El skate como un escape a la violencia en Guatemala

Un sábado soleado, diez niños de entre siete y doce años se alternan para practicar sus habilidades en patineta en un callejón de El Incienso, una área de la Ciudad de Guatemala calificada como una zona roja, por el alto nivel de violencia y delincuencia. Cada sábado, Allan Vásquez, un skater de 26 años, llega para compartir con ellos su técnica y entusiasmo para el deporte que ha cambiado su vida.
“Tengan mucho cuidado antes de la curva”, advierte Vásquez a dos niños de 12 años que bajan en patinetas. Su aviso es casi la única regla que les da. El resto son sugerencias y palabras de ánimo.
“El skateboarding es tan personalizado y tan individual, que cada quien lo practica como mejor puede”, dice Vásquez. “No hay ningún maestro. No hay nadie que lo enseñe, sino que todos aprenden de todos”.
Según él, este es un deporte que no discrimina. No importa la edad, género, ni habilidad: sólo se necesita una patineta y la calle. Pero en ciudades con altos niveles de violencia y poca seguridad en los espacios públicos, este conlleva un gran riesgo para la vida de los skaters. En la Ciudad de Guatemala, Vásquez quiere que este deporte sea accesible para todos, a pesar de que este país es uno de los más violentos del mundo.
En muchas ciudades de toda Latinoamérica, los jóvenes buscan comunidades donde sentirse bien y, cuando no las encuentran, buscan otras formas de sentirse aceptados. A veces, eso sucede en la calle. Para los niños que quieren rebelarse, es mejor que canalicen su energía a través de skateboarding, dice Vasquez.
En todo el mundo, desde Bolivia hasta Afganistán, se ha comprobado que promover el skateboarding disminuye violencia y el consumo de drogas, según Iain Borden, profesor de arquitectura y cultura urbana en University College London y autor del libro Skateboarding, Space and the City.
Un ejemplo brillante de esto es Skateistan, un programa que empezó en 2007. Ha tenido éxito en transformar las vidas de los adolescentes en el mismo Afganistán y ahora tiene sedes en Camboya y Sudáfrica. Otros programas juveniles de skateboarding existen en Etiopía, Bolivia y reservas de nativos estadounidenses. Todos los programas tienen el mismo planteamiento: los que aprenden skateboarding ganan mucho más que nuevas habilidades atléticas.
“Ahora se construye skateparks no solo para proveer un centro de skating sino para construir una iniciativa social alrededor de skatepark”, dice Borden. “La idea es que skateboarding es una manera de captar el interés de jóvenes marginados”.
Empezando en la década de 2000, muchas ciudades han cambiado su mentalidad hacia el skateboarding, dice Borden. Lo que los vecinos veían como un fastidio ahora ven como una manera eficaz y barata de combatir violencia juvenil.
“Aprender a andar en skate salvó mi vida”, dice Vásquez, que confiesa que nunca se sentía aceptado en la escuela ni practicando otro deporte. Conoció la patineta cuando tenía 12 años, una edad en que muchos jóvenes se enfrentan a tentaciones que pueden cambiar la trayectoria de sus vidas para siempre, como consumir drogas, meterse en la delincuencia común o ingresar en una pandilla. En 2015, hubo 13 homicidios al día en Guatemala. Se calcula que hay hasta 22,000 pandilleros en este país de 15 millones habitantes. Vásquez eligió el skateboarding, pero otros de sus amigos tomaron otros caminos, que los llevaron a la cárcel o incluso a la muerte.
“Este sentimiento [cuando estoy en una patineta] me hizo alejarme de cosas que podían poner en riesgo mi vida,” dice Vásquez. “Encontré el skateboarding como un mundo donde yo podía desarrollar mis habilidades sin tener a alguien atrás diciéndome que soy muy malo para eso”.
