran de inmediato. No hubo tiempo siquiera para pertrecharse. Salieron con la ropa que llevaban puesta y la cédula de identidad únicamente. La mayoría de los rebeldes del norte de Nicaragua han huido hacia el sur, hacia Costa Rica, por los puntos ilegales ubicados en la frontera de Los Chiles y Las Tablillas. Pero ‘Managua’ decidió llevar a su familia por otra ruta para evitar cruzar a nado el Río San Juan.

“Era muy peligroso nadar con mi mujer, mis tres hijas pequeñas, mi nieto de un año y mi nuera embarazada”, dice ‘Managua’. Como miles de nicaragüenses que huyen de la violencia, la persecución política y la crisis económica, ‘Managua’ y su familia ingresarían a Costa Rica de forma ilegal en busca de refugio.

La Dirección de Migración de Costa Rica no tiene datos de cuántas personas han ingresado de forma ilegal a su territorio en los últimos meses, ya que su conteo se limita a los puntos fronterizos habilitados legalmente. Sin embargo, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) contabiliza que al menos 23,000 nicaragüenses han ingresado a Costa Rica desde que estalló la crisis el 18 de abril.

En la capital de Nicaragua, el consulado costarricense siempre está lleno. Las filas son interminables. Desde hace unos meses, las autoridades consulares ampliaron el número de visas que entregan a diario. En la sede de Managua y Chinandega se sellan en total 900 pasaportes por día.

El cónsul tico, Óscar Camacho, explicó a Univision Noticias que el consulado suele atender a las mismas personas cada vez que se les vence el periodo de visa. Es decir, cada 90 días una persona que trabaja en Costa Rica vuelve a Managua a renovar el visado. Así ha sido siempre. Sin embargo, desde que estalló la crisis en Nicaragua, más de 100 personas al día buscan visados nuevos.

Aunque los números de ingresos legales se mantienen en los parámetros normales para la Dirección de Migración de Costa Rica, durante el periodo del 18 de abril al 13 de agosto (98,569 ingresos), sus oficinas centrales en San José están desboradadas dessde junio por nicaragüenses que solicitan refugio.

Hasta el 13 de agosto sumaron 9,654 solicitudes, de acuerdo a los datos proporcionados por la Dirección de Migración de Costa Rica a Univisión Noticias. Ese fue precisamente el periodo en que ‘Managua’ decidió salir de Jinotega.

II. “Los niños lloraban de hambre”

La ruta escogida fue la de Peñas Blancas. Para llegar allí, ‘Managua’ y su familia tuvieron que atravesar la zona central del país hasta el Pacífico nicaragüense. De haber recorrido los 260 kilómetros que separan Jinotega de Peñas Blancas en vehículo, solo hubieran sido necesarias unas cinco horas de viaje. Sin embargo, al hacerlo por veredas tardaron cuatro días en llegar al departamento de Carazo, otro de los puntos rojos de la represión.

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“Los niños lloraban de hambre porque no llevábamos comida. Comíamos coyolitos”, narra ‘Managua’. El coyolito es una fruta que crece salvajemente en las montañas. Si no está madura tiende a ser ácida. “Los niños pedían comida y no podíamos salir a los poblados por miedo a los paramilitares. Pero mi esposa debía bajar solo a pedir comida, porque la realidad es que los niños no entienden la magnitud del peligro”, agrega.

En algunas fincas que encontraron sobre las veredas, ‘Managua’ pudo conseguir al menos arroz y frijoles. Bebían agua de los caños y riachuelos. Su nieto incluso viajó buena parte del trecho hacia Costa Rica “vestido de mujercita, porque en una casa nos dieron ropita de niña”.

Cansados de recorrer la montaña, la familia de ‘Managua’ llegó a Tipitapa, un municipio de la capital, Managua. El cansancio los obligó a tomar un bus hacia la ciudad de por un sendero de la laguna de esa ciudad y salieron en Masatepe. Pero otra vez volvieron a usar un bus para trasladarse a Jinotepe. Era imposible recorrer a pie la totalidad de la ruta.

