Muertos en accidentes, encarcelados en albergues: la tragedia prolongada de los migrantes que huyen de sus países
Cuando entré por primera vez en el estadio olímpico de Tapachula, donde se hacinan miles de migrantes, la mayoría haitianos, casi me ahogo del hedor a suciedad, a orines. Apenas podía respirar. Sin embargo, ellos pasan ahí las 24 horas del día, hacinados en el suelo, a 40C (104F). Hay muchos niños pequeños, mujeres embarazadas, gente tosiendo, que llevan aquí hasta dos semanas.
El accidente del viernes ( murieron al menos 55 personas hacinadas en un camión y otras 105 resultaron heridas o lesionadas) pone en evidencia el horror de esta situación, y cómo la política migratoria empuja a las personas a tomar este tipo de decisiones y viajar por estas rutas. Los migrantes salen de un infierno para viajar en otro.
Después de muchos años de trabajo de ayuda en primera línea me sentí por primera vez quebrantada y me puse a llorar con la gente. Y me dio vergüenza, porque la gente me empezó a consolar a mí, en lugar de yo a ellos, que es para lo que estoy. Me sentí impotente ante la magnitud del abandono que la actual política migratoria somete a las personas. La incertidumbre, el no tener certeza de nada, también es otra forma de violencia psicológica devastadora que hace que el ánimo se tense cada dos por tres.
Debes tener los sentidos muy adormecidos para soportar estas condiciones. Ver cómo se abrazan a sus mochilas, que es lo último que les queda. Repiten constantemente que no son animales, que no están robando, ni pidiendo dinero en la calle, que lo único que quieren es salir de la cárcel más grande de México. Yo lamento mucho que en mi país los estemos tratando de esta manera. Siento mucho que mi casa sea un infierno para ellos.
Tapachula: la cárcel donde retener migrantes de Haití
Tapachula no tiene la infraestructura apropiada y no puede brindar todos los servicios que los migrantes necesitan para poder sobrevivir. Ni siquiera está ofreciendo lo básico. Y sin embargo se ha convertido en el patio trasero, la cárcel de EEUU, de personas que solo buscan una oportunidad para vivir.
Luego, basta esperar unos minutos para que uno de esos miles que aguardan resignadamente pierda la paciencia y levante la voz ante cualquier intento de poner orden. Los ánimos suben y bajan, es lógico, pero eso hace muy difícil que cualquier acción de asistencia sea difícil de replicar. Algunas personas duermen a un lado de la basura ya sin reparar en ella. Solo mantienen su atención en algún movimiento que indique que llegaron los autobuses en donde les han prometido que saldrán de aquí.
El personal del gobierno municipal hace lo que puede para ofrecer servicios básicos en temas de salud, seguridad o limpieza. Ellos también son víctimas del abandono institucional al exigirles responder a algo que está fuera de toda magnitud, sin ninguna inversión o estrategia adecuada para hacerlo de manera efectiva. Tengo la impresión de que el tema sanitario es algo que al Instituto Nacional de Migración no le interesa mucho, porque busca tensionar la situación y llevar a la gente a su nivel máximo de resistencia para que a la hora de subir a un autobús no opongan resistencia. Ni siquiera les dicen a dónde los llevan.
Lo que afirman las mismas personas que logran irse es que a medio camino los van dejando, literalmente a su suerte, abandonandos en zonas muy conflictivas en México como Colima, Sinaloa, Tierra Caliente (Guerrero), Morelia, Zacatecas… No solo son ciudades que no están acostumbradas a recibir migrantes sino tremendamente inseguras debido al narcotráfico.
Me duele la indiferencia de la sociedad
Los medios locales presentan a los migrantes como un problema que tenemos que pagar con dinero, impuestos, inseguridad. Todo aquello que está mal en la ciudad termina justificado por la presencia de los extranjeros. Además, existen muchos perjuicios que hacen que la mayoría de las personas tengan desagrado hacia centroamericanos.
A las mujeres centroamericanas se las etiqueta de robamaridos o trabajadoras sexuales. Pero la gente no entiende que no están aquí por gusto. La guerra civil en Centroamérica; la migración masiva que ha hecho que muchos crezcan sin sus padres o madres; el abuso sexual infantil o abandono escolar; la pandilla que controla todas las realidades de Centroamérica. Por eso están aquí. Tratando de sobrevivir.
Es como si hubiera dos Tapachulas al mismo tiempo: por un lado, un infierno; por otro, una ciudad que crece económicamente, de una vegetación preciosa. (somos el principal productor de café en México).
Lo que me mueve a seguir adelante es, justamente, esa sensación de indiferencia. Todos estamos conectados, no somos seres individuales, dependemos unos de otros.
Tapachula está viviendo una emergencia humanitaria y somos muy poquitos los que estamos atendiendo esta situación. Hace unos días murió un niño de deshidratación y fiebre en la cola mientras esperaba atención médica. La gente está al límite. Y eso es lo que busca el gobierno mexicano, llevar al límite par que la gente se suba a los autobuses aun cuando no les dicen a dónde van a ir.
No recibo salario desde diciembre. Decidí quedarme sola, y lo que hago es gracias a recursos solidarios de amigos o familiares. Es muy poquito, pero cuesta muy poquito ayudar: lo que hace la diferencia es la presencia. Es un gran desgaste humano, eso sí, y es por ello que pocas personas se dedican a esto. Muchos son extranjeros.
¿Es esta la experiencia más dura que he enfrentado en mi vida? No estoy segura. He tenido o con experiencias muy duras en mi consulta como psicóloga. He escuchado a mujeres víctimas de trata de personas que pasaron dos años encerradas en un motel sin poder salir a la calle. Pandilleros arrepentidos.
Este tipo de escenario es distinto porque es masivo. Si pudiera transmitir el olor, el calor infernal, las condiciones de precariedad que sobrecogen. Muchos tosen, están todos pegados unos con otros, pero no pueden ir al hospital. No sé si esta es la peor experiencia a la que me he enfrentado, pero te sobrecoge de otra manera: no puedes extender los brazos y abrazarlos a todos.
Yamel Athie, activista y defensora de derechos humanos del colectivo “Yo te cuido, Tapachula” es psicóloga y trabaja con migrantes y refugiados desde 2016.
La periodista Natalia Martín Cantero contribuyó con la escritura y edición de esta historia.