Vásquez llega a El Incienso cada sábado como voluntario de 'Vamos a la Calle', un programa organizado por estudiantes de Psicología en la Universidad de San Carlos. Diez estudiantes que cursan una maestría organizan actividades de proyección social como parte de su programa. Vásquez empezó enseñando fútbol porque pensaba que era el deporte preferido de los niños, pero vio que peleaban mucho al practicarlo. Luego optó por el skateboarding, el que ha tenido más éxito como alternativa contra la violencia.
“El skateboarding es un deporte muy completo, más que el fútbol”, dice Vásquez. “Porque la lucha y la competencia es con uno mismo y no contra otra persona”.
El sábado pasado los participantes de 'Vamos a la Calle' practicaban el ollie, un truco básico donde un skater coordina sus pies, cuerpo y equilibrio para inclinar la patineta y saltar. “Me gusta sentirme sobre las patinetas, porque me siento bien alegre y muy contento, porque no me enseña cosas malas, sino cosas buenas”, dice Dillon, un niño de siete años. Participar en el programa no solo le enseña trucos de skateboarding, sino cómo debe comportarse en la vida diaria, afirma.
Por el momento, Dillon y sus amigos solo practican en El Incienso cuando Vásquez trae las patinetas, porque no tienen las suyas propias. Algún día, buscarán espacios en la ciudad para seguir explorando la práctica de skate, como miles de skaters guatemaltecos principalmente de la clase media lo han hecho antes. Pero el crimen y la falta de seguridad siguen siendo un problema para este avance del deporte.
Hace un par de años, dos skaters murieron cuando ocurrió un enfrentamiento a tiros entre dos traficantes de drogas en la vecindad de un skatepark de la zona 18, un barrio con una gran presencia de pandilleros. Después de este suceso, la municipalidad formó Espacios Extremos, un programa para apoyar el desarrollo de deportes extremos en espacios públicos.
Espacios Extremos organiza eventos para llevar conocimiento a la lucha de los skaters en Guatemala y para cambiar los estereotipos sobre la cultura skate, como que son irrespetuosos y solo quieren fumar marihuana. Otra parte del trabajo de este programa es coordinar con alcaldes auxiliares para encontrar lugares para construir nuevos skateparks como el San Pedrito Skate Park en la zona 5, un éxito fruto de años de trabajo comunitario.
“En la zona 5 están fascinados. Todos los vecinos llegan a sentarse y ver a la gente”, dice Fernando Pérez, director de Espacios Extremos. “[La percepción hacia los skaters] ha cambiado positivamente, pero cuesta. Falta un montón para que estos estigmas se cambien”.
San Pedrito abrió en 2015 y otro parque para bicicletas BMX hizo lo propio en la zona 3 en mayo de este año. Ahora que existen estos dos lugares para practicar, el antiguo parque de la zona 18 está casi abandonado. Todavía faltan suficientes espacios para los miles de skaters guatemaltecos, según Pérez, que se enfrenta mucha resistencia de los vecinos para sus planes de construir skateparks en zonas 7, 9, 11, 12, y 13 de la capital.
En San Pedrito, el skatepark preferido de Vásquez, la presencia de un guardia en la entrada la agradecen todos, pues conocen los peligros que pueden enfrentar. San Pedrito Skatepark tiene reglas, en las que se contempla que el cierre es a las seis de la tarde. Al cerrar el sábado, todos los skaters, con zapatos Vans y gorras inclinadas, se despiden. Algunos se van en patineta y aquellos con posibilidades económicas suben a sus carros para ir a La Bodega, un parque privado y cubierto en la zona 1. Aunque pagar diez quetzales (1.33 dólares) para entrar a un parque privado no es ideal, Vásquez no quiere regresar a casa. Para él, patinar es su manera de vivir.
“Esto se considera un estilo de vida, un deporte, y un movimiento urbano, social”, dice Vásquez, que cree que este movimiento debería ser posible para todos en Guatemala, desde los apartamentos exclusivos de la zona 10, hasta zonas marginales, como El Incienso.