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Guerra Rusia y Ucrania

Entre escombros, lágrimas y el temor de nuevos bombardeos, los ucranianos huyen bajo los puentes derruidos de Kiev

Al cabo de una semana de bombardeos rusos, los habitantes de Irpin, una ciudad dormitorio al noroeste de la capital de Ucrania, tratan de escapar cruzando el río. Los puentes fueron destruidos por el Ejército ruso, que ahora está a unas pocas millas.
Publicado 5 Mar 2022 – 01:32 PM EST | Actualizado 5 Mar 2022 – 03:48 PM EST
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KIEV, Ucrania .- “¿Dónde quieren ir? ¿Quieren un tiro en la cabeza? Los rusos están ahí mismo, disparando, no distinguen entre civiles, periodistas y militares”, nos advierte uno de los soldados que vigila un puesto militar en la vía que comunica las capiatl de Ucrania, Kiev, con la ciudad de Irpin, ahora incomunicadas porque los rusos bombardearon el 25 de febrero el puente Marshall que las unía.

Desde entonces, ese sitio se ha convertido en uno de los principales frentes de defensa de la capital ucraniana ante la invasión ordenada la semana pasada por el presidente de Rusia, Vladimir Putin.

“Los rusos están a poco más de 20 kilómetros”, espeta, en ese estado de shock que envuelve a la población de este país, uno de los jóvenes que nos acompañan como traductor.

Al otro lado del puente derruido está Irpin, una ciudad dormitorio de 60.000 habitantes implacablemente bombardeada por el Ejército ruso durante la última semana.

Buena parte de los habitantes de la pequeña ciudad han pasado los últimos días encerrados en los sótanos de sus edificios saliendo apenas cuando las sirenas antiaéreas dejaban de sonar. Entonces, subían a sus viviendas para recoger agua y comida de sus casas.

"Llevábamos una semana en el sótano"

Ese es el caso de Oksana Khakhiuk, una mujer de 34 años a la que encontramos en las inmediaciones de otro de los puentes derribados. Espera en la acera junto a su madre, a la que se le escapan aún las lágrimas.

Dicen que lograron salir de Irpin y que tras una larga caminata de cerca de una hora llegaron a ese punto de Kiev.

Solo traen consigo su gata en una de esas cajas para transportar mascotas y una mochila cada una con la documentación y una muda de ropa interior.

“Llevábamos una semana en el sótano. Han bombardeado nuestro propio edificio. No podíamos salir. Queríamos pensar que la situación mejoraría. Queremos vivir en nuestro país. No nos queríamos marchar”, cuenta Oksana.

Oksana Khakhiuk y su madre esperan transporte en Kiev tras salir de Irpin, ciudad dormitorio al noreste de la capital de Ucrania bombardeada por los rusos.


Hasta hace una semana Oksana trabajaba en una empresa tecnológica y le gustaba su vida. Ahora dice no saber ni siquiera qué hará, ni a dónde irá cuando ella y su madre consigan salir de Ucrania.

Como ella, centenares de personas esperan a su alrededor en este cruce de caminos a que llegue un autobús que las traslade hasta la estación de Kiev, para tomar un tren que les lleve hasta Lviv –la ciudad más cercana a la frontera con Polonia.

Desde allí esperan tomar otro bus que las deje en el puesto fronterizo de Medyka, conocido mundialmente estos días por ser la principal salida de un éxodo que las Naciones Unidas ya cifra en más de 1,3 millones de personas –en su mayoría mujeres, niños, niñas y personas ancianas–.

Kiev es una ciudad aterrada ante el acoso de las tropas rusas

Si no fuese porque la pandemia de coronavirus nos acostumbró a contemplar ciudades totalmente vacías, la estampa que ofrece la capital ucraniana resultaría aún más perturbadora.

Con todos sus comercios cerrados, y sus calles vacías, los únicos puntos con vida son los puestos de control militares que se suceden cada pocas cuadras. En ellos, todos los ocupantes de los automóviles han de mostrar sus pasaportes y tarjetas de identificación.

El estado de nerviosismo y de paranoia entre los soldados, muchos de ellos sin experiencia militar previa, varía de un puesto a otro, aunque es todos es notable y peligroso.

Las calles y carreteras están atravesadas por numerosas barricadas en forma de zig zag para obligar a los conductores a aminorar la conducción antes de los puestos militares.

Además de los acostumbrados bloques de hormigón y neumáticos, encontramos carreteras cortadas con enormes troncos de árboles, camiones y tanques.

En las gasolineras, los conductores llenan los tanques y garrafas de gasolina para la posible huida de la ciudad, aparentemente destinada a padecer un sitio por parte de las tropas rusas.

La compra de combustible está limitada a 20 litros por persona y día, por lo que muchos acumulan en sus casas la que han podido en los últimos días. En los cajeros automáticos y en los supermercados, las colas son extensas.

Kiev es una ciudad en estado de resistencia y la única esperanza que alberga parte de su población es a que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) declare una zona de exclusión aérea, como le pide el gobierno ucraniano del presidente Volodymyr Zelensky.

Pero ya han escuchado al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, declarar este viernes que no lo harán porque podría desembocar en una “guerra total en Europa”. El sábado Putin advirtió que una medida de ese tipo hará que los países participantes serán “cobeligerantes”.

Quienes están en el centro de la guerra ucraniana no pueden permitirse dejar de creer que el mundo es incapaz de actuar parar detener lo que muchos pronostican que será una carnicería, con grandes estragos entre la población civil.

Según el Servicio Estatal de Emergencia ucraniano, en poco más de una semana, la invasión rusa ya se ha cobrado la vida de 2.000 personas, una cifra que no ha podido ser confirmada independentemente.

Sin embargo, uno de los jóvenes que nos acompañan en este viaje por los puentes derruidos que comunicaban Kiev con Irpin nos pregunta: “Y si insistimos cada día, ¿lo declararán?”.

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