Los rostros de la última oleada de cubanos a EEUU

Distintas circunstancias y motivos los llevaron a cruzar Centroamérica con el propósito de llegar a Estados Unidos. Algunos ya se beneficiaron de la operación humanitaria que el Gobierno panameño inició el pasado 6 de mayo para trasladar a los 3,500 migrantes que permanecían en su territorio hasta la frontera norte de México. Otros, sin embargo, continúan esperando.
Univision Noticias dialogó con algunos de ellos en el Hotel Milenium de Paso Canoas, uno de los epicentros de esta crisis que puso en vilo a las autoridades panameñas y costarricenses.
“Por mucho que yo diga que es peligroso, no lo vas a entender”
Arelys Trujillo: 45 años; Quemado de Güines, Villa Clara.
El 26 de julio de 2012, mientras la Revolución celebraba otro aniversario del asalto al Cuartel Moncada, Arelys salió de Cuba por primera vez rumbo Quito, Ecuador, con una visa T-3. Meses después emprendió la ruta pero, en agosto de 2013, las autoridades mexicanas la detuvieron en Hidalgo.
Viajaba dentro de un camión de frutas, incómoda pero segura, hasta que el camionero se acobardó y cerca de un retén la obligó a pasarse a un bus de pasajeros. Después de 28 días presa, fue deportada a Cuba. Aterrizó en el Aeropuerto Rancho Boyeros en chancletas plásticas, tomó un taxi hasta la casa de unos parientes en Marianao, de ahí siguió a Quemado de Guiñes, y un año después volvió a salir con el mismo plan en la cabeza, pero por Guyana. De Guyana cruzó a Boa Vista, Brasil, donde permaneció hasta obtener la residencia, y el 26 de octubre de 2015, con la crisis migratoria ardiendo en Costa Rica, se lanzó nuevamente al ruedo.
Soborno mediante, cruzó Venezuela con un desconocido, y en Turbo, Colombia, permaneció varios días escondida, sin comer, sin bañarse, apenas sin tomar agua. Cruzó la selva del Darién en dos días, se topó con africanos migrantes y subió la llamada Loma del Cielo. “Por mucho que yo diga que es peligroso no lo vas a entender”, contó. Ya en Puerto Obaldía, Panamá, durmió en casas de campaña, se alimentó con “mucho pan” y en la mañana del pasado 11 de marzo finalmente llegó al hotel Milenium, al otro extremo del país.
En la tarde del domingo 8 de mayo, tomó un vuelo hasta Ciudad Juárez y, una vez allí, como ya había sido deportada desde territorio mexicano, la detuvieron por unas horas. La sanción, “por suerte”, había prescrito, y en la tarde del 9 de mayo, después de cuatro años de intensa brega, Arelys pisó territorio estadounidense por primera vez. Fiel a su naturaleza, no hizo un gesto de más ni dramatizó demasiado al finalizar su relato. Solo su sonrisa de siemprey el pelo abundante y rizo.
Frenado por un pasaporte
Leonel Sánchez: 50 años Santiago de Cuba.
Dice llevar cuatro años en Panamá. Dice tener una hija en Santiago de Cuba y un nieto que no conoce. Ha cometido uno de los peores pecados que puede cometer un migrante. Su pasaporte se ha deteriorado de tal manera que ya no es más que un legajo amorfo de tinta y papel con el que difícilmente se pueda identificar a alguien. Aunque bien mirado justo ese pasaporte expresa a pie juntillas lo que es la vida de Sánchez. En el portal del Milenium, espera nadie sabe bien qué. Es, en las tardes, el encargado de cuidar los utensilios del barbero del hotel cuando el barbero del hotel, por alguna razón, no está. Fuma constantemente y esconde detrás del cigarro una extraña cara de niño. O de villano.
“Cualquier cosa menos volver”
Juan Carlos de la Torre: Camagüey, 34 años.
