Juan Guaidó, la respuesta sigue siendo no

Anoche, después de un día de valentía, y frustración por el hecho de que la asistencia humanitaria no pudiera superar los bloqueos militares del régimen de Nicolás Maduro y llegar a sus desesperados compatriotas, el legítimo presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, tuiteó lo siguiente:
"Los acontecimientos de hoy me obligan a tomar una decisión: plantear a la Comunidad Internacional de manera formal que debemos tener abiertas todas las opciones para lograr la liberación de esta Patria que lucha y seguirá luchando".
No es necesario leer entre líneas. El presidente Guaidó está considerando pedirle a Estados Unidos que invada su país para derrocar al dictador Nicolás Maduro y sus secuaces. Las redes sociales dentro y fuera de Venezuela han explotado de la noche a la mañana y muchos piden la opción militar para ponerle fin rápidamente a la desesperación y la depravación.
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Estas peticiones de una invasión estadounidense son totalmente comprensibles. Pero también son totalmente erróneas.
En el curso de la historia, ninguna tiranía ha simplemente abandonado el poder de forma apacible. El poder se les debe arrebatar a quienes lo utilizan para subyugar y abusar de un pueblo. Sin embargo, el cómo de esa expulsión del poder es más importante que el cuándo en términos de lo que sucedería después, especialmente en una sociedad que ha sido sistemáticamente violada por déspotas locales.
La cubierta nominal de gobernanza democrática que se le da a un pueblo a punta de rifle de un invasor extranjero rara vez funciona bien. Solo hay que fijarse en Iraq, donde el entonces vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, pronosticó que las fuerzas estadounidenses serían recibidas como libertadores. No fue así.
Ayer, 23 de febrero, Guaidó y su valiente cohorte de demócratas y voluntarios venezolanos crearon una nueva realidad en las llanuras orientales de Colombia y en la frontera de Venezuela con Brasil. Demostraron que podían conseguir el apoyo logístico de Estados Unidos y los 14 países del Grupo de Lima. Demostraron que, sin armas, pero con mucho corazón, podían desafiar el poder militar de los guardias armados venezolanos.
Sufrieron bajas y presenciaron cómo las tropas de Maduro quemaron salvajemente un camión de ayuda. En una de las imágenes más conmovedoras e inspiradoras del día se aprecia cómo varios voluntarios se lanzaron a las llamas para rescatar todas las provisiones que pudieran. Como David contra Goliat, cuando fueron recibidos con balas, respondieron con piedras y protegieron a los suyos; demostró que a Venezuela no le faltan patriotas dispuestos a hacer el máximo sacrificio por rescatar a su patria.
Mientras tanto, el senador Rubio y otros están muy lejos de ese frente de batalla, apoyando acertadamente a Guaidó, pero amenazando con desplegar la 82 a División del ejército estadounidense. Están demasiado ansiosos. Se les ha olvidado la historia.
No han aprendido de las invasiones estadounidenses previas lo que sucede el día siguiente. ¿Qué pasa si no se puede detener a Maduro de inmediato? ¿Las fuerzas de operaciones especiales estadounidenses establecerían bases tácticas operativas y realizarían búsquedas en todo el país mediante operaciones como la que se utilizó para capturar a Saddam Hussein? ¿Podrá una pequeña fuerza invasora estadounidense alimentar a los hambrientos, curar a los enfermos, enterrar a los muertos y tomar las riendas del gobierno local, mientras se organiza durante varios meses una fuerza adecuada de estabilización y respuesta a la crisis?
¿Qué sucedería si eso no funcionara? Cuando las milicias de Maduro arrasen los vecindarios y el ejército estadounidense no las detenga, ¿los venezolanos se culparán a sí mismos? ¿O serán los fornidos invasores estadounidenses con uniformes de camuflaje los que se lleven la peor parte de la ira frustrada de los venezolanos comunes y corrientes?
Cuando el Grupo de Lima y el vicepresidente estadounidense, Mike Pence, se reúnan con el presidente Guaidó el lunes en Bogotá, deben suceder varias cosas.
Primero, debería reconocerse que Guaidó desobedeció exitosamente una orden de arresto domiciliario y atravesó a salvo la frontera. Esto no podría haberse logrado si los militares venezolanos se hubieran comprometido monolíticamente con la aplicación de las órdenes de Maduro.
Segundo, los líderes deben tener en cuenta los aproximadamente 100 desertores de las fuerzas de Maduro en el primer día de acción. Con los repetidos intentos de brindar asistencia, podría haber muchos más.
Tercero, Guaidó debe dejar claro que ninguna lucha de liberación se toma solo un día. Al chavismo le tomó 20 años destruir Venezuela; a un levantamiento popular del pueblo venezolano le tomará cierto tiempo retomar el país. Pero serán los venezolanos y no los paracaidistas estadounidenses quienes retomarán el palacio de Miraflores.
Algunos dicen que Venezuela no es un país de héroes. Lo dicen porque, como los muros de la represión no se derrumbaron el primer día, la única opción que queda es pedirles a los gringos que lo hagan por ellos. No acepto esa proposición. Los 'colonistas' estadounidenses lucharon y murieron por la libertad.
Ghandi y Mandela perdieron muchas más batallas y escaramuzas de las que ganaron. Los ciudadanos polacos, rumanos y bálticos derrocaron los regímenes dictatoriales y a sus títeres sin que las fuerzas estadounidenses dispararan un solo tiro en esos países.
¿Por qué los venezolanos, apoyados por Estados Unidos y sus hermanos latinos, no pueden tener el mismo privilegio de luchar y liberar su país de la represión que Maduro ejerce con puño de hierro? Y sí, posiblemente, incluso morir en el intento.
Creo que Guaidó sabe personalmente que vale la pena morir por algunas cosas. Ahora la comunidad internacional debe hacerse eco de su valentía y principios y recordarles a todos los venezolanos que no hay caminos fáciles para ser dueños de nuestros propios destinos.