Marcela González: Reflexiones de una latina en el mundo de la ayuda humanitaria.

Desde muy pequeña estuve expuesta a una de las dualidades más impactantes del mundo: vivir en un país desarrollado y otro en vías de desarrollo. Recuerdo vivamente cuando confundida le preguntaba a mi madre que porqué habían niños que pedían en las calles y porqué una ciudad era mucho más bonita que la otra. Confieso que nunca entendí las explicaciones que mi mamá me dio en esos momentos, pero en su defensa, aun me cuesta entender porque nacer en ciertas partes del mundo es como ganarse una lotería donde el premio es una vida con más comodidades y sin tanto sufrimiento.
A medida que pasaron los años empecé a imaginarme como podía seguir mi pasión que es ayudar a otros y a la vez explorar mi deseo de conocer el mundo y descubrir cual es mi misión aquí. Dos semanas antes de mi graduación de secundaria fui a una cena donde por casualidad entablé una conversación con una joven que me dijo que era una “diplomática.” Al terminar la noche tenía un nuevo plan de acción para tener la vida que pensaba que quería (que era muy parecida a la vida de una diplomática): debía estudiar relaciones internacionales y abandonar la mayoría de mis planes, los cuales incluían estudiar medicina ya que había pasado el examen de isión y me había matriculado en la universidad.
Un año después estaba en Miami estudiando relaciones internacionales y tres años después en Nueva York sacando una maestría en consolidación de paz y género. Al terminar la maestría y después de mucha persistencia, conseguí mi trabajo soñado con el Comité Internacional de Rescate (IRC por sus siglas en ingles), donde trabajé por más de seis años apoyando programas que ofrecen salud, educación, medios de vida y asistencia después de emergencias a personas desplazadas. Durante estos años tuve el honor y el placer de trabajar en Latinoamérica, África del Oeste, Medio Oriente, Europa y Asia para mejorar las vidas de refugiados, migrantes y personas vulnerables que lo arriesgaron todo para huir de situaciones peligrosas y volver a empezar; para jugarse otro chance de ganar la lotería de la vida.
Estas experiencias marcaron mi vida de una forma tan profunda que las palabras no le hacen justicia, pero si hay algunas reflexiones que deseo compartir con ustedes:
1. Las personas que menos tienen son genuinamente dadivosas y su mayor riqueza es vivir en comunidad
2. Si es posible cambiar el mundo si primero tomamos conciencia de nuestras acciones y reacciones
3. La fortaleza, determinación y resiliencia del ser humano son tan impresionantes que aun cuando pensamos que ya no hay más para dar hay un tanque de reserva.
Aunque no he logrado convertirme en una diplomática (aun), estoy orgullosa de haber sido una humanitaria y de haber trabajado para una de las organizaciones internacionales más grandes del mundo. La vida de humanitaria no es fácil física, mental y emocionalmente, pero si es gratificante. Si alguna vez te has sentido llamada a trabajar internacionalmente y tienes una pasión por ayudar a otros, te animo a que apliques a una posición en este rubro ya que tus perspectivas, experiencias de vida y diversidad de pensamiento son únicas y darán valor agregado a cualquier organización o proyecto. Las latinas tenemos un potencial infinito y nuestra capacidad e impacto son grandes aportes que debemos utilizar para el bien de la sociedad.