¿Por qué las autocracias construyen los rascacielos más altos?

Cuando Carl Henrik Knutsen viajó a Kuala Lumpur, Malasia, hace ya varios años, y visitó las Torres Petronas, pensó que solo estaba yendo a ver las torres gemelas más altas del mundo. En cambio, Knutsen fue testigo de un majestuoso y desconcertante símbolo de poder del estado.
“Entonces, el guía nos dijo que había muchos pisos vacíos, desocupados”, sostiene Knutsen. “Sonó como si se tratase de un enorme desperdicio, pero en verdad los pisos eran hermosos. Fue ahí que comencé a comprender el exceso que significaban estas torres, sin que algunas fueran incluso utilizadas con el propósito para el que habían sido erigidas”. Tras haber discutido en la Universidad de Oslo su tesis doctoral, la que tratsa de los tipos de regímenes políticos y su crecimiento económico, Knutsen conjeturó que los rascacielos podían darnos pistas sobre quiénes los construyeron.
Esa lógica es el fundamento de un reciente informe de trabajo de Knutsen y Haakon Gjerlow, también de la Universidad de Oslo. Ellos relacionaron las alturas y los estilos de los rascacielos con algo más que concreto y acero invertidos en ellos, algo, si se quiere, mucho menos tangible: la línea entre la autocracia y la democracia.
Estas modernas edificaciones siguen levantándose frenéticamente, alcanzando dimensiones cada vez más absurdas. Arabia Saudita tiene planes, por ejemplo, de construir la Torre Jeddah, una estructura de 1,000 metros (3,280 pies), con un costo que rondaría los 1,200 millones de dólares americanos para 2020. Por su parte Dubái está buscando invertir 1,000 millones de dólares en la construcción de otra gigantesca obra. Ominosamente, sería llamada “ La Torre”, y tendría una altura de 928 metros (3,045 pies). Los proyectos de rascacielos parecen ser la analogía moderna de los vistosos palacios en que, alguna vez, líderes no elegidos solían derrochar el gasto público. Pero estas descomunales estructuras también ejercen un poder de atracción sobre los dirigentes electos, disparando su capacidad inventiva; no en balde algunas de las torres más elevadas, previstas para ser erigidas próximamente, se construirán en ciudades como Londres y Moscú.
Con todo, Knutsen advierte una diferencia en el hecho de que distintos gobiernos las construyan. “En las democracias habrá más rascacielos en la medida en que se desarrolle la urbanización y crezcan los ingresos”, indica Knutsen. “Pero esto no se aprecia en las autocracias. En estas formas de gobierno se hacen los rascacielos sí o sí”.
Para buscar responder a la pregunta de cómo el tipo de gobierno influyó en la construcción de los rascacielos, el informe compara datos provenientes del Skyscraper Center, perteneciente a la organización no gubernamental Council on Tall Buildings and Urban Habitat, con los estándares globales definidos por .
Uno de los modelos de Gjerlow y Knutsen concluye que, después de tener en cuenta factores como la urbanización, el ingreso y la población, las autocracias fabrican, aproximadamente, 150 metros más de rascacielos cada año que sus contrapartes democráticas.
“El problema es que es muy difícil encontrar medidas comparables en espacio y tiempo”, dice Knutsen. “Por ejemplo, la corrupción no es nada fácil de medir y, a menudo, depende de las percepciones de los expertos. Pero en lo que respecta a los rascacielos, se trata de algo específico y comparable: solo tienes que lidiar con la altura”.
Knutsen añade que estos son una manera útil y práctica de comparar los nada asibles conceptos que abarcó su tesis doctoral. Él comprende por qué los autócratas sienten la necesidad de edificarlos, pero halla irritantes sus costos a expensas de los ciudadanos.
Tomemos por ejemplo, el Hotel Ryugyong, también conocido como ‘Hotel Maldito’ o ‘Torre de la Fatalidad’, una pirámide de 330 metros en Pyongyang, capital norcoreana. “Es una estructura enorme en un país muy pobre. Y nunca ha sido usada como el hotel que, según ha trascendido, estaba destinado a ser”, destaca Knutsen. “Este proyecto implicó una infinidad de recursos y nunca devolvió un servicio a la sociedad, salvo por el hecho de ser un símbolo del régimen”.

Aquí se comparan las alturas (en metros) de algunos rascacielos construidos entre 1900 y los que se espera construir para 2020 (Gjerlow and Knutsen).
Sin embargo, la altura de un rascacielos puede a veces tener un verdadero propósito económico. Por ejemplo, en Manhattan, donde había la necesidad real de agrupar más residentes en el centro de la ciudad, caso similar al de Tokio. Pero los autócratas hacen erigir las torres por ansias de poder –incluso en épocas de crisis económicas–, desviando dinero del presupuesto público para así jactarse de estructuras ciertamente innecesarias.
Un ejemplo elocuente de lo anterior lo señala Knutsen: el Burj Khalifa, en Emiratos Árabes Unidos, edificio más alto del mundo actualmente. Tiene 828 metros de altura (2,727 pies), pero un 29% de su colosal estatura se mantiene desocupado. Para separar la utilidad del exceso, Knutsen cuenta que a Gerjlow se le ocurrió medir la diferencia entre la cima del edificio y el piso habitable más alto.
“Si estamos en lo cierto –que los rascacielos son construidos como muestra de la sed de poder, o bien como proyectos inútilmente costosos–, es dable esperar más frutos de esta 'vanidad por la altura' en autocracias que en democracias”, sostiene Knutsen (el Council on Tall Buildings and Urban Habitat señala en un correo electrónico que desde entonces ha evitado el uso de “vanidad por la altura”, debido a su connotación peyorativa, y, a cambio, prefiere usar “altura bruta y neta”).
Asimismo, Gjerlow y Knutsen hallaron que los autócratas tienden a edificar rascacielos movidos por mayores dosis de esta rara vanidad asociada a la altura, cuando se comparan edificios similares en países igualmente ricos. También se percataron de que las edificaciones autocráticas presentan más metros por piso y superficie de suelo que las construidas en democracias.

Estos son los 10 rascacielos más “vanidosamente” altos del mundo. En verde, la superficie no ocupable (CTBUH).
Esto habla de las limitaciones que pesan sobre los dirigentes electos que impiden la construcción excesiva de rascacielos. “Si te apetece ser reelecto y la gente conoce los costos de proyectos de este tipo, y se percata, digamos, de que se sacrificaría la construcción de escuelas para sus hijos, entonces se trata de una mala idea”, sentencia Knutsen.
Pero los proyectos constructivos a gran escala pueden constituir una herramienta muy útil para los autócratas, en el sentido de que proveen una forma de ocultar sobornos o malversaciones a sus partidarios con edificios caros de una contabilidad turbia. En cambio, la falta de libertad de prensa, como reseñaba V-Dem, es un factor que podía condicionar, aún más que la propia corrupción, la existencia de rascacielos.
“Muchas obras constructivas se deben a las propias características de los regímenes autocráticos”, indica Knutsen. “Pero el más importante elemento a tener en cuenta es el público a la información: a saber, la libertad de prensa”.
Eso puede dar algo de esperanza a aquellos que temen las antidemocráticas tendencias y la manía por las torres del actual presidente de Estados Unidos. Pero a menos que Washington DC elimine sus restricciones de altura a los nuevos edificios, al menos ningún autócrata del país podrá plantar un rascacielos en la capital.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en CityLab.com.