¿Vivirías en un manicomio? Así están renovando los antiguos hospitales psiquiátricos

La película de terror de 2001 Session 9, rodada en el abandonado Hospital Estatal de Danvers, en Massachusetts, cuenta la historia de cinco trabajadores desmontadores de asbesto y su relación con una paciente cuyas sesiones de hipnoterapia fueron grabadas. El pasado de terror y asesinatos se convierte entonces en un presente igual de terrorífico y homicida con el trasfondo de una estructura en ruinas, la cual funcionó como asilo desde 1878 y hasta 1992. Según ha trascendido, el equipo de filmación halló tan escalofriante el lugar que no consideró necesario retocarlo de manera adicional.
Pero, mientras la cinta desconcierta a cinéfilos, también refuerza ese estigma que rodea a los ‘manicomios’, una reputación que le juega en contra a la preservación de estos espacios.
A mediados del siglo XIX, el enfermo mental era confinado en prisiones estatales y asilos, donde comúnmente se abusaba de ellos. La activista Dorothea Dix relató los aprietos por los que debieron de pasar muchos de ellos, y tanto ella como el psiquiatra radicado en Filadelfia Thomas Story Kirkbride presionaron para que las personas con problemas mentales fueran tratadas humanamente en instalaciones adecuadas para acogerlos.
Kirkbride era un convencido de que los nuevos espacios físicos favorecían el bienestar de las personas con problemas de salud mental. Tanto fue así que se dio a la tarea de concebir un nuevo diseño para los hospitales psiquiátricos en el cual las secciones de los pacientes se diseminaran, como formando un abanico, desde el edificio principal y quedaran ubicadas de forma tal que la habitación de cada uno estuviera expuesta al aire y la luz. Grandes áreas verdes rodeaban los hospitales, a menudo salpicadas por granjas donde los ingresados podían atender las plantas y el ganado. El Hospital Estatal de Danvers fue construido bajo la premisa de Kirkbride.
Kirkbride pensaba que el enfermo mental mejoraría con el aire, la luz, y la terapia ocupacional. Sin embargo, en aquellos casos en que no lo hiciera, escribió en 1854 en su trabajo On the Construction, Organization and General Arrangement of Hospitals for the Insane (Sobre la construcción, la organización y la disposición general de los hospitales psiquiátricos), “debería aún ser visto como digno de cuidado, e incluso si no podemos hacer más, demandar tratamiento, para promover su comodidad y su felicidad”. Aproximadamente 75 hospitales inspirados en el plan Kirkbride se construyeron en todo el país, desde mediados del siglo XIX y hasta principios del XX. La mayoría de ellos se hicieron en las regiones del Noreste y el Medio Oeste, aunque algunos pueden encontrarse más lejos, dígase en Alabama, California y Oregon.
A la larga, la idea que manejaban Dix y Kirkbride de cómo tratar a los pacientes psiquiátricos no fue concretada del todo, por decir lo menos. Aunque Kirkbride ordenó que en un hospital no residieran más de 250 pacientes, en la práctica lo hacían miles. Este hacinamiento extremo, de la mano de poco claras razones para el ingreso y tratamientos cuestionables como la lobotomía, trastocaron la concepción original de estos espacios, su deber ser, y pasaron de ser santuarios a sitios miserables, propicios para una película de terror.
La mayor parte de los hospitales de Kirkbride ha cerrado durante las últimas décadas. Si bien unos pocos aún funcionan como instalaciones psiquiátricas, muchos más han sido destruidos o yacen desocupados, bajo inminente amenaza de demolición. El Hospital Estatal de Danvers fue, en su mayor parte, demolido en 2006. El caparazón de su edificio central es ahora la fachada de un complejo de apartamentos.
Robert Kirkbride, decano de la Facultad de Espacios Construidos en la Escuela de Diseño Parsons (y quien comparte un ancestro común con Thomas Story Kirkbride), sostiene que el estigma ligado a los edificios a menudo ha obstaculizado su conservación. “ Las generaciones mayores no la pasan bien tratando de reconciliarse con las historias familiares, tales como la de ese tío que fue confinado por una razón nebulosa”, y añade que la mayoría de las personas que fueron destinadas a estos sitios permanecieron en los hospitales por el resto de sus vidas y terminaron enterradas o cremadas in situ, mientras sus familias, por lo general, no recuperaban sus cuerpos.
En la foto, un monumento conmemorativo en el Hospital Estatal de Oregon donde las familias pueden reclamar las cenizas no recuperadas de sus parientes. (Cortesía de Robert Kirkbride).
Semejante estigma hace menos atractiva la preservación de los edificios para las comunidades, al tiempo que los desarrolladores inmobiliarios interesados en las enormes franjas de terreno podrían enfatizar en el melancólico pasado de las estructuras como una razón que avale su demolición.
Pero Robert Kirkbride parece resuelto a subvertir el estigma y salvaguardar el legado de su ancestro. “Los edificios no confinaban a las personas. Las mismas personas lo hacían. Pero es más fácil culpar a los edificios que a la conducta humana”. Robert funge de portavoz para la organización PreservationWorks, cuyo objetivo es conservar los asilos existentes, aunque no de una forma rígida.
Para Kirkbride, algunas comunidades asumen la preservación como si los hospitales debieran parecer como congelados en el tiempo. “Esa es una visión muy de Disney, que impide que nuestros espacios públicos y nuestras identidades locales continúen evolucionando”, aduce. “Estas edificaciones necesitan hallar nuevas vidas y nuevos propósitos”.
En la foto, el hospital Kirkbride en Traverse City, Michigan, ahora alberga estudios de artistas en las habitaciones de antiguos pacientes.
PreservationWorks funciona como un centro en que se comparten los recursos entre grupos comprometidos a preservar sus hospitales Kirkbride locales. La organización alienta nuevos usos para los edificios, y no se angustia por si vuelven o no a su estilo original.
Esto, en cambio, no significa ignorar los usos previos de las estructuras: Kirkbride estimula la creación de monumentos o museos para explicar el contexto de los espacios. En Salem, Oregon, por ejemplo, el Hospital Estatal de Oregon –aún en marcha como instalación psiquiátrica– presenta un monumento conmemorativo, terminado en 2015, a l as cenizas no recuperadas de 3,500 pacientes. Los recipientes de cerámica que sostienen los restos de cada individuo conforman un muro bajo; las familias pueden reclamar las cenizas, dejando nuevos orificios en la pared. “Estas edificaciones pueden contribuir a sellar el pasado”, acota Kirkbride.
Robert también está interesado en encontrar usos para los edificios que den relieve a lo mejor de los planes de sus ancestros. En Traverse City, Michigan, uno de los hospitales alberga residencias para ancianos, así como condominios, restaurantes y tiendas. Artistas locales reciben un espacio para sus estudios, ubicados en las habitaciones de antiguos pacientes, a cambio de impartir clases de arte a los ancianos (sus vecinos). “Hay una suerte de química, bien especial, dentro de estos espacios”, indica Kirkbride, y añade que hacer arte es terapéutico y se empalma con el énfasis que ponían sus antepasados en la importancia del trabajo manual y la terapia ocupacional de los pacientes.
A veces, el nuevo uso de un hospital tiene poco o nada que ver con su propósito original. Una parte del edificio St. Elizabeths en Washington DC, por ejemplo, está sometida a una renovación que lo transformaría en oficinas del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos ( Homeland Security).
“Este edificio fue un recinto de servicios por un siglo y eso es lo que hace mejor”, concluye Kirkbride. “Ellos quieren que siga sirviendo”.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.