Torturaban y decapitaban: los narcos satánicos que sembraron el terror en la frontera
La imagen es espeluznante. Sergio Martínez, miembro de una secta que combinaba ritos satánicos, a sesinatos y tráfico de drogas en México, escarba con una pala alrededor de un cadáver desnudo. A unos pasos, periodistas lo filman y fotografían como si fuese la escena de una película de terror. Otros presentes se cubren la nariz por el hedor, según se observa en esa foto de la agencia Getty Images.
Sucedió en abril de 1989 en Matamoros, en el estado de Tamaulipas y cerca de la frontera con Texas.
Hasta entonces se sabía de los actos horrendos perpetrados en el Rancho Santa Elena. El líder de la secta, el estadounidense Adolfo de Jesús Constanzo, de 26 años, les había inculcado a sus discípulos, jóvenes veinteañeros de México y Texas, que solo realizando sacrificios humanos serían invencibles y podrían proteger sus actividades criminales.
Al menos 24 personas fueron torturadas, desmembradas y asesinadas en el interior del rancho, aunque se cree muchos más cayeron en sus garras.
Constanzo, a quien le decían ‘El Padrino’, como a los guías espirituales en la santería, murió días después en un apartamento en la Ciudad de México baleado por uno de sus “ahijados”, antes de que irrumpiera un comando de policías. El propio Constanzo pidió que lo mataran a tiros para evitar la cárcel, según los reportes de medios de comunicación que informaron sobre el llamado Caso Matamoros.
Durante un tiempo, los integrantes de esta secta operaron en las sombras. Su modus operandi era secuestrar y asesinar personas que nadie reclamó: prostitutas, vagabundos y traficantes de drogas.
Los Narcosatánicos: l
a desaparición de Mark Kilroy
Hasta que un día Constanzo les pidió a sus seguidores buscar a una víctima distinta, un hombre blanco. No fue difícil encontrarlo. En ese tiempo, a Matamoros llegaban jóvenes texanos que buscaban cerveza barata y leyes más laxas que les permitían ingresar a bares y clubes nocturnos. Uno de ellos fue Mark Kilroy, un estudiante de pre-medicina de la Universidad de Texas en Austin.
Kilroy y tres amigos cruzaron el puente internacional desde Brownsville, Texas, para pasar parte de sus vacaciones de primavera en la ciudad fronteriza mexicana. En tres días fueron a la playa y la calle Álvaro Obregón, una amplia avenida de bares y discotecas. En su última visita, los amigos cruzaron a pie y llegaron al bar El Sombrero, donde tomaron unos tragos. Cuando volvían a Texas, a unos 200 pies de la línea fronteriza, Kilroy se separó de sus amigos para orinar y jamás lo volvieron a ver. Ellos continuaron su camino y pensaron que lo verían ya en el lado estadounidense, pero no sucedió.
Al día siguiente comenzó la búsqueda en ambos países. En México, colaboró la Policía Federal y el consulado de EEUU en ese país. Lo buscaron en cárceles, hospitales y en la morgue. Su familia repartió miles de volantes y ofreció una recompensa de 15,000 dólares por información sobre su paradero. El programa de TV America’s Most Wanted transmitió un reportaje del caso. Todo fue en vano.
La búsqueda coincidió con un operativo antinarcóticos que se implementó en la región, que ya era un corredor de traficantes. Uno de los retenes que montaron para detectar cargamentos de droga ayudó a resolver el caso de Kilroy. Y es que por uno de esos puntos de control pasó Elio Hernández Rivera, de 22 años y residente de Matamoros. Le detectaron marihuana y cuando lo interrogaron confesó que su familia era dueña del Rancho Santa Elena.
Los policías lo llevaron a la propiedad anticipando que encontrarían droga. Así fue: incautaron 75 libras de marihuana. Allí aprovecharon para mostrarle la foto del estudiante desaparecido al velador de la finca y este dijo que lo había visto en una choza en una pequeña colina a unos 1,300 pies (400 metros) de distancia, dentro del terreno.
La choza de los sacrificios
El olor fétido fue la guía para localizar fosas clandestinas, donde había 12 cadáveres, incluyendo el de Kilroy. La autopsia reveló que el joven recibió un corte de machete en la nuca, que le quitó la vida. A su cuerpo le habían mutilado las piernas a la altura de la rodilla y le habían extraído el cerebro y la columna vertebral. Era una práctica común en los rituales del clan.
Los otros cadáveres estaban mutilados, decapitados, quemados, les habían arrancados los corazones y genitales, les desfiguraron el rostro, tenían disparos y uno había sido ahorcado.
“La policía dijo que (Constanzo) ordenó los rituales con asesinatos, señalando a jóvenes al azar en las calles de la ciudad para que sus seguidores los secuestraran, luego asesinaran y mutilaran en el rancho”, detalla un artículo de la época del diario New York Times.
“Los funcionarios describieron los asesinatos como una mezcla retorcida de sacrificios y de magia negra de Haití, Cuba y Jamaica. Dijeron que el señor Constanzo les dijo a los otros narcotraficantes que los asesinatos rituales los protegerían del daño, incluso de las balas”, agrega la nota.
En la choza donde se realizaban los sacrificios encontraron un altar manchado de sangre con ropa y fotos de niños pequeños. Había veladoras, objetos utilizados en la brujería, un cerebro carbonizado, sangre coagulada, cabello humano, un martillo, un machete lleno de sangre y botellas de licor vacías.
