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Elecciones México 2018

López Obrador: el candidato que (ganando) no sonríe

Andrés Manuel López Obrador llega como favorito a su tercera contienda presidencial. Sus seguidores lo tienen por un hombre honesto, capaz de acabar con la corrupción en México, y sus detractores lo ven como un mesías que amenaza al frágil equilibrio de la democracia istrada el PRI y el PAN.
29 Jun 2018 – 02:51 PM EDT
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López Obrador saluda a sus seguidores reunidos en el Estadio Azteca durante el cierre de la campaña 2018. Crédito: Ronaldo Schemidt / AFP / Getty Images

CIUDAD DE MÉXICO.- El Estadio Azteca lo recibe con la ola, coréandole ‘Presidente / Presidente’ bajo una lluvia de papelillo blanco. Él camina lento hacia el podio, saluda a la tribuna —“Amigas y amigos”— y hace una pausa para abrir la carpeta con el discurso que leerá a continuación: “Con este acto festivo llegamos al final de la campaña 2018. Hay entre ustedes una alegría contagiosa y vibrante, porque el ánimo de la sociedad y las encuestas indican que vamos a ganar las elecciones del próximo domingo”, dice en tono ceremonioso, sin que esa alegría se le contagie o le vibre en el cuerpo durante la hora siguiente.

No es el carisma de Andrés Manuel López Obrador lo que hace rugir al estadio sino su insistencia. Lleva 12 años tratando de gobernar a México, esta es su tercera campaña presidencial consecutiva y está a un paso de lograrlo el 1 de julio, según las encuestas.

Sus seguidores lo tienen por un hombre honesto; una cualidad, si no suficiente, al menos necesaria para creerle que enfrentará la corrupción como lo ha prometido. Mientras, sus detractores ven en él a un mesías que amenaza el frágil equilibrio de la democracia, istrada hasta ahora por dos partidos, el PRI (1929-2000, 2012-2018) y el PAN (2000-2012), y sacudida por una violencia de más de 234,000 muertos en la última década.

López Obrador dice estar llamado a encabezar la cuarta transformación en la historia republicana de México, después de la Independencia (1810), la Reforma (1854) y la Revolución (1910). Desde su primera campaña, López Obrador ha vendido la idea de que en México es necesario hacer “revolución de conciencias” para desterrar del poder a una mafia que convirtió al gobierno en una “fábrica de ricos”. Y que solo con lograr ese cometido, acabar con la corrupción, se resolverán en cascada hasta los más graves problemas del país: la desigualdad tremenda, la violencia criminal, la pobreza y hasta la relación de México con sus vecinos.

Con un cabildeo de uno a uno más persuasivo, AMLO logró esta vez sumar nuevos aliados a su proyecto fuera del espectro de la izquierda que tradicionalmente le ha apoyado, unos polémicos y otros inesperados. Desde los evangélicos del Partido Encuentro Social (PES) —que junto al Partido del Trabajo y el Movimiento de Regeneración Nacional conforman la coalición ‘Juntos haremos historia’— hasta figuras que se volvieron claves en su campaña, como el empresario Alfonso Romo, su actual coordinador general del Proyecto de Nación e interlocutor con el sector privado, que en el pasado trabajó con el PAN para lo contrario, para evitar a toda costa que López llegará a presidente.


“Combatí a Andrés Manuel sin conocerlo. Hice un movimiento político para que no llegara pero por la buena, no descalificando. Y luego lo conocí y conocí su programa económico y después conocí su agenda social”, dijo Romo en marzo de este año en una entrevista con Univision Noticias.

Romo y sus cálculos son la pastilla que ha llevado tranquilidad —o resignación— a los empresarios respecto a un eventual triunfo de López Obrador. Y el mismo ánimo ya ha contagiado al Banco de México: un día antes del cierre de campaña, el director general de Operaciones y Sistemas de Pagos de Banxico, Javier Cortina, afirmó que los mercados ya dan por descontado el triunfo de AMLO, que ha liderado las encuestas desde la precampaña, y que en consecuencia, no se espera que ni el peso mexicano ni los mercados sean sacudidos por su hipotética victoria.