Ingeniero informático. Dice haber sido disidente político en Cuba. Y que pintó carteles de denuncia en sitios públicos y se manifestó libremente en más de una ocasión. En Ecuador trabajó en semáforos y calles, vendió bisuterías, fregó platos...
Se lanzó a la ruta migratoria con menos de mil dólares ahorrados. Ahora, en Paso Canoas, no tiene un centavo. Tampoco tiene amigos. No tiene ningún familiar en Estados Unidos y, salvo su mamá, nadie le queda en Cuba. Su expresión es de profunda tristeza, la típica, poderosa tristeza que comienza inspirando rechazo, porque parece fingida, pero que pasados unos minutos terminan entristeciendo también al resto, despertando verdadera compasión.
Dice haber salido buscando libertad y que no hay manera alguna de que regrese a Cuba. Cualquier cosa menos volver. Incluso, rescata una frase ya en desuso entre los emigrados cubanos: “Hasta que los Castro no se mueran yo no vuelvo”. Al preguntársele si ni siquiera volvería para reencontrarse con su mamá, De la Torre no contesta, y entre la vergüenza y la confusión los ojos se le humedecen. Si se observa con atención, cualquiera podría pensar que de la Torre tiene muchas otras cosas para decir, cosas verdaderamente importantes de la vida en general, pero que ni él mismo sabe cómo sacarlas. Gorra puesta al revés y coleta de caballo descuidada. Tiene dos lunares en el rostro y, para su edad, parece algo mayor. Pero es un hombre que lleva un peso.
Huyendo de la xenofobia
Leydiana Rivera: Guanabacoa, 43 años.
Nunca pensó emigrar a Estados Unidos. Junto a su hijo y esposo, vivió por dos años en Quito con bastante comodidad. Licenciada en istración y Economía, fue a de empresas como Sony, hasta que uno de los socios prohibió el empleo de cubanos. La creciente xenofobia que se destapara en Ecuador contra los cubanos hizo que Leydiana terminara de recepcionista y que su hijo, por ejemplo, trabajara como agente de seguridad durante casi un mes, diecinueve horas diarias, para que luego no le pagaran un centavo.
Pensaron poner una denuncia en el Comité de Trabajo, pero el trámite burocrático prometía salirles más caro de lo que supuestamente les podían devolver. Ya desesperados, casi sin pagar la renta, vendieron un auto de tres mil dólares en mil, los muebles de la casa, algunos equipos domésticos, todo devaluado, y giraron la brújula al norte. Se encontraron con unos vecinos en el camino y compartieron las penurias de la travesía.
No se ha enterado de nada ni lo recordará
Toochi: 8 meses.
No es ni será cubana, pero hasta ahora Cuba la ha definido. No ha vivido en ningún hogar. Parece la muñeca negra de Martí, pero lo más probable es que, cuando crezca, ya en Estados Unidos o en otro lugar, Martí le suene como una referencia muy lejana o no le suene en absoluto. Dicen que su comportamiento ha sido inmejorable. Que los goterones de sudor le corrían por la frente mientras su madre cruzaba el Tapón del Darién y jamás protestó. Es una de las caras más dramáticas de este conflicto, pero no se ha enterado de nada, ni lo recordará. Mientras duerme, parece invencible.
Oculto en el Golfo de Urabá
Danilo Garma: 28 años, La Habana.
Junto a su novia, tomó una lancha en Turbo para cruzar el Golfo de Urabá. Dos días antes, después de una disputa por el control de la zona entre paramilitares y coyotes, habían asesinado a un lanchero, y a mitad de camino, por algún motivo relacionado con el asesinato, los lancheros que llevaban a Garma decidieron esconderse.
Pasaron varios días encima de la embarcación, ocultos entre el mangle, en un pantano, defecando y aseándose en el lugar, compartiendo la poca comida con otros cubanos y africanos –congoleses, senegaleses, malíes– que habían cruzado el Atlántico para emprender también la misma travesía. Luego los coyotes separaron a los africanos y Garma cruzó por su cuenta el Tapón de Darién.
