La cuna de las FARC se prepara para volver a vivir en paz

Tolima, Colombia.- —A los conductores aquí nos tocó mover muchos secuestrados. La guerrilla lo paraba a uno en cualquier parte y los echaba ahí, en el baúl; les tapaban la cabeza con una bolsa y uno manejaba sin mirar para atrás, sin preguntar nada. Y sin poderse negar, además, porque se metía en un problema con los guerrilleros. A uno le tocaba irse del pueblo, o le ofrecían plomo.
Franco Moreno cuenta su historia sin mayores dramas, con la vista siempre fija en la carretera. Viajamos en un antiguo campero ruso, entre los pueblos de Planadas y Gaitania, por una trocha pedregosa construida sobre el cañón del Río Atá: un tajo profundo que abre la tierra al sur del departamento del Tolima. En esta zona, hace 52 años, nacieron y aún viven las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); un lugar que, tras el acuerdo anunciado en agosto en La Habana, vio más cerca que nunca la paz.
—Hace cinco años todavía estaba esto muy caliente —recuerda ahora Moreno, sin dejar de esquivar las piedras y las zanjas que se le atraviesan en el camino—. Los lunes amanecían dos y tres muertos tirados en la vía. Uno tenía que bajarse del carro y moverles las piernas para poder pasar.
En los últimos años, la violencia de la guerra menguó en esta zona dejando paso a soldados y policías que deambulan por las calles con sus armas terciadas. La guerrilla es casi invisible, pero se niega a abandonar las montañas donde empezó su larga lucha. Moreno conduce el viejo 4x4 por la ruta agreste, y en varias curvas saluda con la bocina a los soldados que desde hace varios meses trabajan en la pavimentación.
—Por aquí ya no se ve guerrilla como antes —dice—. Pero uno sabe que ellos todavía están, y andan de civil. Aquí todos los comerciantes, nosotros los conductores y todo el que trabaje paga vacuna. Por eso veo difícil que las FARC hagan la paz . Esos tipos están enseñados a no trabajar: nada más cobran su plata, siempre armados. Qué va; se acabarán de nombre, pero esos se cambian el brazalete y siguen en lo suyo.
Bajo ese nombre sonoro —Marquetalia— figuran distintos lugares en el territorio colombiano: Marquetalia, la original, es un municipio apacible ubicado al oriente del departamento de Caldas, donde no hubo guerra ni guerrilleros. Marquetalia, luego, fue una finca nombrada así por Jacobo Prías Alape, alias Charro Negro, cuñado de Pedro Antonio Marín y, junto a él, dirigente campesino de las huestes que luego formarían las FARC. Marquetalia, por asociación, se llama también un caserío en la falda occidental del Nevado del Huila, situado a cuatro horas en mula de Gaitania, el pueblo donde Manuel Marulanda Vélez tuvo casa, mujer y un hijo.
Pero, sobre todo, Marquetalia es una conquista de la insurgencia: el ancho teatro de operaciones donde Marín —alias Marulanda, alias Tirofijo— y sus hombres resistieron durante años, siempre en movimiento, en su frenética lucha contra los hombres que empuñaban las armas del Estado.
La República de Marquetalia, como nombre, surgió en octubre de 1961, cuando el senador Álvaro Gómez Hurtado, del Partido Conservador, se refirió a distintas zonas del país que permanecían más o menos controladas por diversos grupos insurgentes. Gómez Hurtado las llamó “repúblicas independientes”, y mencionó varias: la de Planadas, la de Ríochiquito, la de Sumapaz y la del Vichada. Pero la relevancia de la guerrilla en esas zonas, con frecuencia aliada al Partido Comunista Colombiano, no fue el resultado de una iniciativa unilateral, sino la respuesta a una ofensiva militar —bombardeos incluidos— desatada por el gobierno central. Los ejércitos irregulares justificaban su lucha de acuerdo a los reclamos de indígenas y campesinos por el derecho a la tierra.
