La desigualdad económica y la mala salud van cada vez más de la mano

La devastación desencadenada por la epidemia opiácea en los pueblos en apuros de los Apalaches y el Noreste ha renovado la preocupación por la conexión entre la salud física de los individuos y la salud económica de sus comunidades. De hecho, la crisis opiácea es un ejemplo particularmente pernicioso de los múltiples retos de salud pública de escala nacional que afectan de manera desproporcionada a los lugares en dificultades a lo largo del país.
Nuestra organización —el Economic Innovation Group— trabaja para iluminar las fisuras que dividen a las comunidades estadounidenses. Recientemente realizamos un mapeo de metadatos en cuanto a los indicadores a nivel de condado del bienestar económico que provienen del Distressed Communities Index (Índice de Comunidades en Apuros), el cual creamos. Los indicadores también incorporaron datos de los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades. Nuestro análisis indicó que los condados en apuros tienen tasas de muertes provocadas por drogas que en promedio son un 37% más altas que las de lugares solventes. Además, tienen tasas de prescripciones de opioides que son casi un 56% más altas que las de las comunidades pudientes.
Por desgracia, tales brechas son comunes a lo largo de una gama increíblemente amplia de indicadores en cuanto a la salud y el bienestar físico.
Mapa de las comunidades en apuros en EEUU. En azul, las zonas prósperas y cómodas. En rojo, las que se encuentran en peores condiciones.
Por ejemplo, la conexión entre el lugar done uno viva y la expectativa de vida es inconfundible. En promedio, las personas viviendo en condados prósperos —ese quinto de los condados que salen con el mejor puntaje en el Índice de Comunidades en Apuros— viven casi cinco años más que sus vecinos en los condados en apuros. La expectativa de vida promedia en los lugares en dificultades es 75.2 años, lo cual es casi cuatro años menos que el promedio estadounidense de 79 años.
En general, la expectativa de vida entre condados varía en casi 20 años, desde 86.8 años en el pudiente condado Summit en Colorado a sólo 67.6 años en el condado Union, un área en apuros ubicada en Florida. La relación entre ambas variables es fuerte. Del 10% de los condados con la expectativa de vida más corta, casi un 74% son calificados como ‘en apuros’ en el Índice de Comunidades en Apuros, mientras que sólo 1 de esos 313 condados es adinerado.
Mapa de esperanza de vida por condado. Las zonas más claras son los lugares donde la gente vive menos en EEUU.
Muchos de los demás indicadores sanitarios negativos —desde la obesidad y la diabetes a la mortalidad y el abuso de drogas— se vuelven más prevalentes y amenazadores a medida que las condiciones económicas se deterioran en una comunidad. Las tasas de mortalidad son más de un 25% más altas en los condados en apuros que en los condados adinerados. Además, las tasas de mortalidad que se deben específicamente a los trastornos mentales y al abuso de drogas son un 64% más altas. En algunas partes particularmente desoladas del país, las tasas de mortalidad causadas por estas ‘enfermedades de desesperación’ —entre ellas suicidio, abuso del alcohol y las sobredosis de drogas— llegan a ser más de cuatro veces más altas que las tasas nacionales. Los rincones más remotos de las montañas Apalaches y las reservas indígenas más aisladas en el Oeste son los lugares peor afectados. Tales desigualdades en cuanto a la salud mental y física que están basadas en la localidad son una demostración más de la brecha creciente entre las comunidades prósperas de EEUU y las que se están dejando atrás a medida que la economía evoluciona en el siglo XXI.
Muertes por cada 100,000 por problemas de salud mental y abuso de drogas. Las zonas más oscuras es donde estos problemas están más marcados.
Quizás haya varias causas de la mala calidad de la salud pública, pero las condiciones económicas de una comunidad claramente desempeñan un papel. La lucha para conseguir empleo o cumplir con las necesidades básicas de la familia pueden cobrar un precio físico y psicológico. Es menos probable que las personas rodeadas por dificultades económicas tengan estilos de vida saludables, tales como hacer ejercicio regularmente o no fumar. La geografía empeora el problema: en nuestra era cada vez más urbana, muchos condados en apuros son lugares poco poblados en donde el a las instalaciones sanitarias de calidad es limitado.
