Un juez ordena la entrada en prisión inmediata de Lula: así fue la caída de un símbolo en Brasil
SAO PAULO.- El juez federal brasileño Sergio Moro decretó este jueves la prisión del expresidente brasileño Luiz Inácio 'Lula' da Silva, condenado a 12 años de cárcel por corrupción, y le concedió un margen de un día para entregarse. Antes de las 5 de la tarde del viernes deberá entregarse en Curitiba.
La decisión del juez moro se produce menos de un día después de que el Supremo Tribunal Federal (STF) votase en la madrugada en contra del habeas corpus que había solicitado la defensa del expresidente, lo que marcó la caída de una de las figuras más relevantes de la política brasileña de las últimas décadas.
Brasil amaneció el jueves más silencioso de lo normal, tras la resaca judicial que tuvo al país en vilo hasta entrada la medianoche. Un silencio que no se sabe si es de satisfacción, de tristeza o es apenas la quietud del que todavía tiene que digerir el impacto.
Lula, a quien operación Lava Jato, el mayor escándalo de corrupción de la historia del país donde cientos de políticos recibieron sobornos millonarios de constructoras a cambio de licitaciones. Un triplex en la playa de Guarujá, en la costa de Sao Paulo, es según el juez Sergio Moro, lo que habría recibido el líder del Partido de los Trabajadores (PT) de la constructora OAS para conseguir que la empresa firmara tres contratos con la semiestatal Petrobras.
Las escrituras del apartamento no citan a Lula. Nunca estuvo a su nombre y ése es uno de los principales argumentos de la defensa del petista que tanto en los juicios en primera como en segunda instancia alegó “falta de pruebas”.
Su abogado, Cristiano Zanini, lo repite: “La condena a doce años de prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero sólo se entiende como una persecución política porque no hay pruebas. El objetivo es que mi cliente no vuelva a gobernar Brasil justo cuando lidera las encuestas para las presidenciales de octubre”. Lo que sí hay son delaciones y acusaciones del exdirector de OAS, Leo Pinheiro, que involucran al petista. “Testimonios que se consiguieron bajo delación premiada”, dice la defensa del PT.
En una entrevista a la emisora CBN, y reproducida por el diario O Globo, el exmandatario dijo que la orden de prisión en su contra es "absurda" y responde al "sueño" del juez Moro de verle "pasar un día preso". Lula lo señala de actuar "políticamente" para "impedir el derecho a la defensa".
El símbolo
Independientemente de unas u otras pruebas, hace tiempo que la sociedad brasileña juzgó a Lula da Silva. Sus seguidores alegan que es una víctima de persecución política, mientras que sus detractores consideran su prisión como el punto y final de la corrupción.
Algunos de los grandes medios no han tenido un papel inocuo en esos juicios prematuros, con informaciones en ocasiones tendenciosas que colocaron al expresidente como máximo responsable de la corrupción del país. Una idea un tanto exagerada cuando se echa un ojo a los grandes políticos de otros partidos salpicados por acusaciones a veces más graves que las del petista, como el exgobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral (PMDB), el senador y líder del PSDB, Aécio Neves; incluso el propio presidente de la República, Michel Temer (PMDB).
Pero ninguno de ellos es un símbolo. Y Luiz Inácio Lula da Silva sí lo es. Ya desde su juventud cuando dirigía el sindicato de los metalúrgicos de San Bernardo (Sao Paulo) y lideraba las huelgas históricas del sector. Cuando con la ayuda de los teólogos de la liberación, algunos pesos pesados de la iglesia católica y un puñado de intelectuales creó el Partido de los Trabajadores (PT).
Un símbolo cuando después de perder tres elecciones se convirtió en 2002 en el primer obrero sin estudios en alcanzar la presidencia de la República de Brasil. Después fue el líder del “acuerdo social” entre las clases más bajas y las élites. Fue el que sacó de la miseria a 35 millones de pobres. El presidente brasileño que volvió a mirar hacia América Latina y le impuso a Itamaraty (el ministerio de Relaciones Exteriores) la tan citada Cooperación sur-sur, como si alguna vez el continente sudamericano pudiera independizarse de su vecino del norte. Lula da Silva fue el líder mundial con el que todos se querían sentar, desde el francés Sarkozy hasta el iraní Ahmadineyad.
Pero sus mandatos de éxito -crecimiento económico, redistribución de la renta, programas sociales de educación- también estuvieron marcados por acusaciones de corrupción ya en su primera legislatura. En 2005 saldría a la luz el Mensalao, un escándalo de compra de votos que se llevó a prisión a algunos de los hombres de confianza del petista. Lula consiguió librarse, pero el fantasma de presidente corrupto ya estaba sobre sus espaldas. Sólo necesitaba un pequeño empujón para que la tormenta volviera con fuerza: Lava Jato no fue un empujón, sino una sacudida sísmica. Y Lula, para muchos se convirtió también, en símbolo de la corrupción.
