Terremoto en México: un año viviendo entre albergues, carpas y casas prefabricadas
CIUDAD DE MÉXICO.- Mi nombre es Irma Escamilla Hernández, tengo 46 años, soy habitante del sismo del pasado 19 de septiembre. Yo había vivido en ese departamento desde hace 20 años, cuando me casé. Ahí nacieron mis tres hijos, fue prácticamente toda una vida.
Este año ha sido muy difícil, viviendo día a día fuera de nuestros hogares, viendo a nuestros niños crecer fuera de casa. Han sido muchos cambios, desde no tener un espacio privado donde hacer nuestras necesidades o bañarse, hasta la alimentación, porque no tenemos dónde cocinar.
Ese día todo cambió de un momento a otro. De pronto estábamos en la calle con miedo porque muchos vecinos habían perdido la vida, temerosos porque no sabíamos dónde íbamos a pasar la noche, no sabíamos ni siquiera qué Íbamos a comer ni con qué nos íbamos a cubrir. Estábamos completamente a la deriva.
Esa mañana mi hija y yo habíamos ido al médico y volvimos al departamento 20 minutos antes de que empezara el temblor. Apenas iba a empezar a prepararle algo de comer cuando sentimos el brinco. Ella esperaba escuchar la alarma, pero no se activó. Corrió por su perro, lo abrazó y salimos corriendo.
Nosotros vivíamos en la planta baja del edificio 3-B. Afortunadamente logré abrir la puerta porque si me hubiera tardado unos 5 segundos más, ya no hubiéramos podido salir. Todo el peso del edificio cayó y después mi puerta ya no se pudo cerrar. Yo escuchaba a muchos vecinos que gritaban porque se quedaron atorados.
Cuando empezamos a salir ya los vidrios y muchas cosas de arriba se estaban cayendo. Creí que ahí quedábamos. Cuando salimos del edificio sentimos el colapso del edificio 1-C. Vimos la polvareda porque el edificio estaba al lado del nuestro. Para mí esos minutos fueron eternos, pero yo no me moví del lugar hasta que mis hijos llegaron. El edificio donde yo vivía quedó muy lastimado, una de las columnas se veía destrozada.
Una familia que también quedó fisurada
Todo fue doloroso porque mi familia también quedó fisurada. Tuve que repartir con familiares a mis hijos de entonces 18, 12 y 8 años para poder restablecernos. Mi hija se tuvo que ir con sus abuelos unos meses, yo me quedé en los albergues, carpas y campamentos que habilitaron.
Seis meses después del sismo, cuando nos pusieron este techo (una casita con pisos y muros de madera de 18 metros cuadrados) fue cuando volví a reunirme con todos mis hijos. A mi hija la dejé volver cuando abrió la escuela, pero tuve que explicarle que íbamos a vivir en una carpa. A apenas cabíamos ella y yo en un catre.
Al principio fue muy duro, mi hija y yo llorábamos mucho. Yo casi no lloro, lloro sola, se me complica eso de las lágrimas enfrente de mis hijos porque debo mostrar un poco de fuerza.
Pero poco a poco fuimos entendiendo que no nos quedaba de otra. Ella empezó a hacer amistad con niños de su edad, esa amistad le ha ayudado mucho porque al principio no quería hablar con nadie. Solo estaba pegada a mí. Le decía que era mi koala porque se ponía detrás de mí y me abrazaba, así estaba todo el tiempo. Después del sismo así quedó, a la fecha tiene mucho miedo de que tiemble y yo no esté junto a ella.
También perdió a su mascota porque la atropellaron y estábamos en el proceso de separación mi esposo y yo. Fueron pérdidas, pérdidas de una familia que estaba acostumbrada a estar junta.
Hemos tenido que pasar por muchas experiencias que nunca imaginamos. Un día estábamos haciendo la tarea, empezó a llover muy fuerte y se nos cayó la carpa. En otra ocasión salimos y cuando regresamos ya no teníamos nada, no sé quién se metió, pero alguien se aprovechó de la situación que estábamos viviendo.
Por eso, ahora, entre nuestros propios vecinos establecimos filtros de seguridad, porque ya sufrimos mucho. Son situaciones feas, pero son reales.
Muchas mamás, incluyéndome, hemos preferido estar aquí que salir a buscar trabajo porque no hay con quién dejar a los niños. Antes cuando iba a trabajar dejaba a mi niña en el departamento, luego llegaban sus hermanos y entre todos se cuidaban. Pero ahora ya no, aquí no tenemos ni internet y mi hijo se queda todo el día en la Facultad.
Yo soy pedagoga y antes daba clases en una escuela particular. A raíz de esto, como me sentía tan triste, necesitaba trabajarme primero y sacar adelante a mi familia. Si no me trabajo primero yo, no puedo.
Justamente este mes ha sido muy difícil para mí. No sé si de alguna manera, sin que yo lo esté externando tengo sentimientos muy encontrados. Desde que comenzó septiembre tengo pesadillas, me volvieron sentimientos de nostalgia, un poco de miedo, de frustración y depresión. Pero sé que es pasajero, no me puedo quedar en esto otra vez.
Un año de “estira y afloja” con las autoridades
Pudimos volver a entrar al departamento hasta hace poco menos de un mes, cuando nos permitieron sacar cosas, pero prácticamente todo se perdió. Mi refrigerador se fue a la basura porque se quedó lleno de comida, recuerdo que tenía en el congelador un poco del pozole que sobró de los festejos del 15 de septiembre.
El día que pudimos volver, como no teníamos dónde llevar las cosas, todo lo regalé. La cama, las literas y el librero que tenemos ahora, los hicimos con las maderas que sobraron cuando construyeron esta casita. Prácticamente todo lo que hay aquí lo hicimos entre mis hijos, su papá y yo.
Bueno, pero ahí vamos caminando en este proceso. Por lo que nos han dicho, tenemos que aguantar así un año más.
Yo siento que las autoridades han sido poco sensibles a nuestra situación y poco eficaces en su responsabilidad. El olvido fue desde el inicio. No sentimos apoyo de las autoridades, quien nos ayudó fue la sociedad.
Damnificados Unidos ha sido el medio por el que las autoridades nos han volteado a ver, antes ni siquiera nos tomaban en cuenta. Su famosa ley para la reconstrucción era completamente arbitraria porque solo querían ayudarnos a través de créditos, entonces en la organización pusimos en jaque a las autoridades porque esa no es una forma viable.
Nos unimos con varios predios que están en la misma situación que nosotros y pues hacemos fuerza con manifestaciones, vamos al Zócalo, hacemos nuestras peticiones a las autoridades. Vemos que hay una estira y afloja durante el proceso.
A veces nos daban citas y no nos atendían, incluso con el jefe de gobierno. Hasta que hicimos acciones más radicales como cerrar la Avenida Tlalpan, fue la única manera de que las autoridades nos hicieron caso.
Es así como de alguna manera hemos obligado al gobierno a que nos escuche y hemos logrado el proceso de reconstrucción. La verdad es que nos urge que esto quede ya bien formal antes de que entre la nueva istración del gobierno. Nuestro temor es que nos vuelvan a dar largas, que todo lo que hemos ganado en el proceso se venga abajo y tengamos que esperar más de un año. Es un temor generalizado de todos los damnificados, que no se nos dé respuesta concreta.
Esperamos regresar lo más pronto posible, pero con las medidas de seguridad necesarias. No queremos regresar a quedarnos ahí atrapados y morir. Queremos regresar con la seguridad que se hizo un buen trabajo de reconstrucción.
Entrevistas y edición de Janet Cacelín.