Narely Yocelin, 16 años, Tijuana (Baja California). A sus 16 años, Narely Yocelin habla del muro, 'la migra' y los motivos que llevan a los migrantes a cruzar a Estados Unidos con toda la naturalidad del mundo. La joven vive en Nido de las Ăguilas, una colonia pobre de Tijuana que estĂĄ literalmente al lado de la valla fronteriza. Su abuela construyĂł una pared en el patio de su casa para no ver lo que pasa al otro lado. Y Yocelin dice que prefiere ver ese muro que el que va a construir el presidente Donald Trump porque, considera, "serĂa ver a los mexicanos derrotados por Ă©l". CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Pedro Morales, 67 años, Tijuana. La casa de Pedro Morales, un hombre originario de Jalisco y residente en la colonia Nido de las Ăguilas, es la antesala de la ruta mĂĄs mortal en California para los migrantes. Tanto asĂ que en su patio estĂĄ la oxidada lĂĄmina de tres metros de alto que el gobierno de Estados Unidos colocĂł a principios de la dĂ©cada de 1990 para tratar de detener a los indocumentados. âHay unos que asĂ como se brincan los agarran. Como a los 10 minutos ya los tienen bien apañados (arrestados)â, cuenta don Pedro, recargado sobre la valla fronteriza. âCuando se pone la neblina y cuando estĂĄ lloviendo es cuando mĂĄs pasa la gente. Ahorita no, en el dĂa noâ, aclara. CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
JosuĂ© GarcĂa, 22 años, Mexicali (Baja California). En el Hotel del migrante deportado, un albergue que renta las ruinas de lo que fue el famoso Hotel Centenario en el centro histĂłrico de Mexicali, nos encontramos con JosuĂ© GarcĂa, un joven de 22 años que dijo haber llegado allĂ huyendo de la mara. "En Honduras hay mucha delincuencia, los pandilleros quieren que trabajes para ellos robando y vendiendo droga . Muchos evitamos problemas y por eso salimos de nuestro paĂs", dijo JosuĂ©, quien, cuando lo encontramos, estaba esperando el mejor momento para tratar de saltar la valla y entrar a Estados Unidos. CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Mayra Zepeda (izquierda) y Evelyn LĂłpez, Mexicali. Entre las migrantes que se albergaban en el Hotel del migrante deportado estaban tambiĂ©n las hondureñas Mayra y Evelyn. âUsted no tiene idea de lo que me va a pasar si me regreso a Honduras. Me van a desaparecerâ, afirmĂł la primera. Ambas mujeres se conocieron en el camino y tambiĂ©n decĂan huir de la violencia de las maras. CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Isabel Romero, Mexicali. Isabel Romero es la directora del albergue gestionado por la organizaciĂłn Ăngeles sin Fronteras que ha llegado a tener hasta 700 personas. âDuermen en los pasillos, en la azotea, en la parte de abajoâ, dice. Romero cuenta cĂłmo consiguieron rehabilitar el hotel en ruinas con apoyo del gobierno. Ahora, a pesar de los esfuerzos, el edificio estĂĄ en malas condiciones: cortinas y cobijas hacen de puertas y ventanas y carece de ventilaciĂłn para sobrellevar los sofocantes veranos.
CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Baltazar Serda, Mexicali. La frontera tambiĂ©n se degusta y si no, que se lo pregunten a Baltazar Serda, quien atiende una âcarretaâ ubicada sobre la calle Ferrocarrileros en Mexicali donde vende los populares tacos de borrego. âSi vienes a Mexicali y no comes tacos de borrego, es como si no hubieras venidoâ, sentencia el hombre. Ăl asegura que su puesto tiene una salsa picosa que alivia cualquier exceso de alcohol y un caldo de res que cura la resaca. Sus mejores clientes son los trasnochados. CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Mauricio Villa, Mexicali. TambiĂ©n en Mexicali nos encontramos con el activista Mauricio Villa protestando por la construcciĂłn de una planta cervecera de Constellation Brands que, segĂșn estima, le quitarĂĄ el 25% del agua disponible a los habitantes de esa zona de Baja California afectada por la sequĂa. Ese es el argumento que tiene en pie de guerra a su organizaciĂłn, Mexicali Resiste, porque consideran que la crisis ambientalista que debe ser resuelta ya.
CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Reynalda TerĂĄn, Mexicali, 74 años. A Reynalda TerĂĄn le sobrarĂan motivos para estar enfadada con los indocumentados que cruzan de noche por su propiedad, que se ocultan en su patio trasero y que incluso se han metido a su casa huyendo de la Patrulla Fronteriza. Pero ella asegura que es afortunada por vivir frente a la valla metĂĄlica que divide California y MĂ©xico. âPobrecitos, me dan lĂĄstima, yo estuve igual que ellosâ, dice esta anciana que se beneficiĂł de la amnistĂa migratoria de la dĂ©cada de 1980. Aunque ya es ciudadana estadounidense, no olvida lo difĂcil que la pasan los indocumentados. âMuchos vienen a buscarse la vida, el pan de cada dĂaâ, comenta. CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
En Calexico (California) nos encontramos con este hombre que compagina dos empleos: por un lado es conductor de Uber y por otro lleva 18 años trabajando como agente de la Patrulla Fronteriza.
âLa satisfacciĂłn mĂĄs grande para un agente fronterizo no es agarrar a indocumentados, para mi fue agarrar a un violador de niñosâ, le dijo a Univision Noticias. El hombre, que prefiere que no se publique su nombre, dice que no estĂĄ totalmente de acuerdo con el muro que quiere construir Donald Trump. âPara las zonas donde cruzan muchos migrantes serĂa bueno tener un muro mĂĄs grandeâ, pero no cree necesario construirlo a lo largo de toda la frontera. âNo vale la pena gastar esa plata, es mejor que la gasten en educaciĂłnâ, afirma.
CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
âLa satisfacciĂłn mĂĄs grande para un agente fronterizo no es agarrar a indocumentados, para mi fue agarrar a un violador de niñosâ, le dijo a Univision Noticias. El hombre, que prefiere que no se publique su nombre, dice que no estĂĄ totalmente de acuerdo con el muro que quiere construir Donald Trump. âPara las zonas donde cruzan muchos migrantes serĂa bueno tener un muro mĂĄs grandeâ, pero no cree necesario construirlo a lo largo de toda la frontera. âNo vale la pena gastar esa plata, es mejor que la gasten en educaciĂłnâ, afirma.
CrĂ©dito: Ana MarĂa RodrĂguez.
Octavo Celaya OrtĂz, Sonoyta (Sonora). Don Octavio Celaya OrtĂz es el dueño de una farmacia a pocos metros de la lĂnea fronteriza. Ăl lleva 68 años residiendo en este municipio y hace 5 fue presidente municipal, lo que le permite tener una visiĂłn mĂĄs clara de las necesidades del pueblo. âSomos un oasis en el desierto, un lugar de paso. Nos favorece el turismo nacional porque somos el cuello de botella de la repĂșblica mexicana hacia las Californiasâ, explica. CrĂ©dito: Esther Poveda
Alberto Murillo, Sonoyta (Sonora). TambiĂ©n en Sonoyta nos encontramos con Alberto Murillo, el dueño de una tapicerĂa en esta ciudad fronteriza con Arizona que se ha especializado en fabricar objetos de camuflaje para ayudar a los indocumentados a cruzar el desierto. "Yo igual crucĂ© la frontera y sĂ© lo que se sienteâ, afirma el hombre. Murillo le contĂł a Univision Noticias quĂ© vende en su tienda y por quĂ© lo hace. CrĂ©dito: Esther Poveda
Francine Jose, reserva binacional indĂgena Tohono Oâodham (Arizona/Sonora). Francine Jose vive a pocas millas de la frontera entre EEUU y MĂ©xico, en el territorio de la naciĂłn Tohono Oâodham. Su tribu se niega rotundamente a que en sus tierras se construya un muro fronterizo y eso les convierte en uno de los puntos mĂĄs atractivos para los migrantes que quieren llegar a Estados Unidos . Su vivienda estĂĄ en mitad de la nada, solamente rodeada por cactus y con frecuencia recibe visitas inesperadas de migrantes perdidos en un desierto, que llega a superar los 125 grados Fahrenheit. âQuiero ayudarles, pero no quiero meterme en problemas", dice la mujer. CrĂ©dito: Esther Poveda.