En una comunidad de Jinotepe —‘Managua' no comparte el nombre porque allí se hospedan muchos rebeldes que huyen—, la familia alquiló una casa por 1,800 córdobas (57 dólares al cambio oficial). Pronto debieron desalojar el inmueble porque los “vendieron” (delataron). El primero de agosto tomaron un bus con destino a Peñas Blancas. ‘Managua’, nos dijo su mujer, sudaba del horror al sentirse perseguido perpetuamente.

Y a juzgar por los informes de organismos internacionales, no se trata solo de una sensación. Expertos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) exigieron al gobierno de Daniel Ortega “poner fin a la cacería de brujas contra las voces disidentes”. Sus informes constatan además el aumento de "la represión selectiva, la criminalización y las presuntas detenciones arbitrarias" que están creando una "atmósfera de temor e incertidumbre".

Eso ha hecho que incluso los organismos de derechos humanos abandonen Costa Rica. Álvaro Leiva, secretario ejecutivo de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (Anpdh), cerró sus oficinas en Managua tras recibir insistentes amenazas de muerte y también viajó a Costa Rica. En la actualidad, su grupo sigue recibiendo denuncias pero solo por correo electrónico y teléfono.

III. “Puntos ciegos” resguardados por militares

Los coyotes llaman a los pasos ilegales “puntos ciegos”. Desde muy temprano, esperan a centenares de nicaragüenses que llegan a Peñas Blancas en taxis, autobuses y autos particulares. Es un ambiente donde la ilegalidad es cotidiana: los cambistas venden dólares, colones y córdobas; los coyotes negocian sus servicios con los migrantes; mujeres vivarachas cargan enormes barriles de café para vender en vasos de poroplast sin mayores sobresaltos. El coyote que Univision Noticias consulta para este reportaje afirmó que el número de personas que cruzan ha aumentado en los últimos dos meses. Tampoco tienen cifras exactas del tráfico, pero este coyote regordete habló de “un montón”.

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Los dramáticos testimonios de nicaragüenses que huyen de la violencia y la represión del régimen

“Han pasado un montón de estudiantes, algunos van heridos. Uno cruzó con un balazo en la pierna. Pasan con miedo porque dicen que los policías los van a matar… hasta sus cosas (pertenencias) venden en el camino con tal de llegar a Costa Rica. Aquí está feo”, describió el coyote, que pidió anonimato.

La doctora Vilma Núñez, presidenta del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), calificó el éxodo de nicaragüenses hacia Costa Rica como un “desplazamiento forzoso”.“El desplazamiento forzoso se da cuando la gente sale de su país contra su voluntad, ya sea obligado por persecución política, como es el caso de Nicaragua, o por otra razón. Además, tiene la característica que es masivo ”, explicó la defensora de Derechos Humanos.

Univision Noticias arribó a Peñas Blancas una madrugada lluviosa de agosto. El paso fronterizo legal no está abierto a las cinco de la mañana. Pero al otro lado, los migrantes se apuraban para cruzar de forma ilegal. El trabajo de los coyotes suele costar entre 30 y 60 dólares “por cabeza”, como suelen decir ellos. Antes de ingresar por el trecho ilegal, las personas alquilaban botas de hule para atravesar potreros lodosos. Las pocas vacas que hay aún no rumiaban, y sus lomos seguían húmedos por el rocío de la madrugada. Costa Rica está muy cerca, a unos 15 minutos a pie.