“Junto a la puerta de entrada había un gran caldero en el que flotaban restos de una herradura, una tortuga, patas de cabra y otros animales en una sopa húmeda de la que sobresalían grandes palos. La policía dijo que sangre humana y partes de cuerpos fueron mezcladas y hervidas como parte del ritual de asesinato”, agrega el artículo del Times.
Al final de la cocción, el caldo era ingerido por los integrantes de la secta para adquirir “poderes mágicos e inmunidad ante los peligros”.
“Los matamos por protección”
El primer policía estadounidense que llegó al Rancho Santa Elena describió asombrado lo que observó. “He estado en la policía quince años y no hay palabras para describir lo que vi allí”, dijo el teniente George Gavito del Departamento del Sheriff del condado de Cameron, citado por un extenso artículo que la revista Rolling Stone publicó en 1989.
Hernández Rivera, quien llevó a los policías al rancho, era miembro de la secta y sobrino del líder de una organización de narcotraficantes que había contratado a Costanzo para obtener ganancias y supuesta protección a través de la magia negra.
Hernández Rivera tenía entonces 22 años. Él y tres acusados fueron detenidos y presentados en una conferencia de prensa. El joven dijo a los periodistas que habían secuestrado a Kilroy y a otras víctimas en una calle de Matamoros, como parte de las actividades criminales del grupo.
“Los matamos por protección”, confesó ante los reporteros Hernández Rivera, según el Times.
Algunos asesinatos parecían estar relacionadas con el tráfico de drogas. El periodista Humberto Padgett relató al respecto: “La mayoría de los ejecutados fueron policías que trabajaban como ‘madrinas’ o informantes para el cártel del Golfo, entre ellos se encontraban Joaquín Manzo Rodríguez y Roberto Rodríguez, ambos eran agentes antinarcóticos de la Policía Judicial Federal. En la fosa también aparecieron Rubén Vela Garza y Sergio Rodríguez, asesinados cuando intentaron robar tres toneladas de marihuana haciéndose pasar por judiciales”.
Oran Neck, un agente aduanal estadounidense, declaró al New York Times que los primeros cuatro de la organización que arrestaron no demostraron ningún remordimiento: “Estaban riendo, riendo tontamente… No parecían tener ninguna razón para estar avergonzados. Fue increíble”.
Quién era Adolfo de Jesús Constanzo, ‘El Padrino’, y cómo acabó
Nacido en Florida, Adolfo de Jesús Constanzo, ‘El Padrino’, llevaba la santería en la sangre. Su madre y abuela eran conocidas santeras que tenían altares en sus casas en Miami. En su niñez dejaba animales muertos frente a las viviendas de los vecinos. Siendo joven se mudó a la Ciudad de México, donde hizo fama de protector de narcos, a quienes prometía ayudarles a evadir los operativos de la policía y adivinar cuándo podían mover sus cargamentos. Él mismo terminó involucrado en ese mundo.
A través de sus conexiones con capos de la droga llegó al Rancho Santa Elena, a la altura del kilómetro 39 de la carretera Matamoros-Reynosa. El lugar terminó siendo un punto de reunión para realizar transacciones ilícitas, ocultarse de las autoridades y para invocar a los espíritus que, según ‘El Padrino’, protegerían al siguiente envío de droga a Estados Unidos. Por eso les llamaron ‘Los Narcosatánicos’.
El incendio de la macabra choza simbolizó el fin del clan. Dos semanas después, las autoridades localizaron a Constanzo en un apartamento en la Ciudad de México. Hasta allí lo acompañaron sus principales cómplices, Martín Quintana Rodríguez y Sara Aldrete Villarreal, una estudiante destacada en la universidad Texas Southmost College.
Cuando policías federales rodearon el apartamento se inició una fuerte balacera. En un acto de desesperación, Constanzo lanzó billetes por la ventana y disparó a los peatones. Sabiendo que su final estaba cerca, ‘El Padrino’ le pidió a uno de sus seguidores, Álvaro de León Valdez, que les disparara a él y a Quintana Martínez.
“¡Hazlo! ¡Hazlo! Si no lo haces, vas a pagar con las consecuencias en el infierno”, le ordenó, de acuerdo con el relato de un testigo.
Sus cadáveres fueron encontrados dentro de un armario. En la vivienda había velas negras, dos espadas, una calavera hecha de cera blanca y una muñeca con los ojos vendados que sostenía otra muñeca.
Aldrete Villarreal, De León Valdez y otros del grupo fueron detenidos por los delitos de homicidio, asociación delictuosa, resistirse al arresto, herir a un policía y daños a la propiedad.
La estudiante texana negó las acusaciones y dijo que la habían tratado como una “esclava” y había pasado por un “infierno”. Pero las autoridades mexicanas afirmaron que ella se había encargado de reclutar y atraer a por lo menos una víctima. Le apodaban ‘La Madrina’, ‘La Bruja’, ‘La Sacerdotisa’ y ‘La Concubina del Diablo’.
“Sara era la primera en abrir las sesiones de tortura que consistían en amarrar de las manos a las víctimas y sumergirlos en un enorme recipiente con agua a cien grados (Centígrados) de temperatura, luego de castrarlos y eliminar sus tetillas con arma punzocortante”, describe El Libro rojo de la istración de justicia, publicado por el Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México.
Al registrar su apartamento en Matamoros, según el libro, la policía encontró un altar de la santería, ropa manchada de sangre y una agenda con nombres de políticos y cantantes mexicanos.
Aldrete recibió una condena nunca antes registrada en México: 647 años de prisión. El gobierno estadounidense aún pretende juzgarla por el asesinato de Kilroy.