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CityLab Medio Ambiente

El próximo megaproyecto británico: un bosque de costa a costa

La idea consiste en repoblar forestalmente, por medio de unos 50 millones de árboles, una de las zonas menos boscosas del país.
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17 Ene 2018 – 12:02 PM EST
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Esta es la impactante extensión del nuevo Bosque del Norte. Sus áreas verdes rodearían algunas de las ciudades industriales más importantes de Inglaterra. Crédito: Woodland Trust

El norte de Inglaterra se encamina a ser mucho más verde. El domingo 7 de enero, el gobierno del Reino Unido reveló sus planes para plantar un vasto bosque, el cual se extendería, sin exagerar, de una costa a la otra. Sombreando la ruta de la autopista M62, que va de este a oeste, el nuevo ‘pulmón’ británico constituirá una amplia franja verde a lo largo de Inglaterra, yendo desde Liverpool hasta Hull, ciudad de la costa este.

Si se cumple al pie de la letra la pauta anunciada la pasada semana, el bosque contendrá finalmente unos 50 millones de árboles, dispersos en 62,000 acres a lo largo de una superficie de 120 millas de largo (casi 200 kilómetros). No solo vendrá a repoblar una de las zonas menos boscosas del país, por medio de especies locales, mayormente de hoja ancha (planifolios), sino que servirá de válvula de escape natural para los residentes de las áreas metropolitanas más próximas.


Pero el objetivo todavía está lejos de materializarse. Hasta ahora, el gobierno ha prometido un monto inicial de 5.7 millones de libras esterlinas, de los 500 millones requeridos (689.6 millones de dólares) para desarrollar a cabalidad el proyecto. En todo caso, lo que llama más la atención acerca del plan es que se suma a una transformación que, de hecho, ya venía en camino: este es el segundo mayor intento, en las últimas décadas, de reverdecer el paisaje natural inglés.

El primer intento tuvo lugar 100 millas al sur, en las Tierras Medias inglesas (las llamadas Midlands), donde una considerable superficie boscosa –de unas 200 millas de extensión- va madurando a un paso estable. El llamado National Forest (Bosque Nacional), cuyas primeras plantaciones comenzaron hace 28 años, recién empieza a madurar y, por lo mismo, a revelar cuán trasformador puede ser la reinvención de un paisaje. Como se espera del moderno Bosque del Norte, el Nacional no es solo un espacio para el ocio o un proveedor de carbono, sino un territorio despojado en buena medida de la explotación industrial y el pastoreo.

Esto parece maravilloso, pero, antes que todo, es un golpe de realidad. Si Gran Bretaña está planeando nuevos bosques se debe, sin duda alguna, a que los necesita con urgencia. En general, el paisaje británico contiene uno de los porcentajes más bajos en Europa de superficies boscosas: apenas un 13%. Nadie en sus cabales podría pedirle a un populoso y altamente desarrollado país como Reino Unido que alcance los niveles como, por ejemplo, Finlandia. Con un 73% de sus áreas cubiertas de bosques, esta es por mucho la nación más ‘frondosa’ del llamado Viejo Continente. Gran Bretaña va muy a la zaga de sus contendores más cercanos, como es el caso de Bélgica (22.6%) y Francia (31%), quienes la hacen lucir ciertamente mal parada en este ámbito.


Esto es particularmente cierto en Inglaterra, poblada forestalmente en un 10%, cifra inferior al 15% de Gales y al 18% de Escocia. En ambos países, la silvicultura se ha impuesto a la agricultura de pastoreo en algunas zonas. Incluso esta pequeña proporción está en riesgo, ya que los bosques de más larga data en todo el país afrontan, de una forma u otra, la destrucción. Las amenazas actuales son de diversos tipos, incluyendo el peligro a que se enfrentan 35 antiguas extensiones forestales, las cuales se verán afectadas por la construcción de una nueva vía ferroviaria a gran velocidad, ya que se descartó, por inconvenientes o muy costosos, la creación de túneles o desvíos.

Entretanto, algunos críticos han señalado que el proyecto del Bosque del Norte no es más que un pretexto –lo bastante grande- para encubrir la negligencia y el abuso con respecto a los bosques en otros lugares. Puede incluso haber un grado de maquinación política en este sentido (aunque, ¿cuándo no lo hay?), pues el gobierno británico podría amasar la idea de que, por medio de una iniciativa de alto perfil como la del Bosque del Norte, la gente se percatará de que salir de la Unión Europea no tiene por qué traducirse en la ruptura con políticas ambientalistas de este corte, y de que seguiría contando con el respaldo estatal.