Una vez en Paso Canoas, consiguió trabajar en lo suyo –ingeniero civil– para unos árabes que controlan el negocio inmobiliario en la zona fronteriza de Costa Rica y Panamá. Le pagaban unos cien dólares semanales. Con los ahorros, Garma logró costear hasta Juárez el pasaje suyo y de su novia.
Ya en El Paso, Estados Unidos, tomaron un Greyhound por 220 dólares que recorrió todo el sur el país –Louisiana, Mississippi, Alabama Georgia– hasta Miami. La arquitectura, las construcciones, los viales que Garma observó desde la ventanilla, mientras comía pan con mantequilla de maní y mermelada de frambuesa, le causaron profunda impresión. Su plan ahora es comenzar un negocio y fundar a mediano plazo una empresa inmobiliaria con la que luego pueda invertir en Cuba.
Intentándolo por tercera vez
Mirka Oviedo: San Leopoldo, Centro Habana, 40 años.
Vivía en un cuartucho en la calle Escobar, junto a su madre y dos hijos. Para poder salir de Cuba, lo cual siempre fue su plan, vendió en tres mil dólares una propiedad heredada. Anteriormente, en su haber, dos intentos de salida ilegal por mar.
Uno en 1994 y otro en 2006. En ambas ocasiones, el barco madre la capturó. Tiene, quién sabe desde cuándo, un tatuaje en el hombro donde le pide perdón a su madre si alguna vez le ha fallado. Su hermana, ya en Estados Unidos, no quiere enviar el dinero para que Mirka continúe la travesía. Y Mirka – hace ya que sus hijos no saben nada–tampoco llama a Cuba para no preocupar. El almuerzo del Milenium, arroz blanco y un pescado con picante, le ha agravado una vieja úlcera.
Cruzando el Darién con una brújula
María Caridad Rodríguez: Camagüey, 42 años.
Trabajaba como auxiliar pedagógica en la Escuela Especial Joaquín de Agüero, en Jimaguayú (Camagüey). A mediados de 2014, juntos a su esposo Evans González, carnicero, emigró a Ecuador. En Quito, ella limpió casas, cuidó niños, y él trabajó en carpinterías y hamburgueserías. En los ratos libres, durante todo un año, Evans estudió minuciosamente Google Maps, lo que le permitió, con la ayuda de una brújula, cruzar el Tapón de Darién solo junto a María, sin la ayuda de coyotes. Con todo lo que ya sabía de Centroamérica, Evans hubiera podido llegar adonde se le antojase.
Ambos creen, y mucho, en Dios. El perfil de Facebook de María es una imagen medio mística, ella junto a Evans mirando al cielo, en plena selva, sin preocupación aparente, risueños o ungidos, convencidos de que el señor todopoderoso los va a guiar. Pero, independientemente de la ayuda del Altísimo, ni Evans ni María son de quedarse de brazos cruzados, y entre los migrantes de la ruta cobraron merecida fama, porque en Puerto Obaldía, después de pedirles prestado una olla y un guayo a los pobladores del lugar, comenzaron a vender croquetas, fritura de harina, coquitos.
Ya en Paso Canoas, consiguieron un local, cuatro cajas, un mantel, un par de sillas abandonadas, compraron un fogón, vasos, vajilla, e inauguraron un restaurante de comida criolla que durante un par de meses alimentó a los migrantes cubanos y también a los panameños de la zona. María acostumbraba a cobrarles más barato a los cubanos, pero, aún así, le alcanzó para pagar su vuelo hasta Juárez. En cuanto pisaron tierra estadounidense, dice María, Evans se arrodilló y besó el suelo. En Kentucky, unos amigos casi familia los esperaban.
Cuatro días en el mangle
William Carralero: Las Tunas, 44 años.