Max Iseler, 17 años, Nogales. A este estudiante de secundaria de Washington DC nos lo encontramos en Nogales (Sonora), en el albergue de migrantes a donde llegĂł para ayudar como voluntario durante una semana. "Quiero ayudar a encontrar una soluciĂłn a este problema", le dijo a Univision Noticias. AllĂ nos contĂł que antes no era consciente de la medida en que la inmigraciĂłn afecta a tanta gente de diferentes paĂses. "No son solo nĂșmeros. Ver a la gente, escuchar sus historias y ver sus sonrisas me ha cambiado", asegura. CrĂ©dito: Esther Poveda
RubĂ©n SĂĄnchez, 43 años. Agua Prieta, Sonora. El muro fronterizo entre MĂ©xico y Estados Unidos no solo separa paĂses sino tambiĂ©n familias. A pocas millas de la valla divisoria nos encontramos con RubĂ©n SĂĄnchez para quien los barrotes de hierro construidos a lo largo de esta frontera no son mĂĄs que "un monumento a la intoleranciaâ. A Ă©l, lo separan de su hija, Ruby, quien hace unos meses emigrĂł a territorio estadounidense y no puede cruzar a visitarlo porque se encuentra en medio del proceso para obtener su residencia.
Crédito: Esther Poveda
Crédito: Esther Poveda
Julio Camacho, 73 años. Nogales (Sonora). Sentado al lado de su puesto de venta de artĂculos mexicanos a las afueras de la garita DeConcinni, uno de los tres puertos fronterizos en Nogales por donde diariamente pasan cientos de personas, nos encontramos a Julio Camacho. âAntes, los clientes estadounidenses cruzaban para hacer compras aquĂ, pero ahora los productores mandan las cosas por mayoreo al otro lado y a nuestros negocios les ha ido muy malâ, cuenta Camacho. SegĂșn explica, el turismo y la economĂa de la frontera se han visto afectados por las polĂticas y el discurso en contra de los indocumentados de Donald Trump y temen que la reciente decisiĂłn de imponer aranceles en algunos productos mexicanos cause un fuerte golpe en la regiĂłn.
Crédito: Esther Poveda
Crédito: Esther Poveda
Ivan Thompson, Entronque, Chihuahua. Si hablamos de negocios, la frontera parece ser un buen lugar para dar rienda suelta a la creatividad. Eso le pasĂł a Ivan Thompson, un estadounidense que hace ya un par de dĂ©cadas se hizo popular como 'el vaquero del amor'. Fue tras llegar a la ciudad fronteriza de Anthony, en Nuevo MĂ©xico, para trabajar como vaquero. Como se sentĂa solo, puso un anuncio en un periĂłdico de Ciudad JuĂĄrez para buscar una novia mexicana. RecibiĂł 80 respuestas y decidiĂł montar un negocio para estadounidenses que, como Ă©l, buscaban una esposa al otro lado de la frontera. La idea le reportĂł beneficios y fama, pero decidiĂł dejarlo por el incremento de la violencia en la zona. Esta es su historia.