La sociedad fracturada
En la tarde del miércoles los once magistrados del Supremo Tribunal Federal (STF) tenían que tomar la decisión de conceder o no un habeas corpus al hombre que representa significados infinitos. A la figura que provoca más enfrentamientos entre los brasileños. El juicio era mucho más que analizar un mecanismo jurídico por el que Lula da Silva podría esperar la condena definitiva -tras las apelaciones en tribunales superiores- en libertad. Lo que se jugaba ayer para la parte de la sociedad que quería verlo entre rejas, era la lucha contra la corrupción. Para la otra, estaba en juego el respeto a la Constitución, la presunción de inocencia, el estado de Derecho.
Esa fractura también se sintió en el debate de los magistrados que duró más de diez horas. Días antes, el STF había recibido presiones de otros juristas, de movimientos sociales, e incluso del Ejército, con generales como Luiz Gonzaga Schroeder, quien llegó a amenazar con una intervención militar si Lula da Silva no iba preso.
Por eso, los seis magistrados que votaron en contra del habeas corpus quisieron dejar claro que su decisión era independiente y todos ellos reconocieron que la sociedad está dividida, indignada, cansada, enfadada: “No sucumbimos a los anhelos de una sociedad punitiva que se encuentra en clima de histeria”, dijo Edson Fachin, juez responsable de la operación Lava Jato en el Supremo. Su compañero Luis Roberto Barroso también votó en contra para “acabar con el pasado de impunidad que nos caracteriza”.
Los magistrados que se mostraron a favor argumentaron su decisión con la defensa del artículo V de la Constitución brasileña que trata sobre la presunción de inocencia: “Ningún preso debe considerarse culpable hasta el tránsito en juzgado de una sentencia penal condenatoria”. Por eso el magistrado Ricardo Lewandowski dijo que el miércoles se recordaría como “el día en el que la Corte Suprema colocó el sagrado derecho a la libertad en un escalón inferior al derecho de la propiedad”.
Su colega Marcos Aurelio lamentó que la decisión de conceder un habeas corpus se interpretara como contraria a la lucha contra la corrupción: “Nadie está a favor de la corrupción, que quede claro. Hay que volver a la racionalidad y a los argumentos porque nuestra sociedad está tan indignada que sacaría las vísceras, la sangre y pondría en el paredón a todos los acusados, con proceso o sin proceso jurídico, simplemente por ser acusados de corrupción”.
La profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Federal de Sao Paulo (Unifesp), Esther Solano, apoyaba la tesis de este último magistrado: “La operación Lava Jato ha luchado contra la corrupción disminuyendo las garantía penales, con prisiones preventivas, mandatos de conducción coercitiva, etc. Lo que debemos preguntarnos es si para acabar con este problema vale cualquier método, si el fin justifica los medios”, nos decía la también socióloga.
La amenaza de los militares de llevar a cabo una intervención militar si el expresidente no fuera preso, ha dejado otra herida en la vapuleada democracia brasileña. Algunos interpretan que el Supremo sucumbió a las amenazas del Ejército, una institución que hoy en día está mucho mejor valorada entre los brasileños que el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. No en vano el segundo candidato favorito para las elecciones presidenciales de octubre es el exmilitar Jair Bolsonaro, un ultraderechista, que hace comentarios racistas y homófobos y que tiene a Donald Trump como modelo a seguir.
Futuro incierto
En Brasil, todos daban por hecho que el mandato de prisión llegaría a partir del 10 de abril, pero el juez moro no quiso esperar al periodo en que los abogados de Lula podían agotar otros recursos jurídicos.
"Al condenado, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, le concedo, en atención a la dignidad del cargo que ocupó, la oportunidad de presentarse voluntariamente a la Policía Federal en Curitiba hasta las 17:00 (hora local, 20.00 GMT), del día 06/04/2018, cuando deberá ser cumplido el mandato de prisión", señaló Moro en su decisión.
Y pese a que los abogados de Lula advierten que la decisión del Supremo es anticonstitucional sino y “desafía a las Cortes Internacionales de Derechos Humanos”, Lula parece que no puede librarse de la cárcel. Lo que parece más difícil es que llegue a cumplir los doce años que exige la pena. La sentencia de los Tribunales Superiores podría absolverle más adelante.
Lo que sí se antoja prácticamente imposible es su participación en las eleciones de octubre. El PT insiste que seguirá como candidato, pero la afirmación resuena más como otro eco simbólico que nos dice que su lucha y la defensa de su inocencia continuarán, que como una posibilidad real. Con Lula fuera de los comicios la izquierda brasileña se queda sin su principal candidato. La idea de un Frente Amplio de Izquierdas que una a diversas siglas progresistas en una sola candidatura es una carta que vuelve a ponerse sobre la mesa.
El tiempo demostrará si la investigación Lava Jato continúa adelante y sirve de freno a la corrupción endémica que ha salido a la luz en los últimos años. La prisión de uno de los mayores símbolos del país manda un recado claro a las grandes figuras de Brasilia acosadas por procesos de fraude, corrupción, desvío de dinero… Puede que sea el inicio de un cambio, o que la sociedad profundamente indignada y dividida apueste por salidas más radicales, candidatos de la antipolítica que mantengan a Brasil en el desconcierto en el que parece haberse instalado.