"La anorexia y la bulimia convirtieron mi cuerpo en un campo de batalla"

Nací en El Salvador. Mi papá vivía en Estados Unidos y nos visitaba a mi mamá y a mí en El Salvador. Cuando tenía 13 años finalmente nos reunimos con él en California, en un hogar cargado de violencia doméstica. Un año después, mis padres se separaron, haciendo más doloroso el choque cultural que yo acababa de experimentar.
Mi bulimia comenzó sin previo aviso cuando tenía 15 años. Era una niña rellenita. No había tenido especial afán por bajar de peso, pero me daba cuenta de que las niñas delgadas y blancas eran las más populares del colegio. Aunque no quería ser como ellas, sí notaba diferencia en el tratamiento: los chicos eran más delicados y atentos con ellas.
Por entonces me gustaban los cereales con leche. Un día no sé qué me dio. Sentí que había comido mucho, me los llevé a mi cuarto, y después de comer los vomité. Y luego volví a hacerlo, una y otra vez. Al principio, me sentía bien. No sabía que lo que estaba haciendo tenía un nombre. Me iba al baño y ponía música para enmascarar el sonido. Inicialmente en casa, pero luego también en otras casas e incluso en restaurantes. En ese momento se encendió la luz de alarma. Me daba cuenta de lo que estaba pasando, pero me sentía gorda y mal. No podía frenar.
Un par de meses después también desarrollé anorexia. Me inspiré en una página de Internet. Empecé a comer cantidades no más grandes que el puño de mi mano. Perdí 15 libras. Me veía gorda al mirarme en el espejo, cuando en realidad estaba bien delgada. Al cabo de unas semanas mi mamá sospechó de mis repetidos viajes al baño, pero su condición de mujer inmigrante, con estudios elementales y de clase trabajadora le impidió buscar ayuda profesional. Además, el apoyo para las latinas como yo era precario; las psicólogas suelen ser blancas y no entienden de dónde venimos.
"Cuanto más delgada, más me miraban"
A pesar de la pérdida de peso no me faltaba energía. Estaba en el equipo de fútbol y cross country, e incluso competí en una carrera con otras escuelas en la que quedé en segundo lugar. Además, me di cuenta de que un grupo finalmente me aceptaba: los varones de mi escuela. Cuanto más delgada, más me miraban, o eso pensaba yo. Modifiqué mi cuerpo para complacer esa mirada, patriarcal y machista, porque desde pequeña me enseñaron a anteponer la necesidades de los demás sobre las mías.
Para la intelectual Becky Wangsgaard Thompson, los trastornos alimenticios tienen su origen en abusos sexuales. En mi caso, un abuso sexual exacerbó ese impulso autodestructivo: fui violada por un compañero de clase. Ocurrió rápida e inesperadamente, cuando las otras chicas del grupo se marcharon y él y yo nos quedamos solos en su casa. Nunca se lo conté a nadie, y a fecha de hoy continúo trabajando para sanar esta herida.
Mi confusión aumentó todavía más cuando vi a un familiar cercano usar cocaína durante tres o cuatro meses. También éxtasis. Al principio solo cuando iba a fiestas, pero con el tiempo comencé a consumirla incluso en la escuela. En esos momentos llegué a considerar probar drogas más fuertes. No sé si mis motivos eran seguir bajando de peso (las drogas que consumía suprimen el hambre) o si era un intento por llamar la atención.
"Una lucha contra la autodestrucción"
Me sentía muy triste y derrotada por cada visita al baño, mi cuerpo se había convertido en un campo de batalla y mi única estrategia de supervivencia era la violencia hacia mí misma. Tuve que tocar fondo para comenzar a ver la luz. A los 16 años conocí a un chico con el que estuve saliendo un año y medio. Cuando terminó la relación caí en una depresión y me tomé un bote entero de pastillas.
Al rato avisé a emergencias y vino a buscarme una ambulancia. Pasé una noche en el hospital y, a partir de ese momento, comencé a recibir ayuda psicológica. La psicóloga, que era latina, no solo me ayudó a entenderme más a mí misma en el contexto de mi experiencia migratoria y familiar, sino que también me ayudó a dejar poco a poco las drogas y a ser más consciente de mi relación con la comida.
A pesar de estas experiencias traumáticas que tanto me hicieron sufrir saqué mis estudios con éxito. Tengo suerte: siempre rendí bien académicamente, incluso en los peores momentos. Con el apoyo de un programa comunitario llamado College Connect obtuve los recursos para aplicar a la universidad. Mi vida estaba a punto de cambiar.
A los pocos meses de iniciar el curso en la Universidad de California en Santa Cruz comencé a implicarme en la Unión Salvadoreña de Estudiantes Universitarios (USEU), un movimiento estudiantil con principios izquierdistas. Eso me permitió reencontrar mi identidad como salvadoreña y sentirme más cómoda en mi propia piel, con mi manera de ser, con mis tradiciones . Ya no estaba sola. También me ayudó a comprender cómo la guerra civil en mi país estaba detrás del alcoholismo y la violencia de mi papá. Yo era, en cierta medida, producto de todo aquello.
Poco a poco, empecé a comprender que si superaba la bulimia y la anorexia estaría dando un paso adelante por la autocomprensión y el amor a mí misma. También me di cuenta de que yo no era el problema. Las raíces del malestar individual y colectivo se encuentran en un sistema que no funciona, en el imperialismo estadounidense, el capitalismo, el racismo o el machismo. La organización popular me ayudó a sanar mis heridas. El apoyo de psicólogas y mi involucramiento en un ambiente universitario también fueron piezas importantes en mi lucha contra la autodestrucción.
Estoy orgullosa de haberme graduado con una licenciatura en psicología. Además, lo hice sin préstamos financieros ya que recibí 18 becas que me ayudaron a pagar mis estudios y carrera investigadora. Ahora, a los 22 años, estoy estudiando una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Texas en Austin, el programa número uno en toda la nación .
Creo que he encontrado mi lugar en el mundo, aunque las secuelas de la baja autoestima no están del todo superadas. Trato de mantener mi dieta, me cuido, hago ejercicio para mantener a raya el estrés y cuando subo de peso regulo mi comida y también mis pensamientos.
Cuando sufres esto, crees que es imposible parar. Pero no es cierto. Lo que quisiera decirles a las personas que atraviesan este calvario es que son bellas tal y como son. Busquen una psicóloga, y si no funciona busquen otra. Escriban mucho en un diario cómo se sienten. Eso me ayudó. Han pasado siete años desde que finalicé esa relación tóxica con la comida, y hoy creo que voy a superarlo completamente.
Si padeces bulimia o anorexia busca ayuda. a de inmediato con la Asociación Nacional de Desórdenes Alimenticios o llama al teléfono: 1-800- 931-2237