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Mientras Europa abraza las bicicletas eléctricas, Nueva York sigue persiguiéndolas

París, Madrid, y Lisboa están facilitando el a estos vehículos híbridos, incluso introduciéndolos en sus sistemas de bicicletas públicas.
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14 Nov 2017 – 02:51 PM EST
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Madrid fue la primera ciudad europea en ofrecer bicicletas eléctricas dentro BiciMad, su sistema de bicicletas públicas, en junio de 2004. Crédito: GERARD JULIEN/AFP/Getty Images

Existe una desconexión radical entre las maneras en que se perciben las bicicletas eléctricas en cada lado del océano Atlántico. En octubre el alcalde Bill de Blasio, en Nueva York, prometió luchar aún más para aplicar la prohibición de las bicis eléctricas en la ciudad. Citando preocupaciones públicas sobre el ciclismo eléctrico temerario, de Blasio prometió no sólo detener y multar a los ciclistas en bicis eléctricas, sino también castigar a los negocios que los usan para las entregas. Todo esto vino dos semanas después de que la policía neoyorquina publicitó su más reciente ronda de confiscaciones de estos vehículos, que la ciudad ha designado como inseguros e intrusivos.

Pero en Europa es harina de otro costal. No es que sólo se toleren a las bicis eléctricas allá, sino que las ciudades europeas están activamente alentando a más personas a usarlas. Como parte de un esfuerzo por atraer a más ciclistas ‘eléctricos’, los planes para sistemas de bicicletas públicas a lo largo de Europa Occidental están aumentando sus suministros de bicis eléctricas durante esta temporada. De hecho, están convirtiendo lo que inicialmente fueron experimentos cautelosos y limitados con bicis públicas eléctricas en una alternativa realmente viable —y a gran escala— a las bicis regulares que estarán disponible a lo largo de ciudades completas

Por supuesto, hace mucho tiempo que las bicicletas eléctricas han estado ganando aceptación en Europa. Madrid las introdujo a su flota de bicis públicas por primera vez en 2014, mientras que Noruega hasta les da a algunos de sus ciudadanos subvenciones para comprarlas. De todos modos, durante los próximos seis meses se dispararán las cantidades de bicis eléctricas que las ciudades harán disponibles. Primero está Lisboa, la cual ha tenido un enfoque más moderado que las otras ciudades. Durante las últimas seis semanas Lisboa ha estado realizando una prueba limitada bicis públicas que incluye a las eléctricas. La base de la prueba es un parque de la ciudad que está bien ubicado para los visitantes que quieran ir en bicicleta hasta el litoral. Mientras tanto, Madrid acaba de anunciar una expansión grande de su red de bicicletas eléctricas compartidas. Ha creado 42 estaciones nuevas y en febrero 2018 ofrecerá 486 bicis eléctricas adicionales (se trata de un 25% más de la cantidad actualmente disponible). Y para enero 2018, París hará que las bicis eléctricas conformen un 30% de su flota recién renovada de bicis compartidas. El contraste con Nueva York es marcado. ¿Entonces por qué estas ciudades son mucho más entusiastas con respecto a las bicis eléctricas?


Se podría argumentar que es la hostilidad de Nueva York —y no el entusiasmo de Europa— lo que es el factor clave en este asunto. En una ciudad en que la policía neoyorquina confiscó a 687 bicis eléctricas solo en 2017, este tipo de vehículo ha sido relacionado con el ciclismo temerario. En la mente del público, con frecuencia estas bicis evocan imágenes de repartidores que ganan poco y usan el impulso adicional de motor del vehículo para lidiar con la presión física de turnos largos y mal pagados. Por lo tanto, los que montan bicis eléctricas se han convertido en un blanco erróneamente prominente para la aplicación de la iniciativa Visión Zero de Nueva York, la cual tiene como meta ponerles fin a todas las muertes causadas por el tránsito. La conducción temeraria de tales vehículos —tal como sucedería con cualquier vehículo— sí podría presentar una amenaza. Pero en una ciudad en que todas las calles están llenas de autos —aquellos letales destructores de huesos impulsados por petróleo y capaces de velocidades a las que los ciclistas sólo llegarían en sus sueños— el énfasis en prohibir las bicis eléctricas parece ser mal dirigido, cuando menos.

