La violencia de las armas ha convertido a Estados Unidos en un 'Estado fallido'

Hubo una época en que un Estados Unidos camino a la civilización humanista y democrática tronaba con justa indignación contra los Estados fallidos. Pero llegó la hora de colgarnos el sambenito. Un Estado que se ha vuelto incapaz de frenar la violencia homicida de las armas de fuego se merece el estigma. Es un Estado fallido. Ello se debe mayormente a la incapacidad de nuestro liderazgo político de atajar esa violencia. Complementa su incapacidad la de otros líderes influyentes - empresariales, cívicos, religiosos - para frenar la demencial matanza de personas inocentes.
La principal responsabilidad que tiene un gobierno es preservar la integridad física de los gobernados. El incumplimiento de esa responsabilidad básica es la definición misma de un Estado fallido. Las estadísticas espeluznantes lo demuestran. Se han producido 213 tiroteos con múltiples víctimas en el país en las primeras 21 semanas de 2022. Un promedio de 321 personas muere o resulta herida a diario con armas de fuego. Cada día se venden 50,000 armas de ese tipo. Y si miramos hacia atrás el patrón se repite por varios lustros.
La mayoría de los estadounidenses es rehén y a menudo víctima fatal de una minoría que se refocila en una nihilista cultura de las armas. Tres de cada 10 estadounidenses han comprado armas y municiones a lo largo de sus vidas, a menudo varias veces. Por ellos, hay más de 120 armas de fuego por cada residente. Sin proponérselo necesariamente, han contribuido a sostener una industria cuyo comportamiento, aunque avalado por las leyes, es a todas luces irresponsable y criminal.
Es difícil entender cómo los propietarios y empleados de Daniel Defense o de la armería Oasis Outback pueden dormir por la noche. Daniel Defense, con sede en Georgia, fabricó los fusiles semiautomáticos AR-15 que usó el pistolero que asesinó a 21 personas, 19 de ellas niños, en la Escuela Elemental Robb de Uvalde, Texas. Oasis Outback, con sede en Uvalde, se los vendió. Esa tienda lo mismo vende armas semiautomáticas que camisas, calzoncillos o hamburguesas con queso.
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La violenta cultura de las armas que se ha apoderado de la nación explica la fatal ligereza de este comportamiento. ¿Por qué estamos dispuestos a vivir con esta carnicería?”, se preguntaba con visible frustración el presidente Biden tras el ataque en Uvalde. La respuesta es porque un número significativo de estadounidenses vive con una mezcla trágica de paranoia y armas de fuego. Les temen a sus vecinos de otras razas, etnias, condición social. Les temen a los inmigrantes. Les temen a los desamparados y a los pobres. Y se arman, a veces hasta los dientes, para “defenderse”. Entre los que se arman están todos los que matan. Entre los que no se arman, la inmensa mayoría de las víctimas.
Lo que realmente se debe hacer para superar la cultura nihilista de las armas y frenar la escabechina de inocentes tampoco se hará tras los ataques en Buffalo y Uvalde. No se prohibirán las armas de asalto como se prohibieron hasta 2004. No se aumentará a 21 la edad para comprar armas legalmente. No se expandirá lo suficiente el examen de antecedentes penales y mentales de futuros compradores. No se prohibirá la venta de armas en bazares y exhibiciones criminalmente frívolas. Tampoco los anuncios de niños y familias con armas. No se nombrarán jueces con bemoles para fallar en contra de la industria de las armas. Ni mucho menos se elegirán suficientes políticos dispuestos a enfrentarse a esa poderosa industria o con suficiente educación y sensibilidad para entender la raíz y las posibles soluciones al problema.
En lugar de soluciones, proliferarán las excusas de siempre para no buscarlas y aplicarlas. Se apelará a la falacia de las enfermedades mentales, aunque Estados Unidos sea el único país que les vende frívolamente armas de guerra a enfermos mentales. Se apelará a la falacia de que se necesitan más armas, no menos. Se apelará a la locura de que la solución es armar a los maestros y adiestrar a niños y jóvenes en el manejo de las armas. Uno de los dos grandes partidos de la nación, integrado por conservadores, y sus simpatizantes nos tratarán de convencer de que ya vivimos en el mejor de los mundos posibles, de que las masacres de inocentes se conjuran o resuelven con pensamientos y oraciones e incluso de que sus autores y víctimas son en realidad actores.
Es, en suma, la mentalidad y el lenguaje del nihilismo convertidos en filosofía de gobierno. El fundamento mismo del Estado fallido que padecemos y del que por ahora no queremos escapar, por mucho que se haga evidente qué medidas debemos tomar para superarlo.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.