La ruta del despilfarro urbano en España

España era una fiesta. El dinero corría por las instituciones y las empresas. El ladrillo generaba la riqueza y al ladrillo volvía aquel dinero, como un ejercicio orgiástico de construcciones que parecía no tener fin. Pero lo tuvo. En 2008 la burbuja inmobiliaria –como tantas otras cosas– estalló y desde entonces España trata de superar una resaca que ha dejado huella no solo en el ánimo, sino en el paisaje de sus ciudades.
Durante aquellos años dorados las ciudades se embarcaron en proyectos ciclópeos que, lejos de censurar, los ciudadanos aplaudían. En aquel entonces lo importante para los ayuntamientos era “situarse en el mapa”. Y muchos lo consiguieron. Ahora, tras la bacanal, esas ciudades están en el mapa, pero en el mapa del despilfarro, que recorre España de norte a sur.
La Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela
Este tour por el despilfarro puede comenzar en Galicia, el extremo noroeste del país. En 2001 comenzó la construcción de la denominada Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela, a cargo del arquitecto estadounidense Peter Eisenman. La idea era crear un complejo de más de 141,800 metros cuadrados –una superficie equivalente al del centro urbano de la ciudad compostelana– en el centro de referencia de la cultura gallega. El centro estaría formado por seis edificios: una biblioteca, una hemeroteca, un teatro de la música, el museo de la Historia de Galicia, un edificio de Servicios Centrales y el de las Nuevas Tecnologías, además de un teleférico para llegar hasta allí.
En el año 2011, el gobierno regional inauguró las instalaciones. Eso sí, con solo cuatro de los seis edificios construidos y con un coste que terminó siendo el triple de lo previsto, alcanzando los 446 millones de dólares. No fue hasta 2014 cuando, ante las presiones políticas y sociales, los responsables abandonaron definitivamente la idea de completar las instalaciones, y se renunció a edificar el teatro de la Música y el Centro de Arte. Esta renuncia incumplía el contrato con el arquitecto, quien pudo haber denunciado a la Xunta de Galicia (el gobierno local), pero finalmente se llegó a un acuerdo y la Xunta pudo ahorrarse 170.6 millones de dólares en concepto de indemnización.
Pero los gastos no acaban ahí, el mantenimiento del complejo alcanza los 5 millones de dólares anuales. Un coste desproporcionado si tenemos en cuenta que en los cinco años que lleva abierto el recinto han sido poco más de 2 millones de visitas las que ha recibido. Una media de 33 personas al mes. Poco más que una al día.
La solitaria ciudad de la Justicia de Madrid
El afán por concentrar servicios fue también el objetivo de la Ciudad de la Justicia de Madrid. El proyecto nació en 2007 para reunir en un campus todos los órganos judiciales presentes en la ciudad (excepto el Tribunal Supremo y el Constitucional y la Audiencia Nacional), diseminados por 21 edificios. El complejo, que sería proyectado por arquitectos internacionales, constaría de 14 edificios, todos de forma circular, con un presupuesto de 557.5 millones de dólares. Pero la fiesta del ladrillo estaba terminando.
Ocho años después el proyecto está en los tribunales, al disolverse la unión de empresas para llevarlo a cabo, y de él solo queda el solitario edificio del Instituto de Medicina Legal, abandonado en mitad de un páramo al norte de Madrid. Un edificio nuevo que ha costado más de 111.51 millones de dólares. En este caso, la miríada de arquitectos no ha sido tan comprensiva como en el caso de Santiago y, por ejemplo, ha habido que abonar más de 11.15 millones de dólares a Norman Foster por sus dos proyectos interruptus.
La actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, está intentando liquidar el hercúleo proyecto y planea otro de dimensiones mucho más modestas. Mientras tanto, el óvalo del Instituto de Medicina Legal resplandece bajo los aviones que lo sobrevuelan desde el aeropuerto.
Aeropuertos: rumbo a la nada
Precisamente los aeropuertos fueron la cúspide del despilfarro en España. Aeropuertos sin aviones, pero con mucho dinero entre sus paredes. Es el caso de Castellón, una ciudad a menos de una hora de dos aeropuertos diferentes.
Carlos Fabra , presidente de la Diputación de Castellón y actualmente en prisión por tráfico de influencias y cohecho y a la espera de otros juicios por corrupción, se tomó el aeropuerto como algo personal. Tanto es así que mandó construir una enorme estatua de su persona para presidir la pista de aterrizaje por un costo de unos 334,540 dólares. El proyecto, que hasta 2014 había costado 196.68 millones de dólares (casi 28 millones más que los presupuestados según sus auditores) ha supuesto, entre otras cosas, un endeudamiento brutal con la Comunidad Autónoma de Valencia, quien sufragó parte de los gastos. Tarde o temprano esto lo pagarán los castellonenses. Durante años el de Castellón fue un aeropuerto fantasma, ninguna compañía operaba en él. Hubo que esperar más de cuatro años para que la compañía Ryanair dejara a los primeros pasajeros en sus instalaciones. Hoy la explotación del aeropuerto ha quedado en manos privadas y sigue siendo un asunto polémico.