En Nueva York se pueden comprar bicis eléctricas, pero sus regulaciones hacen que sea imposible registrar una para el uso legal, algo que quizás tiene que ver con que sus s no son precisamente los clásicos activistas del ciclismo, sino empleados inmigrantes de restaurantes, por ejemplo. Dado que los trabajadores que son objetos de las redadas para confiscar estas bicis con frecuencia son personas recién llegadas a EEUU —a veces con un inglés limitado— es menos probable que sus quejas resuenen en los pasillos del poder.

La aceptación europea de este modo de transporte se debe parcialmente a cierto grado de familiaridad. Si bien las bicis eléctricas son un tipo relativamente nuevo de vehículo, los scooters de menos de 50cc han sido muy comunes en Europa durante mucho tiempo, particularmente en el Mediterráneo. Específicamente para los jóvenes en las zonas rurales, obtener un scooter a los 16 años antes era un rito de paso equivalente de un estadounidense obteniendo su primer auto, algo que la mayoría de las personas en Europa no podían costear y solo una opción después de los 18 años de edad. Desde entonces se han reforzado las regulaciones y ahora se necesita una licencia. Aunque las bicis eléctricas son mucho menos poderosas, hace mucho que se estableció el lugar cultural para vehículos de dos ruedas con pocos caballos de fuerza que son asistidos por un motor.

También está el asunto de la topografía. Para Lisboa y Madrid, es totalmente lógico tener más bicis eléctricas en las vías. De hecho, se pueden ver como catalizadores para difundir la popularidad más amplia del ciclismo. A diferencia de Copenhague o Ámsterdam (o incluso Manhattan), ambas ciudades no son nada planas. Las vías empinadas en el centro de Lisboa quizás sean suficientes para desalentar a los menos atléticos de subir una colina sólo con el poder de sus piernas en los pedales, incluso si los entusiastas locales del ciclismo señalan que hay muchas rutas planas disponibles y ellos hasta han empezado a mapear las gradientes más fáciles para ayudar a los demás ciclistas. Y aunque mucho de Madrid se encuentra en un altiplano que se extiende suavemente, las orillas del río Manzanares —ubicado al sur del centro de la ciudad— descienden bruscamente, lo cual hace que muchos ciclistas locales deseen un poco de ayuda para subir las lomas. Estas son ciudades en que los ciclistas necesitarían un empuje literal y metafórico para salir a la calle.


Por contraste, París sólo está empinado lo suficiente en unos cuantos lugares para poder desalentar a sólo los ciclistas poco entusiastas. Sin embargo, a pesar de esfuerzos grandes por reducir el tráfico de autos y hacer espacio para bicicletas, sigue siendo una ciudad en que los ciclistas y los conductores a menudo comparten el mismo espacio en las vías. Tal como el descubrió un artículo reciente de CityLab sobre las costumbres de los europeos al viajar a sus empleos, el entusiasmo de los parisinos por el ciclismo no se compara en nada con su afán por andar a pie . Algo necesita cambiar para hacer que más personas en Paris monten bicicletas y quizás ayude que los ciclistas puedan tener un poco de asistencia eléctrica con la velocidad y las colinas.

Ahora bien, la introducción de bicis eléctricas no ha sido un asunto totalmente libre de problemas. En Ámsterdam, el derecho actual de los scooters de usar ciclovías ha conducido a un debate sobre si cualquier vehículo con un motor debe sacarse de la red de bicis y verse obligado a andar en las vías normales. Sin embargo, ese debate mayormente es el resultado del ciclismo siendo tan popular que los ciclistas ahora están luchando por espacio incluso en una red de ciclovías de talla mundial. Es comprensible que el público se frustre cuando las bicis eléctricas sean mal utilizadas por los ciclistas que excedan los limites de velocidad o que se monten en las aceras. Pero cuando las bicis eléctricas esencialmente no son un tema polémico al otro lado del mar, uno se tiene que preguntar si ya es hora que la ciudad de Nueva York deje de prohibir y que empiece a educar.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

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