Sobre el coraje, la confidencialidad y la cadena de mando en la era de Trump
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Se está erosionando la separación entre las consideraciones políticas internas y la gestión de las relaciones exteriores, lo cual debilita nuestras instituciones.
Todos los del ejército y el cuerpo de diplomáticos de carrera prestan el juramento de "apoyar y defender la Constitución contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales...". Eso incluye embajadores designados y altos funcionarios del gabinete. Nadie en el gobierno le presta juramento a un individuo.
Junto con la aceptación del cargo en la rama ejecutiva viene una promesa adicional de confidencialidad, es decir, proteger la información clasificada y, durante todo el tiempo que ocupen el cargo, evitar comentarios o comportamientos que puedan atraer atención negativa sobre el gobierno estadounidense o sus políticas.
Aparte de la vergonzosa excepción de las farsas que resultaron ser las audiencias del senador Joe McCarthy en la década de 1950 realizadas por el Comité de Actividades Antiestadounidenses, la gran mayoría de los profesionales bipartidistas de la política exterior estadounidense, los legisladores, los responsables profesionales y políticos entendían las reglas básicas.
En resumen, el comportamiento criminal, corrupto o moralmente cuestionable era motivo de despido ... y había una importante y preciosa separación entre las consideraciones políticas internas y la gestión de las relaciones exteriores. Estas reglas eran eficaces para proteger los intereses estadounidenses y nuestro liderazgo en todo el mundo. En la era de Trump están siendo erosionadas, por lo cual se debilitan nuestras instituciones.
Una vez fuera del cargo, los exfuncionarios del gobierno disfrutan plenamente de los derechos de la Primera Enmienda y de la libertad de expresión protegida que es sagrada para todos los ciudadanos. En el pasado, con muy pocas excepciones, defendían las políticas que ayudaban a definir e implementar, independientemente de las consideraciones partidistas.
Nadie criticaba a un presidente en funciones, y los generales y embajadores de carrera solían especialmente evitar el debate público por completo, creyendo que el partidismo era competencia de otros. Esta tendencia era especialmente evidente entre los líderes militares.
Los funcionarios podían defender sus puntos de vista dentro del proceso de desarrollo de políticas, pero públicamente, implementaban las decisiones finales del presidente. Y hasta ahí. Punto final.
Si hacerlo contravenía su moral, el camino estaba claro: renunciaban al cargo. Aunque era raro, sí ocurrió, pero lo que — en mis 35 años de experiencia militar y diplomática — nunca ocurrió fueron represalias por parte de la Casa Blanca contra quienes optaron por quedarse y obedecer a pesar de haber expresado previamente de forma interna su oposición a una decisión política del Presidente.
Hoy sabemos que dichas represalias suceden.
La investigación de la Cámara de Representantes sobre el manejo de la política hacia Ucrania y el despido de la embajadora Yovanovitch por parte de la istración Trump son apenas una pequeña muestra de esta vergonzosa ruptura de la añeja confianza pública.
Pero quizás lo más prometedor sea que la errática y peligrosa toma de decisiones en materia de política exterior del presidente, como su abrupto abandono de los combatientes kurdos aliados en Siria, también está cambiando la forma en que los altos funcionarios de carrera recientemente retirados responden cuando ya no están en servicio.
Los estadounidenses deberían sentirse orgullosos de exlíderes del Departamento de Estado, como William Burns, Roberta Jacobson, Nicholas Burns, Michael McKinley, el representante Tom Malinowski (Demócrata-NJ) y, literalmente, decenas más que han escrito libros, artículos de opinión, testificado y dado entrevistas en los que han responsabilizado de nuestros fracasos actuales en materia de política exterior a quien corresponde, al Presidente.
En enfrentarse al poder con la verdad, más valiente ha sido el testimonio de la embajadora Marie Yovanovitch y otros diplomáticos que aún se encuentran en servicio activo.
Atrapados entre las órdenes contrapuestas del Secretario Pompeo y la Casa Blanca de que no testifiquen y las citaciones legales del Congreso para hacerlo, optaron por dar fe de su juramento de cargo al manifestarle a una rama del gobierno con igualdad de poderes una clara amenaza interna para los intereses de Estados Unidos en el exterior — nuestra propia política hacia Ucrania, que ofrecía "pay to play" (pagar por jugar) a la Oficina Oval para el nuevo presidente de ese país a cambio de chismes sobre el hijo de Joe Biden.
Pero los exdiplomáticos siempre desempeñarán una función de apoyo a los exlíderes militares, como el almirante Bill McRaven, quien supervisó la redada de las Fuerzas Especiales en el complejo de Osama bin Laden en Pakistán.
Su crítica mordaz en el New York Times de la ignorancia deliberada del presidente Trump sobre las realidades fundamentales de las alianzas geoestratégicas y su traición a nuestros aliados kurdos en Siria, se destaca como la indicación más clara de que la propia iconoclasia de Trump está cambiando la forma en que los exfuncionarios de carrera perciben su deber permanente como ciudadanos aún después de su fecha de jubilación.
Citando las opiniones de otro general de cuatro estrellas retirado, McRaven escribió: "No me gustan los demócratas, pero Trump está destruyendo la República".
En ligero contraste con lo anterior, el exSecretario de Defensa de Trump, James Mattis — apodado 'Caos' — escribió recientemente un libro sobre liderazgo sin señalar directamente al arquitecto en jefe del caos que ve en el ámbito de la política diplomática y de defensa estadounidense.
En una cena anual cuyo propósito es hacer bromas desenfadadas sobre figuras políticas, Mattis intensificó su retórica con pullas cómicas sobre el presidente sin llamarlo lo que muchos sospechan que es su verdadera opinión — una amenaza doméstica para la seguridad nacional de Estados Unidos. ¿Por qué Mattis no lo critica más abiertamente? Definitivamente esto no es asunto de risa.
De forma similar, HR McMaster, un exgeneral y el tercero de los cuatro asesores de Seguridad Nacional (hasta el momento), escribió la famosa Dereliction of Duty (Negligencia en el cumplimiento del deber), una acusación histórica de los altos mandos de la época de la guerra de Vietnam quienes permitieron tácitamente que la estrategia y las tácticas militares se sometieran a la agenda política doméstica del presidente Johnson.
McMaster dijo recientemente que es inapropiado que un presidente solicite influencia extranjera en una campaña electoral, pero no dijo si creía que el presidente cruzó esa línea con el nuevo líder ucraniano. Una vez más, ¿por qué no lo critica de forma más abierta?
Su opinión se basa en sus experiencias personales directas. Luego, está John Kelly. Excolegas no identificados les han dicho a los medios que escucharon al general de Marina y exJefe de Gabinete de Trump expresar en privado su horror ante la disfunción que reina en la Casa Blanca bajo el mando de Trump y que presuntamente describió como "un pueblo de locos". Aún no lo ha confirmado ni negado. ¿Por qué?
Los estadounidenses necesitan conocer las opiniones de estos tres hombres dada la proximidad única que tuvieron con el comandante en jefe antes de sus despidos. Alguna vez se les calificó como los "adultos en la habitación", y deberían seguir el ejemplo de McRaven, decirles a los estadounidenses clara y directamente si consideran que el presidente es una amenaza doméstica para Estados Unidos, y deberían hacerlo pronto.
No es una hipérbole desmesurada sugerir que la historia espera que lo hagan ... sin mencionar al electorado estadounidense.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es). Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.