Algo similar pasó con el aeropuerto de Ciudad Real. Nació como el primer aeródromo privado de España y ha terminado por convertirse el set para la grabación de anuncios o películas como “Los amores pasajeros” de Almodóvar. De hecho, en ese film se hacen varios guiños a las desventuras del aeropuerto.
La sociedad que impulsó su creación, Ciudad Real International Airport S.L. pretendía crear una especie de sucursal de Barajas, con conexión de tren de alta velocidad con la capital y atraer a aerolíneas de bajo coste. En 2011, tras dos años de actividad, todas las compañías abandonaron sus operaciones en este lugar, tras solo facturar unos 60,000 pasajeros.
De aquel sueño quijotesco queda una plataforma colgada en el aire esperando siempre su conexión con el tren de alta velocidad, metáfora perfecta de su andadura. La instalación, totalmente abandonada, se está subastando desde hace años, pero nadie la quiere. De los 111.51 millones de dólares que costó puja más humillante ha sido la de 11 mil dólares que ofreció un grupo chino de inversiones.
El capricho de Bilbao
La ruta del despilfarro es larga y nadie se salva de ella. Ni siquiera Bilbao, uno de los ejemplos de reconversión urbana en toda Europa. En los años del ladrillo un chiste decía “ni un río en España sin su puente de Calatrava”. Y Bilbao cayó, como cayeron tantas otras ciudades en todo el mundo.
El Zubizuri –puente blanco en euskera- es conocido en todo Bilbao desde 1997 como “el puente del resbalón”. Y es que en una ciudad húmeda y lluviosa, el conocido arquitecto Santiago Calatrava construyó una instalación con suelo resbaladizo . Además el puente no conectaba directamente con la avenida central que va paralela al río, cosa que los bilbaínos exigieron y por lo que el Ayuntamiento contrató a otro estudio para realizar esa conexión. Calatrava denunció al consistorio bilbaíno en 2007 por derechos morales basándose la Ley de Propiedad Intelectual, y el Ayuntamiento tuvo que indemnizarle con 33,454 dólares, muy lejos de los 3.35 millones de dólares que solicitó originalmente. Posteriormente, además, los técnicos municipales tuvieron que poner una especie de alfombra antideslizante sobre el puente para garantizar la estabilidad de los peatones.
El coste total del puente para los bilbaínos ha sido de 100,363. dólares para su construcción, 334,543 en varias reparaciones y otros 33,454 dólares para indemnizar al polémico arquitecto.
Valencia, el epicentro
Pero sin duda la capital española del despilfarro ha sido la patria chica de Santiago Calatrava: Valencia, donde también ha dejado su sello en varios edificios. Tanto es así que un grupo de vecinos organiza anualmente una ruta por los despropósitos urbanísticos de los últimos años.
La Ciudad de las Artes y las Ciencias, creada por Calatrava, iba a costar en principio 195 millones de dólares pero se convirtieron finalmente en 1,449 millones, cuando se inauguró en 2009. En 2015 técnicos de la empresa que gestiona el recinto denunciaron que los desperfectos, tanto interiores como exteriores –el edificio del ágora llegó a tener goteras- se elevarían hasta los 11.15 millones de dólares.
Del mismo modo, el entonces presidente de la Generalitat valenciana Francisco Camps prometió que la llegada de la Fórmula 1 a Valencia no costaría ni un euro a los ciudadanos, pero solo la construcción de un recinto urbano para acoger la carrera costó casi cien millones de dólares. De los cuatro años que se celebró el Gran Premio de Europa en la ciudad (2008-12) quedan 256 millones de dólares de gasto público y la imputación del expresidente Camps en el caso “Fórmula 1”, por derivar recursos públicos a empresas favorecidas por este político.
Sería demasiado largo enumerar los casos en los que Camps y muchos otros dirigentes valencianos están imputados por corrupción, por el cobro de comisiones y prevaricación. Basta decir que no se salvó ningún sector. La empresa Ciegsa recibió de las arcas públicas 1,115 millones de dólares –con un sobrecoste que doblaba el presupuesto, según las últimas investigaciones- para construir 277 colegios, pero 16 años después más de 60.000 alumnos siguen asistiendo a clases en barracones sin calefacción y sin las mínimas comodidades.
La fiesta terminó en España y de la resaca quedan megaconstrucciones imposibles de mantener, un reguero de casos de corrupción y la pregunta de muchos españoles cuando miran ese sueño megalómano que adorna sus ciudades: “¿De verdad necesitábamos esto?”.
Nota del editor: la oficina de prensa del arquitecto Santiago Calatrava se ó con CityLab para hacer algunas precisiones. Entre ellas, aclararon que la indemnización que recibieron del Ayuntamiento de Bilbao fue donada. Por otra parte explican que "los presupuestos que indica el artículo corresponden al proyecto anterior, la Torre de Telecomunicaciones. Ambos proyectos son muy distintos por lo que no se pueden comparar en términos presupuestarios". Respecto al edificio del Ágora señalaron que es un edificio en construcción.