Aborto legal o aborto clandestino: llegó la hora de una discusión decisiva en Argentina

Estuvimos mudas durante muchísimos años pero llegó la hora de hablarlo, de contar nuestro pavor, las dudas, nuestros derechos, también los remordimientos, y debatir si la interrupción voluntaria del embarazo debe ser legal y por qué, en Argentina.
Más allá de las íntimas convicciones espirituales y de nuestros propósitos individuales, las mujeres argentinas veníamos diciendo en voz baja que poner nuestro propio cuerpo en juego ya era suficiente penalización, que no necesitamos el castigo de unas leyes para las que parece que somos apenas un envase por el que otros deciden. Criminalizar ese momento tan doloroso es duplicar la condena. El martes las más jóvenes salieron a gritarlo a la calle, con un pañuelo verde al cuello. La ley de interrupción del embarazo que se vota en el Senado –y que cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados– permitiría ni más ni menos que tomar una decisión personal con garantías sanitarias.
Hace apenas unos días, una mujer de 22 años llamada Liliana (y madre de dos niños) murió en un hospital de Santiago del Estero por la grave infección que le ocasionó un intento de legrado doméstico mal hecho. En ese hospital ya han muerto tres chicas en lo que va del año por la misma causa. Las que alguna vez debimos pedir turno a un ginecólogo que ‘operaba’ en una clínica clandestina y también las que nos salvamos de que el test de embarazo diera positivo después de un accidente, o de un preservativo roto, sabíamos que tanto la cárcel o la muerte (por abortar) les tocaban casi siempre a las chicas más pobres.
Todas padecíamos el estigma y la desolación, pero las chicas de clase media no solíamos morir, porque pagábamos, cash, a un médico o a una partera en un hotel destartalado convertido en clínica pirata, o en un garaje reciclado en quirófano. En eso éramos ‘afortunadas’: las miles de niñas violadas por su tío o su padrastro en las villas miseria podían correr peor suerte después de intentarlo con una aguja de tejer o un manojo de perejil, asesoradas por una prima o la vecina. Si algo se torcía, les tocaría ir al dispensario o a las urgencias del hospital y rezar para no ser denunciadas.
Mil abortos por día
Las organizaciones que desde hace una década vienen estudiando el tema para que la anticoncepción se trate como un asunto laico y de salud pública hablan de más de 350,000 abortos al año, lo que significa casi 1,000 por día, en la Argentina de 2018. Las René Favaloro lo expresaba así: “Los ricos defienden el aborto ilegal para mantener el secreto. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto (…) Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar”.
Favaloro se fue de este mundo en el año 2000. En Argentina, pasan las décadas y las prácticas continúan siendo absolutamente clandestinas, aunque las técnicas son otras. Si hoy una chica no puede llevar el embarazo a término tiene que conseguir el teléfono de alguien de quien nunca sabrá el nombre y que luego la llamará desde un número sin registrar.
Abortar sigue estando penado con cárcel y el proceso judicial puede alcanzar también a quien ayuda brindando información. Hay asociaciones solidarias de chicas valientes que, sin embargo, se dedican a devolver la llamada a las otras chicas desesperadas: desde un número anónimo les dan las indicaciones sobre la píldora a comprar, sus efectos y cómo aligerar los síntomas de un aborto químico. No se dejan ver, ni pueden estar presentes. Ellas, unas y otras, incurren en el ‘crimen’ y padecen en soledad todo el peso del estrés físico y la culpa.
Sobre ellas planean, por si fuera poco, las historias amenazantes de septicemias y esterilidad.
Luego están las otras mujeres que se arrepintieron tras haber abortado e integran activos grupos llamados ‘provida’ (hoy con pañuelos azules). O las que consideran que defender la vida como un absoluto las obliga a oponerse a cualquier debate sobre la mujer como persona antes que como vientre-vasija para la gestación humana.
De seguro, todas nos pondríamos de acuerdo en que no existe una solución general al tema del embarazo no deseado y que no es posible llevarlo a término en el 100% de los casos. También acordaríamos en que, como mujeres, se nos inculca ser máquinas morales al servicio de la reproducción. El estrés postraumático ya parece una condición femenina: confrontaremos siempre en nuestro interior con las opciones tomadas y por tomar, aunque nos manifestemos a viva voz contra la criminalización de todo acto de autonomía sobre nuestra vida, que es lo mismo que decir ‘nuestro cuerpo’.
La realidad social del aborto y su actual ilegalidad no allanan la respuesta sobre las vidas en gestación pero sí “condena a las mujeres sin recursos que en muchos casos, son niñas abusadas”, explicaba la reputada jurista Aída Kemelmajer semanas atrás ante el Senado. En pocas horas, la Cámara de Senadores tiene que votar si rechaza o aprueba la ley la interrupción voluntaria del embarazo y, en este último caso, si será legal hacerlo hasta la semana 14, o si la reforma para dejarla en 12 semanas.
“La lucha por la secularización es la lucha por el derecho”, explicaba la jurista. “Se trata de una ley fundamental para salvar vidas y que garantizará el igualitario a la salud”, dicen las mujeres del pañuelo verde, que convocan a la vigilia frente al Congreso argentino y a manifestarse frente a cada embajada. La campaña por el aborto legal, seguro y gratuito invita a que se compartan en la calle los pecados susurrados por décadas.
*Analía Iglesias es una periodista argentina residente en España.