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    Donald Trump

    Trump es el presidente monárquico que temían cuando se redactó la Constitución de EEUU en 1789, explica un experto

    Tras casi 250 años de una República ininterrumpida, los estadounidenses están acostumbrados a pensar que su nación está asegurada por controles y contrapesos, y por las instituciones. ¿Seguirá siendo así?
    Publicado 9 Mar 2025 – 09:19 AM EDT | Actualizado 9 Mar 2025 – 09:23 AM EDT
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    Si existen límites al poder de un presidente, no quedó claro en el discurso de Donald Trump ante una sesión conjunta del Congreso el 4 de marzo de 2025.

    En ese discurso, el primero ante los legisladores del segundo mandato de Trump, el presidente declaró los grandes logros alcanzados durante las breves seis semanas de su Presidencia. Afirmó haber “devuelto la libertad de expresión” al país. Declaró que solo había dos sexos: “masculino y femenino”. Recordó a la audiencia que había renombrado unilateralmente una masa de agua internacional (el golfo de Estados Unidos), así como la montaña más alta del país.

    “Nuestro país está al borde de una recuperación como el mundo nunca ha presenciado, y tal vez nunca vuelva a presenciar”, afirmó Trump.

    Las extravagantes afirmaciones parecen coincidir con la visión de Trump sobre la Presidencia: una visión prácticamente monárquica en su poder unilateral.

    Es cierto que la sección crucial de la Constitución de Estados Unidos sobre el Poder Ejecutivo, el Artículo 2, no otorga al presidente un poder ilimitado. Pero sí convierte a esta figura en el único “comandante en jefe del Ejército y la Marina de los Estados Unidos, y de la Milicia de los diversos estados”.

    Este monopolio del uso de la fuerza es una forma en que Trump podría respaldar su afirmación de 2019 de que puede hacer “lo que quiera como presidente”.

    “No queremos falsos reyes en nuestra casa”

    Antes del discurso de Trump, los manifestantes que estaban afuera habían cuestionado el ejercicio de un poder tan descontrolado por parte de Trump. El cartel de una manifestante leía: “Nosotros, el pueblo, no queremos falsos reyes en nuestra casa”.


    Con esas palabras, se hizo eco de una preocupación sobre el poder presidencial que se originó hace más de 200 años.

    Cuando se escribió la Constitución, muchas personas, desde quienes redactaron el documento hasta quienes lo leyeron, creían que otorgarle al presidente esos poderes era peligroso.

    Ratificada después de muchas protestas, el 29 de mayo de 1790, por ciudadanos bastante nerviosos, el texto de la Constitución había suscitado muchas controversias.

    No se trataba solo del lenguaje, a menudo vago, que incluye frases que dejan perplejos a los lectores, como el propio preámbulo: "Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos". La incomodidad tampoco se debía únicamente a la brevedad chocante del documento: con 4,543 palabras, la Constitución de Estados Unidos es la Constitución escrita más corta de cualquier nación importante del mundo.

    Restos de la monarquía en la Constitución

    Lo que hizo que ese documento fuera especialmente problemático, para tomar prestadas las palabras de John Adams (uno de los padres fundadores) era que preveía “una República monárquica, o si se quiere, una Monarquía limitada”.

    Adams se convertiría finalmente en el segundo presidente de la nación en 1797.

    Aunque era un firme defensor de la Constitución fue lo suficientemente honesto como para analizar en profundidad el diseño político de la nueva nación. Y lo que encontró fueron restos de la monarquía británica y rastros de un rey cuyos abusos desenfrenados habían llevado a los colonos a exigir su independencia en primer lugar.

    “El nombre del presidente”, Adams no pudo evitar concluir en una carta al destacado abogado de Massachusetts William Tudor, “no altera la naturaleza de su cargo ni disminuye las autoridades y poderes reales que aparecen claramente en los escritos”.

    Aunque Adams solo se sentía un poco incómodo, como historiador de los comienzos de la República puedo destacar que otros observadores de la época estaban absolutamente horrorizados.

    En un artículo de 1787 publicado en el Philadelphia Independent Gazetteer, una persona de identidad desconocida escribió: “El cargo de presidente de los Estados Unidos me parece revestido de poderes tan peligrosos”.