Oriundo de Puerto Padre, pueblo con mar, estuvo durante un tiempo pescando submarino, tiburones y careyes que luego vendía en el mercado negro. Con los ahorros, se largó a Ecuador, donde trabajó como contador en una empresa de eventos. En Turbo, después de pagar 240 dólares, trepó junto a otras ochenta personas a una lancha con capacidad para treinta, justo el día en que los paramilitares habían matado al lanchero, hacia enero de 2016. Averiados, Carralero pasó cuatro días recluido en el mangle y otros cuatro días en la selva. En Puerto Obaldía ha trabajado en la construcción. En Cuba tiene a su esposa y dos hijos. No piensa reclamarlos. “Hay que vivir el día a día”, dice.
Kinella, la flor de Catalea
Deny Jesús Tartabull: Jesús María, Habana Vieja, 30 años.
Se llama Kinella, la flor de Catalea. Encima de su nombre se puso otro nombre y es esto, en resumen, todo lo que ha tenido que hacer en la vida. Ponerse cosas encima hasta lograr ser ella, la que verdaderamente es y siempre debió ser, no el que fue por equivocación. Un pañuelo en la cabeza, dos argollas doradas en cada oreja, la mano de Orula. Un tanto más arriba de sus cejas afeitadas, dos cejas tatuadas, finísimas, duras. Bajo el pecho depilado –esos odiosos rezagos masculinos– dos senos redondos, simétricos, que le costaron 600 dólares en el hospital Miguel Enríquez. Tanto ella como varias amigas acudieron a un médico que les practicaba el implante hasta que lo apresaron y más ningún trans de La Habana pudo operarse por su cuenta. “Es que uno se desespera por el sueño de la femineidad”, dice. Durante sus últimos años en Cuba, Kinella fue activista del entro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) –“las muchachitas de Mariela Castro”, como le llama–, y esos son los únicos buenos recuerdos que guarda de su país.
Desde niño se travestía con pelos, sostenes, blúmeres. Ya adolescente, estudió Elaboración de Alimentos, aunque Kinella lo llama Artes Culinarias. Frecuentaba mayoritariamente los sitios gays: el bimbón en 23 y Malecón, la Rampa, el parque del Quijote en 23 y J, Vedado. Pero esto no la libró del acoso.
–¿Te llegas a adaptar a las miradas?
–Te adaptas, pero ya eres siempre como una piraña, siempre de reojo con todo el mundo.
–¿Te decían cosas?
–Pájaro, huevú. Y la policía, el jefe de sector, un encarne por gusto. En Cuba no tienes vida. Yo me fue de mi país por la represión policial, no por otra cosa.
A Kinella llegaron a maltratarla en su propia casa, delante de su familia, para apresarla luego por un supuesto robo con fuerza.
Ni en Ecuador, donde limpió piso en hospitales y llegó a vender jugos y pasteles, ni en el resto de los países de la travesía, Kinella ha experimentado ni por asomo la discriminación, tácita o explícita, que llegó a sufrir en Cuba. En Centroamérica, dice, nunca la han mirado como un bicho raro. Cruzó el Tapón de Darién junto a otra amiga trans y varios migrantes nepalíes, pero no se encontraron, tal como auguran, “ningún tigre ni bestia salvaje. Tres monitos descarados fue lo que vimos. Ya en Puerto Obaldía, un oficial quiso pasarse de listo y enviarla al baño de los hombres.
–Le expliqué que yo era mujer y que me identificaba como mujer, pero no entendió y tuve que ponerme incómoda.
De ahí en fuera, las autoridades solo han sido solidarias con ella.
Desde Turbo, en Colombia, Kinella arrastra una infección interna por tener que bañarse y beber agua de un río contaminado. Estuvo soltando un pus medio rojo por el fondillo, pero el tratamiento con Metronidazol últimamente le ha asentado. Ahora espera que varias amigas de la vieja guardia le envíen el dinero desde Miami, para que ella, si Dios quiere, se insctiba en el país nuevo con nombre de mujer.