Estos son los inmigrantes que construyen estadios para la Copa Mundial de Fútbol en Catar

En la escena que abre el documental The Workers Cup (La Copa de los Trabajadores), inmigrantes asiáticos, africanos y del Medio Oriente aparecen cansados, antes del amanecer, para abordar un autobús hacia el trabajo. El vehículo se mueve a gran velocidad por una carretera polvorienta hasta que da a parar a una vasta e iluminada obra en construcción. Los hombres han llegado a la capital de Catar, Doha, con el fin de edificar los estadios y el resto de la infraestructura necesaria de cara a la Copa Mundial de Fútbol, la cual este país del Golfo Pérsico acogerá en 2022 ( a menos que sus recientes problemas políticos interfieran).
Más de un 1.5 millones de trabajadores inmigrantes residen en Catar, constituyendo un increíble 60% de la población. Desde que llegaron de sus países de origen, sus permisos de residencia son controlados por las empresas para las que trabajan. No pueden cambiar de empleo, renunciar a él ni abandonar Catar sin la autorización de la empresa. Viven hacinados en albergues, chapuceramente levantados al oeste de Doha. Con excepción de los viernes, sus días consisten en 12 o más horas de intenso trabajo (aunque a menudo también los viernes). “En lo único que uno piensa es en levantarse, ir al trabajo, regresar y descansar”, dice Kenneth, un ghanés. “Esto no es vida”, aduce Paul, quien llegó a Catar procedente de Kenia. “Es como si estuvieras atrapado aquí, o algo por el estilo”.
Pero un día el Comité Supremo de Catar para la Copa Mundial de 2022 anuncia que patrocinará un torneo de fútbol para los trabajadores, compuesto por obreros de 24 compañías que construyen las instalaciones deportivas. “Estamos conscientes del importante papel que juegan en nuestra economía y nuestra sociedad”, sostiene un miembro del comité en conferencia de prensa. “Este torneo está organizado en las instalaciones que ustedes ayudan a construir”.
Kenneth es nombrado capitán del equipo de su compañía y lo seguimos a él y demás integrantes de la escuadra mientras entrenan, ganan y pierden partidos, y luego logran avanzar hasta semifinales. Pero este no es un filme deportivo. Aunque las escenas sobre el campo son emocionantes, el director, Adam Sobel, está más interesado en los obreros como personas que como jugadores. Observamos cómo se van creando los lazos de amistad, pero también cómo surgen y se resuelven los conflictos. Incluso, somos testigos de discusiones sobre qué significa ser feliz.
Sobel vivió cinco años en Catar, donde laboró en otros proyectos audiovisuales que involucraban el trabajo inmigrante, pero nunca tuvo tanto a los trabajadores. “Teníamos que filmar clandestinamente y esconder la identidad de las personas”, dice. Por varios años, las organizaciones por los Derechos Humanos han venido exhortando al país a mejorar las vidas de sus trabajadores y estos llamados se han intensificado con la avalancha de proyectos constructivos que supuso la designación de la sede de la Copa del Mundo. Para nadie es un secreto que Catar hace su mayor esfuerzo en restringir información acerca de las condiciones de vida y trabajo de sus empleados. Por ejemplo, en 2016, autoridades gubernamentales detuvieron e interrogaron a periodistas que trataban de reportar el asunto.
Para Sobel, la Copa de los Trabajadores es una oportunidad para acceder a quienes laboran día tras día en Catar. Quedaba claro que el gobierno local y las compañías involucradas estaban ansiosos por organizar el evento, antes que todo para dar una imagen de positivas relaciones públicas, y, solo gracias a eso, filmar fue posible. Él acota que las empresas que ofertaban proyectos vinculados a la Copa Mundial debían firmar un acta comprometiéndose a proveer mejores condiciones de vida para sus trabajadores que la mayor parte del resto de las empresas en Catar. De tal suerte que los terrenos vistos en The Workers Cup, si bien rudimentarios, son de los mejores que puede hallarse.
Mucho se ha escrito sobre estas condiciones de existencia y, pese a que Sobel ite la importancia del particular, él quería hacer algo diferente con el que había ganado. “No había suficiente registro en lo concerniente al estrés emocional que atraviesan estos hombres”, añade. “Ese fue un tema crucial”. Los trabajadores, muchos de los cuales han dejado familias enteras detrás, vinieron a Doha para hacer dinero –“para cumplir sus sueños”, como dice Kenneth–, pero terminaron habitando una realidad donde han quedado literalmente encerrados, agotados y solos.
Para citar un ejemplo extremo de este sufrimiento psicológico, encontramos un hombre en una sala médica del campamento cuyo compañero de apartamento le había cortado la pierna con un cuchillo. “¡Desperté inmediatamente y mi pierna estaba en su mano!”, cuenta. Cuando se le preguntó si su compañero tenía problemas mentales, la víctima señaló: “Era una persona agradable y un buen hombre. El único problema era que quería irse a casa”.
Sobel es un convencido de que la segregación y el aislamiento que experimentan estos hombres es el mayor peso llevan a cuestas. “Tu vida se reduce al trabajo”, indica. “Solo piensas en ti mismo como un instrumento, como una máquina”. Antes de llegar a Doha, refiere, los trabajadores esperan que, incluso cuando saben que laborarán en la construcción, la riqueza y el glamour de la ciudad los contagie. Pero lo que ellos buscan en Google, a miles de millas de la capital catarí, está tan lejos de la verdad como cuando llegan a esta.
Los albergues están ubicados muy lejos de los deslumbrantes edificios del centro de la ciudad, por no hablar de la vasta distancia que los separa de cualquier área residencial donde puedan encontrarse servicios públicos, mercados y centros de entretenimiento. El Ministerio de la Municipalidad y la Planificación Urbana incluso publicó una serie de mapas interactivos oficiales en 2015, mostrando que estos centros de confinamiento no están permitidos en ningún punto cercano a la ciudad. “Los trabajadores pueden ver Doha solo desde el ómnibus, cuando van y regresan del trabajo”, agrega Sobel. “Es por eso que el torneo se convirtió en una parte tan medular de sus vidas. En un sentido puramente físico, llegaron a ver algo distinto. Rompieron su rutina, y volvieron a sentir alguna esperanza”.
Con todo, las autoridades no parecen interesadas en seguir apoyando a los hombres que las hicieron ver bien. Después del torneo, Kenneth y su compañero de equipo David preguntaron tímidamente a su entrenador si podían crear su propio club de fútbol. “Estamos siguiendo las reglas de Catar”, sostiene el entrenador. “Hay que completar cinco años de trabajo para jugar… Sigan practicando. No olviden su sueño”. Kenneth asiente en silencio, y clava la vista en el piso.
The Workers Cup se proyectará en el Human Rights Watch Film Festival, con sede en New York los días 15 y 16 de junio. Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.