La mano que mece la campaña

Desde que llegó al gobierno de la Ciudad de México, hace casi 18 años, López Obrador ha definido de qué se habla en el país y en los diarios. Siempre marca agenda. Su estrategia, por supuesto, incluye el manejo de silencios y los anuncios sorpresa.

Así ocurrió el pasado 15 de enero, cuando anunció que Tatiana Clouthier sería su coordinadora de campaña. La hija del emblemático Manuel J. Clouthier —excandidato presidencial del PAN en 1988, fallecido en 1989— se ha convertido en el arma que podría conseguirle por fin la presidencia a López Obrador. Muchos no dudan en asegurar que si gana, la victoria se la deberá a Tatiana.

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Aquel 15 de enero, López Obrador citó a Clouthier y al empresario Alfonso Romo a una reunión privada que, posteriormente, acabó con los anuncios de quienes integrarían su equipo de campaña. Y así, sin previo anuncio o acuerdo con Clouthier, Andrés Manuel anunció que ella sería su coordinadora de campaña.

La cara de desorientación de Tatiana quedó registrada en videos. La mujer de 53 años tuvo que improvisar un discurso, aunque tampoco le resultó difícil. Su inteligencia ha quedado en evidencia en TV nacional: es rápida para responder y hábil para destruir a sus rivales con ironía y humor.

Cuando acabó el evento, López Obrador se acercó a Tatiana y le rindió tributo: “Tú diste el discurso del candidato y yo el de coordinador”.

“El movimiento soy yo”

El carácter duro de López Obrador ha quedado registrado por la prensa. Incluso con un tanto de paranoia de ser seguido por el gobierno y sus cuerpos de espionaje. En 2008, tiempo después de que perdió su primera elección, López Obrador tuvo una reunión áspera con dirigentes del PRD y Movimiento Ciudadano (antes conocido como Convergencia). Los gritos e intercambio de palabras se comenzaron a oír provenientes de la oficina de López Obrador, en las calles de San Luis Potosí y Córdoba, en la colonia Roma.

“¡El movimiento soy yo!”, espetó en un momento López Obrador.


Todo fue capturado por los periodistas que esperaban afuera. Un día después, cuando los diarios publicaron todos los detalles de la discusión, Andrés Manuel aseguró que la información había sido filtrada por el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), el cuerpo de espionaje político del Gobierno mexicano, en vez de itir que su falta de prudencia había hecho públicos los pormenores de la discusión.

Esa actitud reacia a aceptar los errores propios y, por el contrario, de acusar a lo que él llama “la mafia del poder”, ha perseguido a López Obrador desde hace años.

Del “chachalaca” al “canallín”

Quienes no creen en el fraude electoral denunciado por López Obrador en 2006 —cuando perdió las presidenciales frente al entonces candidato del PAN, Felipe Calderón, y se rebeló contra las autoridades electorales y sus resultados— atribuyen la derrota a una frase de oro que pronunció contra el presidente en funciones, Vicente Fox, durante un mitin en Oaxaca: “Cállate, chachalaca”.

Ese y otros insultos lanzados por López Obrador desde la tribuna fueron empleados entonces por la campaña panista para acusarle de intolerante y autoritario, comparándolo en cada spot de propaganda con el presidente venezolano Hugo Chávez.

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Durante el segundo debate presidencial de 2018, realizado en Tijuana, el candidato de Morena volvió a dar rienda suelta a su temperamento, frente a una provocación de Ricardo Anaya, también abanderado del PAN y segundo en las encuestas. “Anaya es un demagogo, un canallita”, “Ricky Riquín Canallín”, le dijo para responder a sus ataques sobre supuesto ocultamiento de patrimonio.

La frase pronto se hizo caldo de memes, pero no trascendió como en el pasado. Salvo esta explosión, López Obrador ha procurado vender la idea de que no viene por la revancha, que no desea hacerse del poder para desatar una venganza contra sus enemigos políticos del pasado. Ha hecho un esfuerzo por contener esas emociones, sacrificando incluso la alegría de saberse favorito.

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