Puerto Rico está herido, pero Mónica Puig nos dio un necesario respiro colectivo

Por un momento no pensé en Donald Trump ni en sus locuras, ni en Hillary Clinton y sus correos. Se me olvidó que Estados Unidos declaró una emergencia de salubridad en Puerto Rico por la epidemia del Zika; y no recordé ni la junta de control fiscal que supuestamente tratará de traer cierto orden a la debacle económica de la Isla del Encanto.
La tenista Mónica Puig, una jovencita de apenas 22 años, ganó la primera medalla de oro Olímpica representando a Puerto Rico, y para una isla sumida en la desesperanza, su triunfo se tornó en una fiesta de pueblo.
Vengo a Puerto Rico mensualmente a atender asuntos familiares. Como es común en esta islita, hay apagones y el sábado no fue la excepción en varios sectores, incluyendo partes del Viejo San Juan donde vive mi padre. Así que me perdí parte del juego, pero no tenía que verlo porque los gritos de comensales que lo veían por internet me dejaban saber cómo iba la cosa.
Al final se hizo la luz y pude presenciar el triunfo de Mónica gracias a su Pica Power, el grito de guerra de la joven, que según ella misma ha narrado, sugiere que tiene que ir a la cancha a picar piedra y darle con todo para ganar. Y vaya que picó piedra. Ranqueada como la número 34 a nivel mundial, la Puig le ganó a la número dos, la alemana Angelique Kerber, logrando el oro para Puerto Rico. Los gritos y bocinazos en las calles anunciaban alegría colectiva, no politiquería para variar.
Quizá los países con numerosas delegaciones y acostumbrados a ganar múltiples medallas de oro, plata y bronce no entiendan el significado del triunfo de Mónica para los boricuas de la Isla y los de la diáspora.
Puerto Rico está herido. Enfrenta una crisis fiscal y social. La desesperanza y el pesimismo reinan, aunque siempre hay rayitos de luz que anuncian que, tras tocar fondo, solo es posible tratar de salir del hoyo.
Sin embargo, este pasado fin de semana, la Monicamanía nos dio un respiro colectivo inmensamente necesario. Una muestra más de la importancia del deporte para generar unidad. Aquí no importaron ni elecciones ni partidos políticos. Quienes veían juntos la olímpica hazaña de la joven no estaban divididos por la politiquería que constituye el pan nuestro de cada día en suelo boricua. Gente de todos colores e ideologías se unieron por un momento para saborear el triunfo de una de las nuestras.
Si aplicaran la misma unidad para resolver los problemas que nos afectan a todos, otro gallo nos cantaba.
El autor José Luis González escribió un cuento titulado “La noche que volvimos a ser gente”, en el cual, entre diversos simbolismos, se hace refrerencia a un apagón en la ciudad de Nueva York y al final el protagonista sube a la azotea de su edificio donde varios vecinos boricuas celebraban porque, ante la ausencia de la luz artificial, pudieron ver la luna y las estrellas como en cualquier noche en Puerto Rico. Eso les hizo sentir que volvieron a ser gente.
El triunfo de una deportista hizo que este fin de semana los puertorriqueños dejaran de dividirse en tribus políticas para celebrar al unísono. En cierto modo, con el brillo del oro de Mónica, también volvimos a ser gente.
Ojalá todos los días fueran Olimpiadas. Ojalá que Mónica ganara todos los días.
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