Adiyaman, la ciudad turca donde el Estado Islámico recluta a sus terroristas

Por: Ricardo Ginés
ESTAMBUL/ADIYAMAN, Turquía.- La situación llegó a ser tan insostenible que cuando Orhan Gönder amenazó con tirarse por la ventana, su tío le instó a hacerlo sin dilación.
“¡Vamos, salta!, ¡Eres una desgracia para la familia!”, le gritó.
Y realmente, Orhan Gönder, de 20 años, actualmente en prisión, iba a traer más de un infortunio a la familia.
De haber saltado, como era instado por su tío —el panadero Ercan Gönder— quizás hoy en día cinco personas seguirían con vida.
Porque el 5 de junio de 2015 su sobrino dejó una bomba en una papelera en Diyarbakir, la gran ciudad kurda del sureste de Turquía. Y lo hace en medio de un mitin de un partido prokurdo, el de los Pueblos Democráticos (HDP), causando cinco víctimas mortales y cientos de heridos.
Con su atentado comenzó una espiral del terror del Estado Islámico (EI) en Turquía que hasta ahora —todavía sufriendo el recuerdo marcado a fuego del triple atentado suicida del martes 28 de junio— ha costado la vida a más de 200 personas en Turquía.
Pero toda serpiente tiene su huevo. Y en Turquía ese huevo se llama Adiyaman, una ciudad con una población de unas 200.000 personas en el sureste del país.
Hasta que los medios turcos fueron conscientes de que algo estaba pasando en esta urbe conservadora, Adiyaman era sobre todo conocida como ciudad de paso —se encuentra apenas a 40 kilómetros— para llegar al monte Nemrut, célebre por su santuario en la cima lleno de gigantes cabezas de piedra que data de hace más de dos milenios.
Cuna de extremismo
Orhan Gönder procede de Adiyaman, una ciudad que ahora es lamentablemente célebre en Turquía debido a que una célula del EI tuvo su nido ahí. Y no una célula cualquiera, sino exitosa en el mercadeo de la muerte puesto que está vinculada a la carnicería de Suruc, sureste fronterizo con Siria, (atentado suicida el 20 de julio de 2015, 34 muertos y más de cien heridos) así como la de Ankara (doble atentado suicida el 10 de octubre del año pasado, 109 muertos y más de 500 heridos).
Por ello, cuando, pocos días después de la última matanza, varios periodistas llegamos a Adiyaman pensábamos que nadie hablaría. Lo contrario resultó cierto: todos querían corregir la mala imagen de la ciudad como “nido del terror”. Varios nos hicieron saber que la ciudad, al contrario de los prejuicios actuales, ha sido hasta ahora un ejemplo de coexistencia entre suníes y alevíes.
Precisamente eso hace más crucial el caso de Orhan puesto que procede de una familia kurdo-aleví y se inclinó por la versión fanática de la ortodoxia suní que encarna a fuego y a muerte el EI.
“A finales de 2013, después de preparar el ingreso en la universidad, Orhan comienza a cambiar para sobresalto de la familia. Empezó a no sentarse en la misma mesa con mujeres, ni siquiera con las hermanas, algo que para nosotros no es apropiado”, explica su tío, el panadero Ercan Gönder, que intentó tantas veces que Orhan abandonara el fanatismo.
“No sabíamos como tratarlo. Lo intentamos con conversaciones o discutiendo abiertamente con él. Llegamos a gritarle, pero no contestaba nada, se cerraba en sí mismo”, refleja su preocupación Ercan. “Luego se dejó la barba, cambió de ropa y solo comía una vez al día”, añade.
También, como otros familiares de fanatizados, acudió entonces a las autoridades y fuerzas de seguridad. Sin resultados. No se podía hacer nada, en teoría.
Reclutando jóvenes
Más de 30 chicos —con edades comprendidas entre los 17 y 25 años, varias mujeres entre ellos— empiezan a frecuentar un local en el centro de Adiyaman que reza “Rincón del té islámico” en 2013. Hasta su cierre en octubre del año siguiente, esta supuesta tetería era en realidad un lugar de reclutamiento para el EI.
De forma organizada a decenas de jóvenes que se preparan para el a la universidad en un centro de enseñanza conocido como dershane, un profesor, Ahmet Korkmaz,(que no tardará en desaparecer) intenta lavar el cerebro a los muchachos en vez de instruirlos. Supuestamente les alecciona sobre el verdadero islam pero una de las características que comparten sus malogrados discípulos es que sin un fuerte trasfondo religioso de sus familias o entorno no pueden advertir la trampa de conceptos sacados de contexto o de una lectura fatídica y nefasta del Corán.
Al igual que los fácilmente aprehendidos por una secta, los jóvenes captados en Adiyaman para el EI no tienen una identidad muy formada y adolecen de inseguridad vital. Sienten al poco mucho apego por un instructor que lleva como apellido “sin miedo” (korkmaz). Además, proceden de familias humildes y están por ello abiertos a cualquier novedad que les saque de la rutina que promete el seguir sus orígenes. Y las perspectivas no son buenas: el desempleo en Adiyaman es casi el doble que la media en Turquía (16% frente al 9,8%).
Cuando las autoridades deciden desarticular la célula después de la carnicería de Ankara ya es demasiado tarde: sus han recibido preparación en Siria para la elaboración de bombas, como explica uno de los abogados de las familias afectadas, Osman Suzen.
A pesar de que ha acabado tras las rejas, Orhan Gönder, que se arrepiente de haber puesto esa fatídica bomba en la papelera, puede que al final de cuentas haya tenido suerte: ha sobrevivido el atentado, ahora sabe hasta qué punto le lavaron el cerebro y el día que salga de prisión tendrá una segunda oportunidad para rehacer su vida. Su familia, con su tío incluido, así lo desean.
En cambio, sus compañeros de célula, los hermanos Alagöz no pueden ya saber que todo era un enorme lavado de cerebro para convertirles en barata carne de cañón: uno, Abdurrahman, se hizo explotar en Suruc cuando contaba 20 años y menos de tres meses después su hermano mayor, Yunus Emre, le siguió el ejemplo convirtiéndose en una bola de fuego en Ankara.