El Bosque Nacional, en cambio, muestra cuán atractivos y sostenibles pueden ser proyectos de este tipo, dado que no son creados a expensas de ningunear otros esfuerzos de preservación. Las primeras muestras se plantaron en 1995, en una superficie que mezclaba pueblos, cultivos y antiguos yacimientos carboníferos. Consistente, en lo fundamental (si no enteramente), en árboles de hoja ancha de lento crecimiento originarios de la localidad –una marcada diferencia respecto a los lotes de pinos no nativos en que la silvicultura británica puso el acento la mayor parte del pasado siglo–, el bosque va, paso a paso, revelando su apariencia definitiva.

Durante los últimos veinte años, el Bosque Nacional ha esparcido una especie de mosaico expresionista por todo el paisaje. A través de incentivos de financiamiento para que, mayormente propietarios privados, se volcaran a la plantación, el bosque se ha unido a tramos boscosos ya existentes para crear lo que podría convertirse en un impecable hábitat forestal . En la primavera de 2016, 8.5 millones de árboles ya se habían plantado allí, pero el proyecto no ha concluido ni mucho menos. Hoy día, poco más de un 20% del terreno asignado está cubierto de áreas forestales. De mantener su ritmo y composición actuales –al estilo de un rompecabezas–, se espera que un tercio del área total se cubra de árboles.

Arriba, el área del Bosque Nacional en 1991. Abajo, en 2016. Las áreas verdes son nuevas zonas plantadas (Cortesía del Bosque Nacional).

Hasta ahora, más de un 80% de esta área forestal es accesible al público, por lo que los residentes más cercanos la disfrutan sin mayores dificultades. De hecho, es ese vínculo íntimo con las grandes ciudades lo que une a los bosques Nacional y del Norte, ya que ambos suponen nuevos refugios de paz para muchas de las más densamente pobladas y agitadas urbes de Inglaterra.

Las ventajas son numerosísimas. Así como los árboles en las ciudades limpian y refrescan el aire, los bosques en las periferias urbanas reducen la contaminación y el ruido de las carreteras, protegiendo de sus perjudiciales efectos a los habitantes. En Estados Unidos solamente, se estima que la capacidad de los árboles para contrarrestar la contaminación reduce los costos anuales de salud casi en 7,000 millones de dólares. Flanquear, por medio de tupidas hileras de árboles, las transitadas autopistas de Inglaterra no solo aportaría atractivos espacios de recreación en los confines urbanos, sino que garantizaría que estos confines –e incluso zonas de las ciudades más allá de ellos– se conviertan en ambientes más puros, frescos y moderados en cuanto a su temperatura.

Pero este deseo todavía está lejos de concretarse, como también está el Bosque Nacional, aún incompleto y joven. A lo largo de su extensión, uno aprecia no obstante resultados mágicos, con algunas muestras de arbustos y retoños que salpican el paisaje y que, aunque no lo son, parecen orgánicos. Pero eso no es todo: el suelo del bosque en ciertos lugares da paso en primavera al azul ultramar de los jacintos.

Si el proyecto del Bosque del Norte, distante unas 100 millas, llegara a parecerse al vasto mosaico verde que ha abierto el Bosque Nacional, sería más que bienvenido. Serpenteando los contornos exteriores de ciudades como Liverpool, Manchester y Leeds, la superficie que se prevé cubrir es una de las menos boscosas de Gran Bretaña. Sin embargo, su hermosura está fuera de discusión, discurriendo entre páramos y cruzando la baja cordillera de Los Peninos. Transformar esta franja de tierra en un espacio más verde y exuberante no solo haría más atractivos los alrededores de las ciudades vecinas, sino que, sobre todo los fines de semana, garantizaría más visitas a Yorkshire Dales y Peak District, pintorescos parques nacionales muy frecuentados los días de sol. Por no hablar de que podría unificar los hábitats de algunos animales raros, como es el caso de ciertas especies de pájaros y murciélagos. ¿Y quién quita que en un par de décadas, saltando de rama en rama, una ardilla pueda viajar de una costa a la otra?

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.

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