Una buena parte del reto del país en cuanto a la salud pública se debe al sumamente disparejo a la oportunidad económica entre una comunidad a la otra.
Grupos demográficos específicos sufren de manera desproporcionada bajo el vínculo entre pobres resultados sanitarios y el estrés económico. Los grupos minoritarios constituyen un 72% de la población que vive en los códigos postales de comunidades en apuros. Además, las personas con las mayores probabilidades de vivir en códigos postales ‘en apuros’ —específicamente los afroestadounidenses y las comunidades indígenas— tienen expectativas de vida más bajas que las de los blancos. Tampoco es coincidencia que el único grupo demográfico cuya expectativa de vida ha empezado a deteriorar en años recientes es también el único grupo cuyas circunstancias económicas han deteriorado de manera significativa: la clase obrera blanca (específicamente los que no tienen al menos alguna preparación universitaria).
Los académicos que han estudiado las dificultades que están afectando a este grupo —el cual ha sido golpeado particularmente fuertemente por la epidemia opiácea— han establecido una fuerte conexión entre las circunstancias económicas recientemente apretadas del grupo y sus incidencias de las enfermedades ‘de la desesperación’. Angus Deaton —economista de la Universidad Princeton y uno de los académicos que ha estudiado este asunto— resumió sus investigaciones en un testimonio que dio ante el Congreso en junio 2017: “Un fuerte consumo de alcohol, la obesidad, el creciente aislamiento social, las drogas y suicidio son los resultados plausibles de [estos] procesos acumulativos que privan a las vidas de la clase obrera blanca de su importancia”. Su declaración subraya una verdad más amplia: la mayor parte del reto de salud pública del país procede de un profundamente disparejo a la oportunidad económica desde una comunidad a otra.
El sufrimiento humano relacionado con los apuros económicos le pesa a la sociedad en general. A corto plazo, una economía local que está fallando se traduce en mayores desembolsos en cuanto a beneficios y un gasto incrementado en la atención sanitaria: cargas que llevan todos los contribuyentes sin importar donde vivan (dos veces más dinero es gastado en la asistencia médica pública para los condados en apuros de lo que se gasta en los condados prósperos). A largo plazo, el desperdicio trágico del capital humano en las comunidades en aprietos reduce el potencial de crecimiento económico de nuestro país y erosiona su tela social.
¿Qué se puede hacer para abordar las causas subyacentes de estas desigualdades? Abordarlos desde sus raíces requiere una mayor concentración en la legislación basada en las localidades. Debemos empezar con políticas públicas innovadoras que estimulen a la inversión, que invistan de poder a los emprendedores, que alienten la movilidad en el mercado laboral y que restauren el dinamismo económico vecindario por vecindario. La mayoría de tales soluciones se tienen que implementar al nivel estatal y local. Sin embargo, la Ley de Oportunidad para las Inversiones —la cual actualmente está siendo considerada por el Congreso— es un concepto federal prometedor para democratizar el al capital y alentar a la inversión privada en comunidades de bajos ingresos en todo el país . Los legisladores deberían ser mucho más audaces en perseguir nuevas ideas diseñadas para el paisaje actual y dejar de tratar de solucionar retos económicos del siglo XXI con lo que queda del juego de herramientas del siglo XX en cuanto a políticas públicas.
Tanto los republicanos como los demócratas reconocen que problemas como la epidemia opiácea requieren intervención urgente. Pero para abordar totalmente los retos bien arraigados en cuanto a la salud pública a nivel nacional, nuestros líderes tienen que aplicar ese mismo sentido de urgencia a una agenda de reconexión económica que ponga a las comunidades en apuros en el camino hacia la rehabilitación.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.