Un pequeño muro delimita la frontera. Para los nicas, este muro ha significado históricamente una mejor oportunidad para obtener ingresos económicos. Ahora, para muchos, es una oportunidad de “salvar el pellejo” de las balas del gobierno de Daniel Ortega, que han segado la vida de 307 personas de acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

El “punto ciego” de La Guacimada es uno de los preferidos por los migrantes nicas en Peñas Blancas. Sin embargo, los que son perseguidos políticamente lo evitan. El Ejército de Nicaragua resguarda el paso y solicitan a cada persona la cédula de identidad. A los coyotes no les piden; ya son conocidos de los militares. Entre quienes cruzan la frontera para salvar su vida está claro que se debe evitar a los militares a toda costa. Los migrantes y coyotes coinciden que los uniformados tienen “listas de señalados de terroristas”. “Si te agarran, te llevan”, nos advirtió el coyote regordete.

A Cristian Fajardo y a su esposa María Adilia Cerrato los “agarraron” el domingo 22 de julio. El matrimonio era dirigente del Movimiento 19 de Abril en la ciudad de Masaya y el gobierno de Ortega había girado orden de captura en contra de ellos. Mariela Cerrato, madre de María Adilia, dijo a Univision Noticias que su hija y su yerno habían decidido huir de forma ilegal a Costa Rica para evitar la captura. Sin embargo, sus planes fueron frustrados en el “punto ciego”. Los militares los interceptaron y los entregaron a la Policía Nacional. De inmediato, fueron puestos a la orden del juez para juzgarlos por los delitos “de terrorismo, financiamiento al terrorismo, crimen organizado y entorpecimiento de servicios públicos en contra del Estado de Nicaragua y la sociedad nicaragüense”.

‘Managua’ ya había sido advertido sobre los militares. Por eso, al momento de negociar con los coyotes que cruzaron a su familia, exigió usar otro “punto ciego”. Lograron cruzar con éxito. Al otro lado del muro, en suelo tico, la familia de Leslie Mayorga celebró. Estaban a salvo. Al contar este capítulo de su odisea, a ‘Managua’ se le quiebra su estridente voz. No puede contener las lágrimas. Lo que vendría después serían más veredas, pero ya con los nervios menos enervados. Migración de Costa Rica los acogió y los trasladó a uno de los dos Centros de Atención Temporal para Migrantes (Catem).

La migración legal es, a simple vista en la frontera de Peñas Blancas, menor a la ilegal. 'Julio', un joven que trabajaba como cobrador en el municipio de Waslala, cerca de la frontera con Honduras, decidió viajar a Costa Rica a causa de la situación económica.

Si Nicaragua ya era un país con alto porcentaje de desempleo, eso se ha agudizado con la crisis sociopolítica. La Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides), ha calculado que al menos 215,000 personas han perdido sus puestos de trabajo. 'Julio' contó a Univision Noticias que decidió salir por el terror que le infunden los paramilitares en las calles, y porque “el trabajo de cobrador se cayó. Nadie está pagando”.

“La idea es salir primero yo, y luego mandar a traer a mi familia”, relató. No todos pueden costearse el pago de 35 dólares por la visa y el boleto de regreso hacia Nicaragua, que es obligatorio presentar en el puesto fronterizo de Peñas Blancas. Es por eso que la mayoría de los nicaragüenses y los que son perseguidos políticamente optan por la ilegalidad.

En uno de los albergues en Costa Rica está 'Juan Carlos', quien huyó de Nicaragua después que se negó en reiteradas ocasiones a convertirse en paramilitar.

“Me dijeron que me iban a pagar 500 córdobas y que me iban a dar un AK-47 para volarle balas a los estudiantes. Como dije que no, me golpearon varias veces. Fueron de la Juventud Sandinista de mi barrio. Si no quería ser paramilitar a las buenas lo sería a las malas. Así me amenazaron. Por eso me vine para Costa Rica”, relató.

El joven salió de Managua con doce córdobas en la bolsa (38 centavos de dólar) y pidiendo dinero en todo el trayecto pudo ponerse a salvo al otro lado de la línea fronteriza. “El coyote se compadeció de mí”, asegura.

