Por qué hay que dejar de ver a Camila Parker como la malvada de los cuentos de hadas
Tenemos que dejar de ver a Camila, la flamante reina consorte de Reino Unido tras la proclamación de su esposo Carlos III como nuevo rey, como la malvada de los cuentos de hadas.
La vida no es como en las historias de princesas y la nueva reina merece que le demos una nueva mirada a su historia y, sobre todo, que dejemos de culparla por algo de lo que tiene, quizás, más responsabilidad la institución compleja -y para muchos obsoleta- de la monarquía británica, que ella misma.
Además, es urgente que dejemos de usar su aspecto físico para seguir ejerciendo una condena moral sobre ella.
Camila, Carlos y Diana: una "apretada" historia de tres
Cuando la princesa Diana dijo en 1990: “Éramos tres en el matrimonio, por lo que se sentía un poco apretado”. Luego, en 1992, se publicó el libro ‘Diana, her true story’, en donde la vida de Camila Parker quedó completamente expuesta, la condena de ser la tercera en discordia, la amante, la rompehogares quedó sentada sobre Camila para siempre.
Se le convirtió de inmediato en el enemigo público número uno. Un gesto muy propio de nuestra cultura que exoneró de mucha de la responsabilidad al príncipe, quien había roto el pacto matrimonial, y más bien se ensañó con Diana y Camila, como víctima y villana, dos roles estrechos en los que solemos empotrar a las mujeres que protagonizan la escena pública.
“Cuando analizamos las sociedades patriarcales descubrimos que la primera gran división que se construye es la división entre las buenas y las malas mujeres. Es una postura muy dicotómica pensar que la mujer que se casa con el príncipe Carlos se convierte automáticamente en la buena mujer, mientras que las que están alrededor o estuvieron por fuera del matrimonio son las malas”, explica Nelly Lara, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la Uiversidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en México.
Además, añade: “Cuando Diana empezó a romper con el modelo, una vez divorciada de Carlos, y empezó a relacionarse con otros hombres públicamente, eso ya no le gusto a la monarquía y entonces fue a ella a la que convirtieron en una nueva mujer mala”.
Y no, no vamos a defender el amantazgo de la duquesa y el actual heredero del trono, pero sí hay que ponerlo en contexto. No podemos olvidar que fue justamente la reina Isabel II y el cuidador del príncipe Carlos, Lord Mountbatten, quienes se opusieron a la cercana amistad, con tintes de romance febril que nació en el verano de 1971 entre Camilla Rosemary Shand y el príncipe Carlos.
Una relación que, según Penny Junor, autor de ‘The Duchess’, la única biografía seria que se ha hecho sobre Camila, fue definida por el príncipe como “ligera, pacífica y mutuamente feliz”. Así que cuando Camilla conoció al tímido y, para algunos, poco agraciado hijo de los dueños de la corona, Diana Spencer ni siquiera había aparecido en escena.
Las razones para no considerar a Camila alguien digna de entrar a la familia real, a pesar del amor que había, fueron que no era suficientemente aristocrática y, además, no era virgen. Camila era a toda regla una rebelde, una mujer que había crecido con mucha libertad en el campo, con una infancia feliz, y sí, con un goce sin tapujos que había hecho muy conocido su amorío con el popular oficial de armada Andrew Parker Bowles, con quien luego contraería matrimonio.
Fue la monarquía -un sistema colonialista y patriarcal, aunque tuviera una reina al mando- la que decidió los destinos amorosos del príncipe Carlos. Y para perpetuar esta opresión le consiguió al joven aristócrata una mujer que, por el contrario, encajaba con todos los cánones de una jovencita digna algún día de ser reina.
Camila nunca fue tan bien portada, ni con tanto abolengo, ni con tan perfecto pelo como Diana de Gales y, aún así, terminó siendo la esposa ideal del príncipe Carlos y ahora, tras el fallecimiento de la Reina Isabell, la reina consorte de Inglaterra.
De amante a reina consorte
No deja de ser paradójico que todo aquello que se vio como no digno, ni suficiente en Camila, esté ahora a puertas de ocupar el cargo más canónico de la monarquía: el de reina.
“No hay vida más estereotípicamente femenina que la de una esposa real. Todos conocemos el ejercicio: verse bien (especialmente con tiaras), dar a luz a bebés (especialmente niños) y caminar uno o dos pasos detrás de su hombre. Entonces qué extraordinario es pensar que Camila, la duquesa de Cornwall subvierta eso. De hecho, no creo que sea exagerado sugerir que algún día ella podría ser descrita como la reina más feminista que jamás tendremos”, escribió Julie Bindel, la reconocida escritora feminista inglesa, en el diario The Telegraph.