    Como comandante en jefe del Ejército, el presidente estadounidense “en realidad va a ser un rey, tanto como el rey de Gran Bretaña, y un rey también de la peor clase: un rey electivo”. En consecuencia, el autor de ese artículo dijo: “perderé la esperanza de cualquier felicidad en Estados Unidos” hasta que este cargo sea “reducido a un nivel inferior de poder”.

    ‘Súbditos de un rey militar’

    La preocupación por un comandante en Jefe que declarase la ley marcial, sin importar la legalidad de la medida, también preocupaba a los estadounidenses que habían leído la Constitución.

    En 1788, un patriota que se hacía llamar 'Philadelphiensis' (su nombre real era Benjamin Workman) lanzó una advertencia contundente: si el presidente decidía imponer la ley marcial, “su carácter de ciudadanos libres” sería “cambiado al de los súbditos de un rey militar”.

    Un presidente convertido en rey militar podría “infligir sin miramientos el castigo más vergonzoso a un ciudadano pacífico, con el pretexto de la desobediencia o la más mínima negligencia en el cumplimiento de sus deberes en la milicia”.

    Otro poder otorgado al presidente también se consideraba extremadamente peligroso: el de conceder indultos a individuos culpables de traición.


    El fiscal general de Maryland, Luther Martin, razonó que la traición más probable que se llevara a cabo era “aquella en la que el propio presidente pudiera estar involucrado”. Lo que haría el presidente, escribió sería “proteger del castigo a las criaturas de su ambición, los asociados e instigadores de sus prácticas traicioneras, otorgándoles indultos”.

    George Mason, que participó en la Convención Constitucional y también redactó la Constitución del estado de Virginia, previó un escenario sombrío. Temblaba ante la idea de un presidente que “protegería del castigo a quienes había instigado secretamente a cometer el crimen, y de ese modo evitaría que se descubriera su propia culpabilidad”.

    La elección de “villanos o tontos”

    Los redactores de la Constitución limitaron el Poder Ejecutivo de una manera importante: el presidente de los Estados Unidos puede ser sometido a juicio político y, si es declarado culpable de traición u otros delitos graves, a la destitución. Pero, mientras tanto, el presidente puede causar daños irreparables.

    La Constitución fue finalmente ratificada, pero solo a regañadientes por los ciudadanos estadounidenses, que temían que un presidente abusara del poder. Más persuasiva que las restricciones legales impuestas al cargo, la creencia de que el pueblo elegiría sabiamente a su líder inclinó la balanza hacia la aprobación.

    El delegado John Dickinson hizo una pregunta retórica: “¿Un pueblo virtuoso y sensato elegirá a villanos o tontos como sus representantes?”


    Además, el sentido común del siglo XVIII consideraba improbable que una persona sin virtud y magnanimidad se postulara para el cargo más alto de la nación. La fe de los estadounidenses en su primer presidente, el honrado George Washington, ayudó a convencerlos de que todo terminaría bien y que su Constitución sería suficiente para proteger a la república.

    "Gobierno de leyes y no de hombres"

    Los Documentos Federalistas, los 85 ensayos escritos para persuadir a los votantes a apoyar la ratificación, estaban impregnados de este optimismo... Adams no era tan optimista. Vaciló. Y luego le dio la vuelta a la cuestión.

    Después de casi 250 años de una República ininterrumpida, los estadounidenses están acostumbrados a pensar que su nación está asegurada por controles y contrapesos. Como Adams repetía una y otra vez, Estados Unidos aspira a convertirse en “un gobierno de leyes, y no de hombres”.

    En otras palabras, los estadounidenses han creído durante mucho tiempo que son sus instituciones las que hacen la nación. Pero lo cierto es lo contrario: el pueblo es el alma y la conciencia de la república. Al final, todo se reduce al carácter de estas personas y al control que ejercen sobre quién se convierte en su líder más importante.

    *Maurizio Valsania, profesor de Historia Americana, Università di Torino

    Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Si desea leer la versión en inglés puede encontrarla en este enlace.

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