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    Trump, el imprevisible

    A lo largo de su primer año de gobierno Donald Trump ha conseguido que la presidencia pierda sus atributos fundamentales: la previsibilidad y el orden. Sin una estrategia política y racional, con la valoración popular más baja entre las registradas y su clara debilidad por la provocación, se ha convertido a sí mismo en un factor más de riesgo para la seguridad nacional.
    Opinión
    Asesor de comunicación y consultor político. Fundador y director de la consultora de comunicación Ideograma (www.ideograma.org), que presta servicios de comunicación y asesoría en España y Latinoamérica.
    2018-01-20T15:04:27-05:00
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    "El 20 de enero de 2017, será recordado como el día en que las personas se convirtieron nuevamente en los gobernantes de esta nación. Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados. Todos te están escuchando ahora. Ustedes forman parte de un movimiento histórico que el mundo nunca había visto antes. En el centro de este movimiento hay una convicción crucial: que una nación existe para servir a sus ciudadanos".

    Con estas palabras, hace un año Donald Trump empezaba su discurso de investidura como presidente estadounidense. Iniciaba lo que iba a ser una revolución en Estados Unidos y en el mundo. Ha transcurrido un año, pero ¿qué ha cambiado?

    La determinación de Donald Trump anticipaba lo que podía ser un plan de gobierno decidido, programado, profundo… de cambios y de transformaciones de la istración y la política estadounidense.

    El resultado es todo lo contrario: el carácter personal del Presidente ha acabado por devorar su capacidad transformadora para reducirla a la improvisación, la anécdota, o la arbitrariedad. Atrapada por sus obsesiones y su temperamento, la Presidencia ha perdido un atributo fundamental: la previsibilidad, el orden. Sin ellos la política queda a merced de lo psicológico y lo emocional, en vez de obedecer a una estrategia política y racional.

    Mientras tanto, durante este año Trump ha seguido haciendo guiños a su electorado para intentar mantener arriba la valoración ciudadana. La economía va mejor con la creación de casi 2 millones de empleos —a pesar de la precarización del trabajo— y la ganancia de más de $8 billones en riqueza, desde su toma de posesión como presidente; pero los afroamericanos e hispanos disfrutan de la tasa de desempleo más baja en la historia registrada.

    La Bolsa se dispara. Sin embargo, el deterioro fiscal se acrecienta con decisiones que rompen la ya débil corrección fiscal de las diferencias sociales provocadas por la desigualdad.

    Ahora mismo, Trump obtiene solo un 39% de valoración positiva, la cifra más baja para un presidente tras un año de gobierno desde que hay encuestas (la anterior más baja fue de Bill Clinton con un 49% de valoración positiva). La pérdida de esta valoración positiva ya no se produce únicamente entre sus adversarios, sino que empieza a aflorar entre sus votantes.

    Por otro lado, no ha logrado cambiar todo lo que dijo que cambiaría, empezando por el famoso muro en la frontera con México y continuando con la derogación del Obamacare o la presión a China por el déficit comercial. Tampoco, obviamente, ha llevado a prisión a Hillary Clinton.

    En un año —si quisiéramos resumirlo rápidamente— podríamos decir que es el presidente que más enemigos ha logrado crearse, ya no solo entre los demócratas y la prensa, sino que empieza a hacerlo entre las propias filas republicanas.

    Hace un año, con presidencia y mayoría republicana en las cámaras, era esperable que las leyes que se iban a aprobar cambiarían (y mucho) la política estadounidense, dando la vuelta completamente a la era Obama. Sin embargo, solo ha creado 107 leyes, muchas menos que sus predecesores.

    En su primer aniversario, se confirma el colapso del acuerdo presupuestario para este año, que aboca a un inicio de cierre parcial por falta de fondos del Gobierno de EEUU. Trump se desentiende de la política y la istración se resiente.

    La imprevisibilidad del candidato ha acabado, también, en la imprevisibilidad del Presidente. Su comportamiento errático, caprichoso e inconsistente ha convertido la propia Presidencia en un factor de riesgo para la misma seguridad nacional.

    Su capacidad para desestabilizar la política exterior con sus provocaciones verbales o «tuiteras» o sus decisiones equivocadas, está amenazando los intereses de la seguridad económica, militar y estratégica de los EEUU.

    El caos es la atmósfera dominante en la Casa Blanca, como lo demuestran el baile de asesores y consejeros que han entrado y salido de su entorno. Se equivocaban quienes predecían que la Presidencia lo calmaría o que su estilo como candidato era solo una técnica electoral. No es así. Ha sido peor.

    Como Presidente, Trump no solo ha tenido discusiones personales con presentadores de televisión o ha insultado —más, y más directamente— a los medios de comunicación que critican su labor, sino que ha creado una gran bomba mediática a través de sus redes sociales, donde llama fake news a lo que dice la prensa. Trump no ha cambiado en eso, ha empeorado. Él sabe cómo funcionan los medios y los utiliza a su favor. Sabe cuál es el momento de hacer un tuit y que su repercusión en canales de televisión sea la esperada. Trump no puede vivir sin provocar. Prefiere provocar a gobernar.

    Ha pasado un año, pero Trump sigue siendo Trump: un candidato competitivo y un Presidente peligroso por imprevisible y vulnerable. La gran paradoja para el 2018 es que el mismo Presidente es el primer y principal factor de riesgo nacional.

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