Crédito: Esther Poveda
Crédito: Esther Poveda
Guadalupe Valdivia, Sunland Park, Nuevo MĂ©xico. Para algunos habitantes de la frontera, el muro que divide Estados Unidos y MĂ©xico no es exclusivamente un elemento del discurso polĂtico sinĂłnimo del endurecimiento de las polĂticas migratorias. Es una realidad con la que conviven cada dĂa. Ese es el caso de Guadalupe Valdivia, una vecina de Sunland Park, fronteriza con Chihuahua. Ella viviĂł la Ă©poca en la que los migrantes cruzaban a sus anchas de un lado a otro, presenciĂł persecuciones de la Patrulla Fronteriza en su propio jardĂn y vio cĂłmo se levantĂł el muro que, asegura, le da tranquilidad. âPara nosotros es mucho mejor si el muro estĂĄ tapando, pero esto ya es desde hace tiempo. No es desde que estĂĄ este señorâ, dijo Valdivia refriĂ©ndose al presidente Donald Trump. CrĂ©dito: Esther Poveda
VealquĂn GĂłmez, La Mesa, Nuevo MĂ©xico. âEs una pendejadaâ, un âderrocheâ de dinero. AsĂ define VealquĂn GĂłmez el muro que se estĂĄ ampliando muy cerca de su casa. Para Ă©l, cualquiera que quiera saltarlo tan âsolo necesita una escalera mĂĄs altaâ de los 18 pies que mide la valla fronteriza que conoce bien. Este hombre es un defensor de los inmigrantes mexicanos y asegura que sin ellos âno tendrĂamos agricultura" porque no habrĂa mano de obra. CrĂ©dito: Esther Poveda
Alicia Estrada, Guadalupe (Chihuahua), 51 años. La violencia de los cĂĄrteles del narcotrĂĄfico hizo que Guadalupe, un municipio en una zona rural y desĂ©rtica en el Valle de JuĂĄrez, se quedara prĂĄcticamente vacĂo. Algunos vecinos se fueron y a otros los mataron, entre ellos a los agentes de policĂa. Al esposo de Alicia Estrada lo hallaron muerto a orillas de una carretera en 2010. Pero ella, al contrario que muchos de su municipio, decidiĂł quedarse. âEstamos mĂĄs seguros sin policĂas, ya no los necesitamosâ, dice desde el sector Barriales. En su cuadra solo vive ella y dos personas mĂĄs. El resto de las casas, mĂĄs de una decena, estĂĄn abandonadas. Pero ella asegura no sentir temor. CrĂ©dito: Luis Velarde
Adele Santiago, 48 años, Tornillo (Texas). Adele Santiago rompe en llanto cuando habla de su pasado. Siente con frecuencia un âgran dañoâ, tristeza e impotencia. Cuando tenĂa 7 años cruzĂł la frontera de MĂ©xico a Estados Unidos con sus padres que fueron detenidos por funcionarios de inmigraciĂłn. A ella la dejaron tirada en el medio de la calle y una señora la acogiĂł hasta que pudo reunirse con sus padres. Ahora se identifica con los migrantes que han sido separados de sus padres en la frontera en los Ășltimos meses. âReunifiquen a las familiasâ, decĂa la pancarta que llevaba en Tornillo, cerca de uno de los centros de detenciĂłn de menores donde la encontramos. CrĂ©dito: Luis Velarde
Marco Baeza, Presidio (Texas). Como hacen muchos en su municipio, Marco Baeza cruza al menos una vez a la semana la frontera hasta Ojinaga, el pueblo mexicano del otro lado. AllĂ va a comer, a comprar porque es mĂĄs barato, a visitar conocidos o al mĂ©dico. Baeza es jefe de policĂa de esa localidad texana desde 2002, se siente tan estadounidense como mexicano (Ă©l naciĂł en Tijuana) y dice estar orgulloso de que, desde que asumiĂł el cargo, allĂ no ha habido un asesinato. Como ciudadano de dos naciones, asegura que le molesta cĂłmo muchas personas criminalizan a los inmigrantes. Mira su historia aquĂ.