En su libro A lomo de mula, el sociólogo y cronista Alfredo Molano reconstruye los orígenes del fenómeno guerrillero, y cita las estadísticas divulgadas por la Comisión Investigadora de las Causas de la Violencia: “Entre 1948 y 1957, en el Tolima fueron asesinadas 35,294 personas, y se abandonaron 93,882 fincas”. La respuesta de los habitantes a esta campaña, según Molano, “fue la organización de 33 comandos armados en toda la región”. Así, en los alrededores de Planadas y Gaitania, se incubó el germen de la guerrilla que este miércoles, en La Habana, alcanzó un acuerdo con el gobierno de Juan Manuel Santos en este prolongado conflicto.
Gaitania es hoy la población más cercana al antiguo núcleo de la actividad guerrillera. El pueblo, de 11,000 habitantes, se fundó como una colonia agrícola y penal donde la llamada Hegemonía Conservadora, que gobernó el país desde 1886 hasta 1930, mantuvo cautivos a algunos bandidos, y sitiados a otros tantos militantes del entonces perseguido Partido Liberal.
Las calles del pueblo, al menos durante el día, permanecen más bien solitarias. La escasa actividad se reúne en torno a la plaza central, rodeada de comercios (farmacias, abastos, ferreterías y ventas de ropa) y vigilada, día y noche, por una estación de policía cuya fachada está cubierta de costales y alambradas que presagian un ataque inminente.
Gaitania, bautizada así en honor al líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en 1948, es un pueblo típico de montaña. Sus calles son empinadas, pues las casas fueron construidas en las faldas de un cerro. Allá arriba, a pocas horas caminando o en bestia, está la vereda de Marquetalia, que ha marcado la suerte del pueblo durante más de cincuenta años.
El centro de salud, inaugurado en marzo de 2007, fue construido en dos etapas: la primera es obra del ejército colombiano con apoyo de la Embajada de Estados Unidos (un médico rural, seis enfermeras, una ambulancia y un odontólogo que atiende solo los martes). El Ejército colombiano, en su afán de ganarse a la población, ha trabajado en obras de infraestructura: pavimentaron cinco calles del pueblo, y existe un plan para trabajar en varios proyectos de agricultura. Pero al Estado aún le cuesta ganarse la confianza de los locales, porque todos reconocen que allí, en la ancha zona de Marquetalia, quienes mandan son las FARC.
Allí las cicatrices de la guerra siguen frescas: en varias paredes del pueblo se ven orificios de bala y de granadas. Y en el ánimo de la personas flota una angustia permanente.
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Gaitania es un pueblo que se formó con la llegada de muchos desplazados, y de su suelo también se han ido cantidades. Hoy solo crece el campo de los alrededores, su población está básicamente estancada, y muchos jóvenes emigran en busca de oportunidades. La única esperanza que ofrece esta zona es el nuevo auge del café.
Mucho antes de que Tirofijo convirtiera Marquetalia en su bastión, el café ya era el principal negocio. Los campesinos, gente tozuda, cultivaban la tierra mientras esquivaban las balas de los combates. Pero las riberas fértiles del Río Atá nunca fueron aprovechadas en todo su potencial. Solo hasta hace diez años, decenas de cultivadores se reunieron en varias organizaciones, y hoy exportan café de altísima calidad con marcas variadas y empaques de diseño.
Astrid Medina es hija de un importante dirigente político de la zona. Su padre fue un activista que un mal día se ganó la inquina de las FARC. En un cruce de caminos, viajando por razones de trabajo, lo bajaron del carro donde viajaba y lo ejecutaron. Su hija pensó en abandonar Gaitania, pero la familia había heredado una pequeña finca en las afueras del pueblo.
—Y la pusimos a producir —dice. Astrid Medina, con la ayuda de su esposo, un veterinario convertido en experto cafetero, se encargaron de la tierra y la fueron mejorando, hasta sacar de ella las mejores cargas de la zona. En 2015 su producción ganó la prestigiosa Taza de la excelencia, un premio que reconoce el mejor café cultivado en Colombia cada año. Con el premio llegó el prestigio, y junto al café producido por Astrid varias marcas de Gaitania han conquistado mercados fuera del país. Hoy la mayor parte del grano producido allí es comprado por la multinacional Starbucks, que vende café de Marquetalia a través de 23,000 tiendas repartidas en 66 países.
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Flor Gutiérrez llegó a Gaitania en el año 69, junto a su padre, que montó una tienda en el pueblo y construyó una pequeña casa en la esquina de la plaza. Hoy Flor tiene allí varios locales comerciales, y es líder entre los comerciantes del pueblo. Desde un balcón en esa casa, ubicado a pocos metros de la estación de policía, ha visto de cerca los incontables ataques ejecutados por las FARC.