Además de lidiar por décadas con ser reconocida sistemáticamente por las encuestas y la prensa como “la mujer más odiada de Inglaterra”, odio que lejos de desvanecer se vio, por ejemplo, incrementado con el lanzamiento de la cuarta temporada de la serie ‘The Crown’, Camila ha tenido que sobrellevar el castigo por excelencia que se le da a las mujeres que no encajan o desafían los cánones: tildarla de fea, revisar con malicia su estilo y denigrar su cuerpo.
“La crítica de los medios a Camila está formada principalmente por su incumplimiento de las interpretaciones contemporáneas de lo bello, que se definen por la juventud y la feminidad. La esposa anterior del príncipe Carlos, Diana, ofrece un buen contraste con ella ya que, si bien las indiscreciones personales de la princesa eran tan moralmente reprochables como las de Camila, la belleza de Diana de alguna manera la exoneró de los niveles de condena con lo que ha tenido que lidiar ella”, analiza en el paper ‘A a Sexual Political Analysis of Media Criticism of Camilla Parker Bowles’, la profesora asociada del departamento de ciencia políticas de la Universidad de Melbourne, Lauren Rosewarne.
A Camila la prensa la ha comparado con un caballo, por sus rasgos poco finos y porque es y ha sido una mujer de campo. Bueno y porque cuando se quiere ofender a una mujer, la fauna animal como las zorras, las perras y hasta las gorilas siempre están en el menú.
Su pelo, nunca suficientemente educado, ha sido cubierto con tanto ahínco como si fuera el más delicado asunto de estado, y el hecho de que haya decidido lucir su edad sin esconder sus arrugas sigue siendo un símbolo de desafío a las convenciones tradicionales de lo femenino que para miles parece intolerable.
Con la imperturbabilidad propia con la que un miembro de la realeza tendría que lidiar con esta avalancha de críticas, Camila consiguió, sin embargo, un cierto beneplácito de la prensa y la opinión pública tras contraer matrimonio con el príncipe y poder mostrar la realidad que había detrás de ella, más allá de la figura de la amante.
Después de todo, no se le podía seguir reduciendo a un cliché si ya hacía parte de la familia real. “ Tan pronto se casó, empezó a aparecer públicamente con el príncipe y cuando la gente la conocía se sorprendía de lo cálida, amistosa y divertida que era. Amable con la prensa y servicial con los fotógrafos, los diarios empezaron a escribir cosas más amables sobre ella”, escribió en 2017, el biógrafo Penny Junor en su libro.
“El rol de Camila es particular porque, si al principio pudo ser vista como una rebelde, una vez que ingresa a este circuito monárquico de manera oficial termina cumpliendo con los mandatos que le pide la realeza. Ella no es una mujer que confronte a Carlos, ni a la monarquía, tampoco es una mujer que tenga protagonismo, es una mujer que termina en un papel desvanecido y siempre como acompañante”, asegura Nelly Lara, de la UNAM, quien ve en el nuevo papel de reina consorte un signo preocupante de lo que pasa con las mujeres hoy en día en los países del primer mundo.
“Si analizas lo que significa la palabra consorte, te das cuenta que es solo una compañera, sin voz, sin decisión, sin voto y me parece que eso es un síntoma interesante de lo que pasa en países del primer mundo con la figura de las mujeres. Reino Unido, en donde tanto lucharon las sufragistas por su derecho al voto, de pronto ya no tiene una reina, sino una reina consorte, que se queda como una compañera silenciosa”.
A pesar de este empotramiento en los mandatos reales, las encuestas, para noviembre de 2021, todavía mostraban que los rezagos de su mala fama no han sido tan fáciles de sacudir. Según YouGov, solo el 14% de los británicos estaba de acuerdo con que Camila recibiera el título de Reina.
Sin embargo, su aceptación dentro de la familia real sí que había cambiado. A pesar de que la reina Isabel no asistió al matrimonio de la pareja años atrás y se rumoraba una tensa relación, sí que dejó claro por documento escrito su voluntad en cuanto al título que debería asumir Camila, una vez ella falleciera y Carlos se convirtiera en rey.
“Cuando llegue el momento, mi hijo Carlos será rey. Sé que le darán tanto a él como a Camilla el mismo apoyo que me han dado a mí. Es mi sincero deseo que, cuando llegue ese momento, Camilla sea conocida como reina consorte mientras continúa su propio y leal servicio”, consignó la monarca en febrero de este 2022, durante las celebraciones del aniversario 70 de su reinado, para despejar cualquier asomo de duda.
Ahora Camila, a pesar de todos los obstáculos, comparaciones, vilipendios y malas encuestas caminará al trono. Habrá que ver qué rol juega y qué historia de sí misma logra contar cuando esté ahí sentada.