Crédito: Patricia Clarembaux
Crédito: Patricia Clarembaux
Marcelo Aranda Rioja, Ojinaga (Chihuahua). Marcelo Aranda coordina el programa de educaciĂłn para adultos de Chihuahua que recibe a los deportados para ofrecerles educaciĂłn. âUna persona se encarga de registrarlos, anotarlos y entregarles una libretita con un lapiceroâ, cuenta este profesor con 50 años de experiencia. Pero en los Ășltimos tiempos, asegura, âno ha habido mucha demanda de educaciĂłn entre los deportadosâ y teme que el programa se acabe. CrĂ©dito: Luis Velarde
Mike Davidson y Ernesto HernĂĄndez, Boquillas Crossing (Texas) - Boquilla del Carmen (Coahuila).- Estos dos amigos son un ejemplo viviente de que la cooperaciĂłn entre MĂ©xico y Estados Unidos es posible y puede ser muy positiva. Davidson es estadounidense y HernĂĄndez, mexicano. Ambos decidieron asociarse hace cinco años en un proyecto que impulsan a diario en el propio RĂo Grande: tienen pequeñas canoas que cruzan a los turistas desde la inhabitada orilla de Boquillas hasta la del poblado de Boquillas del Carmen. "Nosotros queremos probar que las relaciones binacionales son buenas", dice Davidson. CrĂ©dito: Luis Velarde
LucĂa Orozco Ureste, 38 años, y familia. Boquillas del Carmen. LucĂa, su esposo y sus cuatro hijos viven en el remoto pueblo de Boquillas del Carmen, en Coahuila. Como viven en las afueras tuvieron que comprar sus propias celdas solares para poder encender un ventilador y tener un poco de luz por la noche. Tampoco tienen agua corriente, la toman del rĂo. âNosotros compramos nuestros es solares porque el gobierno no nos los dio (...) porque es una zona de riesgoâ. CrĂ©dito: Luis Velarde
Carla Elizabeth MartĂnez, 28 años, Boquillas del Carmen. Carla Elizabeth MartĂnez trabaja como cocinera en el restaurante JosĂ© Falconâs, uno de los dos que tiene Boquillas del Carmen. No terminĂł la secundaria porque su papĂĄ se enfermĂł y tampoco espera acabarla. Recuerda con dolor los años en que la frontera con Texas estuvo cerrada, despuĂ©s del atentado de las torres gemelas. Su familia fue de las que vendiĂł figuras de alambre en pleno RĂo Bravo. Su hermano cruzaba y dejaba la artesanĂa del lado estadounidense con un bote para que los turistas dejaran el dinero. Mientras, se quedaba cantando en la orilla mexicana. Al final del dĂa, recogĂan las ganancias. CrĂ©dito: Luis Velarde
Juan Pablo Medeano, 19 años, Ciudad Acuña. Juan Pablo trabaja en un taller mecĂĄnico a orillas de la carretera. Lamenta que en su ciudad puede andar por la calle de noche con confianza: âMe pueden golpearâ, dice con timidez, aunque asegura que hasta ahora nada le ha pasado porque es precavido. CrĂ©dito: Luis Velarde
Norma, McAllen (Texas). Un dĂa, el hijo de Norma le comentĂł que vivĂan en una jaula. TenĂa tan solo 11 años. En casa nunca lo habĂan hablado, pero la mujer pensĂł que su pequeño tenĂa demasiada razĂłn. La âjaulaâ es el valle del RĂo Grande, en el extremo sur de Texas: âNo podemos salir ni a MĂ©xico ni a Estados Unidosâ. Para ella y su esposo, la repetida idea de que la frontera es un paĂs aparte toma dimensiones reales. Al sur tienen la frontera con MĂ©xico, que superaron por una garita hace 17 años y que no volvieron a cruzar nunca mĂĄs por miedo a no poder volver a Estados Unidos. Al norte, los llamados checkpoints, puntos de control de la Patrulla Fronteriza donde verifican la documentaciĂłn antes de abandonar el ĂĄrea. CrĂ©dito: DamiĂ BonmatĂ