IV. La vida en el albergue

El albergue se ubica sobre un tramo de la carretera Panamericana en Costa Rica. Las champas verdes y de material resistente están sobre un predio pedregoso. Tienen grabadas las letras “U.S”. Son amplias. La familia de ‘Managua’ (sus tres hijas, esposa, nuera, hijo mayor y el nieto) cabe con holgura. Los nicaragüenses que llegan al Catem conviven con migrantes haitianos y africanos a quienes las autoridades costarricenses llaman “extrarregionales”. De hecho, estos albergues fueron creados por Costa Rica durante la crisis humanitaria de 2016, cuando miles de cubanos y haitianos quedaron varados en la frontera de Peñas Blancas tras la decisión de Daniel Ortega de cerrarles el paso en su trayecto hacia Estados Unidos.


Frente a los 23,000 nicaragüenses exiliados en Costa Rica que contabiliza Acnur, la dirección de Migración costarricense solo ha recibido en los albergues a 88 migrantes de ese país desde abril. Según fuentes costarricenses, eso se debe a que en ese país habitan 300,000 nicaragüenses (un 6% de la población tica) y la mayoría de los exiliados se refugia en casas de familiares, amigos o conocidos. En la capital, San José, hay varios albergues para estudiantes. Las locaciones de esos refugios se mantienen en secreto por temor “a que infiltrados del gobierno de Ortega lleguen a pasar factura a Costa Rica”, dijo uno de los jóvenes que prefiere mantener su nombre en secreto.

Por lo pronto, el gobierno de Costa Rica se las arregla para acoger a los exiliados. La Universidad de Costa Rica (UCR) aceptará a 33 estudiantes nicaragüenses de forma temporal para que retomen sus estudios. Mientras que la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología (Ulacit) ofrecerá becas del 100%. En el caso de los albergues, los costarricenses proporcionan enseres básicos y alimentos a los migrantes nicaragüenses. Las chuletas de pollo que cocinó la esposa de ‘Managua’ son parte de esa ayuda.

Y mientras el gobierno continúa despotricando contra los “terroristas” y prometiendo “que pagarán sus crímenes”, los exilios se suceden a diario. En agosto, el cantautor y referente musical de la Revolución Sandinista, Carlos Mejía Godoy, anunció que se exiliaba en Costa Rica y luego viajó a Estados Unidos. El autor de “Ay, Nicaragua, Nicaragüita”, la canción idílica de la libertad que suena en las protestas contra Ortega, decidió no regresar a Managua porque sintió que “su vida corría peligro”.

Los fogones comunales son atizados a mediodía en al albergue. La esposa de ‘Managua’ cocina las chuletas que comparte con otros nicaragüenses que huyen de la violencia política. “¿Para qué vamos a regresar: para que nos quemen vivos? Si nosotros estamos marcados por Daniel Ortega”, afirma la mujer.

Fredy Mondragón Benavides, un campesino que lideró un tranque en Los Chiles, en el departamento de Río San Juan, asaltó la palabra a la esposa de ‘Managua’ (ella prefiere no decir su nombre). Flaco, de pómulos anchos, y sentado sobre una montaña de leña, Mondragón advirtió que él solo regresaría a Nicaragua “si le dan armas para volarle pija (combatir) a Daniel Ortega”.

“Ese hombre no entiende a las buenas. Hicimos marchas pacíficas, levantamos tranques y nos defendimos con morteros y garrotes. ¿Cómo nos respondió Ortega? A punta de plomo”, asegura Mondragón. ‘Managua’ los escuchaba sin inmutarse. Aunque siente cierto remordimiento por no haber podido seguir “luchando en Jinotega”, a ‘Managua’ le da cierto alivio no seguirse escondiendo tras el pasamontañas verde. Aquí, en el albergue de Costa Rica, cuando no sigue las noticias a través de su celular con actitud del rebelde, es el abuelo juguetón, el que le provoca carcajadas a su nieto encima del tablón que los migrantes ocupan para almorzar.

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