—Durante mucho tiempo la guerrilla anduvo por el pueblo. Uno convivía con ellos, que en una época fueron buenos: había mucha disciplina, no había ladrones, nada. Pero cuando llegó el ejército, la situación se puso difícil. Aquí durante muchos años no existió el ejército. Sí había policía, pero vivían encerrados en su estación. Contra esa estación ha habido aquí muchos atentados.
Gaitania sufrió numerosas tomas guerrilleras, con centenares de heridos y muertos. Después de las incursiones aparecía el Ejército, horas o días más tarde, a recoger los cadáveres y a evacuar a los heridos. Flor, sentada una noche en su balcón, describió innumerables actos atroces, combates, bombardeos y fuego de metralla que sacudió las calles del pueblo hasta hace muy poco.
—El último hostigamiento de la guerrilla fue en 2013 —recordó Flor—. Eso fue en plena madrugada, y apenas hubo un policía muerto: un milagro. Porque aquí echaron bala como para acabar con el pueblo entero.
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Raúl Durán, comerciante, es también el presidente de la Junta de Acción Comunal Central Gaitania, que trabaja —intenta trabajar— en varios proyectos, buscando obras que faltan en el pueblo. La Junta coordina acciones con la Alcaldía de Planadas, a cuya jurisdicción está adscrito el pueblo, y la Gobernación del Tolima; también con el Gobierno Nacional y el Ejército.
—Aquí carecemos de casi todo, y tenemos varias demandas que son urgentes. Necesitamos una oficina del banco agrario, porque solo hay en Planadas, y cuando alguien viaja con efectivo, lo roban en la vía, que está en pésimo estado y no es segura. Aquí las vías impiden el traslado eficaz de las cosechas, a precios razonables y en el tiempo ideal. En esa carretera ha habido muertos y muchos robos. Urge un plan de mejora de viviendas, y falta pavimentar veinte calles dentro del pueblo. Necesitamos renovar el alcantarillado, ampliar las escuelas y dotarlas de profesores; pero lo más urgente es atender el centro de salud, dotarlo de insumos. Hoy el 25% del pueblo no tiene electricidad, y por si fuera poco todo esto que le digo, encima tenemos que vivir con el chantaje de la guerrilla: “O pagan, o se van, o se mueren”.
En resumen, según Raúl Durán, la paz sin inversión social no es posible. Si el gobierno de Juan Manuel Santos quiere blindar la paz, en paralelo debe garantizarle a la población unas condiciones de vida dignas. Debe brindarles seguridad y protección; pero, sobre todo, debe poner a su alcance las oportunidades que durante décadas les fueron negadas.
Entre los años 80 y 90 buena parte del sur del Tolima vivió del auge de la amapola: los alrededores de Planadas y Gaitania se llenaron de sembradíos, la gente taló el bosque y explotó ese cultivo, hasta que el Estado empezó una campaña de erradicación. La zona vivió su bonanza, se movían montones de dinero en efectivo, pero también hubo muchos muertos. Los cultivos ilícitos secaron la quebrada La Soledad, que provee de agua a toda la población, y en 2015 se vivió la peor sequía de toda la historia.
A eso se resume la historia de Marquetalia: ante la ausencia del Estado, sumida en un entorno adverso y violento, sin ley de ningún tipo, la gente de esta zona ha sobrevivido aferrada a la ilegalidad. Y durante medio siglo han soportado, además, el peso del estigma: a cualquiera que viajara por el país podían detenerlo cuando veían su cédula: si tu documento decía “Planadas”, es decir, Marquetalia, seguramente eras guerrillero. Y preso ibas.
Pero hay ejemplos valiosos: desde hace exactamente veinte años, los indígenas nasa, vecinos de Gaitania, viven en paz gracias a un acuerdo que firmaron con la guerrilla de las FARC. Desde entonces, la guerrilla ha respetado el pacto y cesaron del todo las acciones contra ese pueblo indígena. Mirándose en ese espejo, los sufridos habitantes del sur del Tolima creen que para ellos también existe —por fin— una oportunidad. Marquetalia acaricia la paz con las puntas de los dedos.