Un mes de trabajo no alcanza para 1 kilo de queso: la hiperinflación pulveriza el salario en Venezuela
CARACAS, Venezuela.- El huracán de la hiperinflación avanzó con furia durante los últimos seis meses y convirtió a Venezuela en una sociedad donde los trabajadores ya no viven del salario. El sueldo mínimo, que actúa como base de la pirámide, tiene una capacidad de compra ridículamente baja tras el incesante incremento de los precios a tal punto que el pago por un mes de trabajo no alcanza para comprar un kilo de queso.
“Yo trabajo seis horas diarias de lunes a viernes y gano sueldo mínimo. Contando los tickets de alimentación, me pagan 5 millones 196 mil bolívares al mes y un kilo de queso blanco está costando 7 millones”, dice con resignación Gustavo Martínez, que viste unos jeans muy gastados y zapatos en las últimas condiciones, y atiende el estacionamiento de un supermercado en Chuao, una urbanización clase media de Caracas.
“Tengo tres hijos pequeños, mi esposa no trabaja porque tiene que cuidarlos, no hay dónde dejarlos, el mayor tiene 10 años y la menor cuatro meses. La cosa está ruda y dura, prácticamente no tenemos cómo vestirnos y mucho menos pagar una medicina. Yo también trabajo por las propinas, como tengo cinco años aquí la gente me conoce y hasta me han regalado compotas para la bebé”, añade.
Pero a pesar de la evaporación del salario millones de familias como la de Gustavo Martínez subsisten y colocan algo de comida sobre la mesa. Luis Vicente León, director de Datanálisis una de las principales encuestadoras del país, explica que un estudio con datos al cierre de mayo determina que 60% de los venezolanos sobrevive a la hiperinflación gracias a los mecanismos que ha diseñado la istración de Nicolás Maduro para apaciguar la pobreza.
Los recursos fluyen a través de la venta de cajas de comida a precios subsidiados por medio de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP).
Por su última caja Gustavo Martínez pagó 36,000 bolívares y recibió dos kilos de pasta, tres kilos de arroz, dos latas de atún, medio kilo de caraotas, dos kilos de lentejas, un litro de aceite, un kilo de leche en polvo, un kilo de azúcar, tres kilos de harina de maíz, una salsa de tomate y una mayonesa. Para comprar estos productos a precios de mercado hubiese necesitado 20 salarios mínimos. Por eso Gustavo Martínez no duda en explicar que “con eso y los bonos es que uno se resuelve”.
Por los bonos se refiere a que para complementar las cajas de comida el gobierno les deposita todos los meses a seis millones de familias una cantidad mensual que varía de acuerdo al número de integrantes y además, están los desembolsos únicos por motivos como el Día de la Independencia o la celebración del nacimiento del prócer de la Independencia Simón Bolívar.
“En julio va el depósito del Bono Independencia y para el 24 de julio el Bono Niño Simón para la familia venezolana, para seguirla respaldando intensamente, amorosamente, además de que los seis millones de hogares protegidos tienen su tabla de apoyo, de protección de acuerdo al número de integrantes de la familia, es una creación maravillosa”, anunció complacido Nicolás Maduro a principios de mes.
El Bono Niño Simón que comenzó a depositarse el 24 de julio equivale a tres salarios mínimos. Jonathan González quien trabaja en una bomba de gasolina dice: “ Es algo loco, en un día te pagan lo que ganas en tres meses trabajando, pero menos mal, ojalá me sigan cayendo todos los bonos”.
Ante la pregunta de cuál es la consecuencia de que se haya roto la relación entre el trabajo y el salario, Luis Vicente León responde: “Lo que estamos viendo es que 60% de la población depende de un mecanismo de control social. Si tu estás en un barrio y subsistes gracias a una caja de comida que no puedes pagar con tu ingreso se crea una relación de dependencia con el partido de gobierno que controla el reparto. No hace falta que te digan nada, eso está presente”.
Asdrúbal Oliveros, director de la firma Ecoanalítica, afirma que “lamentablemente en Venezuela se está destruyendo la economía de mercado, eso es típico de sistemas comunistas, totalitarios; por ejemplo, en Cuba la gente trabaja pero tiene una total dependencia del Estado”.
También existen los que no tienen ningún tipo de escudo, a quienes no han llegado los bonos ni las cajas de comida y se encuentran sumergidos en la pobreza crítica, hurgando las bolsas de basura en busca de algo que comer. De acuerdo con Datanálisis en este estrato se ubica 14% de la población total del país.
Bendito dólar
La moneda ha sufrido una devaluación brutal y un dólar en Venezuela rinde mucho más que en el exterior; por lo tanto, l a capa de la sociedad que tiene familiares en otros países complementa con remesas la exigua capacidad de compra del salario y de esta forma consume más alimentos, cubre gastos de salud y satisface de mejor manera las necesidades básicas.
Luis Vicente León indica que “estamos hablando de 9% de la población que recibe en promedio 60 dólares mensuales. Lo típico en el resto de los países de Latinoamérica es que esta cifra supere los 100 dólares, por eso pensaría que va a aumentar. Las remesas no permiten un consumo de lujo, pero en promedio el ingreso es tres veces superior a la media de quienes dependen en extremo del Estado. Un aspecto a considerar es que existen familias de este estrato que también obtienen bonos o compran cajas de comida a precios subsidiados, con lo que su ingreso es aún mayor”.
Carolina Pérez vive con su hijo de ocho años y su madre en Artigas, un barrio de familias de bajo ingreso en Caracas: “Soy cocinera en un restaurante y gano tres salarios mínimos, eso no alcanza para nada, pero mi hermano está trabajando en Colombia y nos manda dinero todos los meses, con eso compro la medicina de mi mamá que sufre de la tensión y tenemos para que el niño vaya a la escuela, ahora en agosto hay que comprarle los cuadernos”.
El ingreso de dólares también es crucial para la clase media y alta. De acuerdo con el estudio de Datanálisis 11% de los venezolanos ahorró y depositó divisas en bancos del exterior durante distintas épocas en las que el aumento de los precios del petróleo se tradujo en prosperidad y riqueza.
Además, existe un 6% de la población que realiza trabajos remunerados en dólares. En esta categoría hay distintos segmentos, existen familias con grandes sumas de divisas en el exterior y cada mes venden en el mercado paralelo de dólares la cantidad que les garantiza mantener sus elevados hábitos de consumo y otros con recursos menos cuantiosos que observan con temor cómo se reduce la cuenta con la que pensaban jubilarse.
“Yo soy arquitecto y mi esposo ingeniero, obviamente la inflación hizo trizas nuestro ingreso en bolívares, pero todos los meses vendemos dólares en el mercado paralelo, gracias a eso nuestros dos hijos continúan estudiando en un buen colegio privado y no hemos tenido que recortar de una manera drástica nuestro estilo de vida, todavía vamos a restaurantes y a la playa los fines de semana pero nos estamos comiendo los ahorros. Tenemos cincuenta años, estamos gastando el dinero que teníamos como una especie de fondo de retiro”, dice Patricia Guzmán.
Imprimir billetes para cubrir el gasto público
La bancarrota y la hiperinflación venezolana son una historia bastante simple. El petróleo provee 96 de cada cien dólares que ingresan al país y tras no ahorrar durante los años en que el barril se cotizó a niveles récord, endeudarse masivamente y gastar buena parte de los recursos en proyectos que no son capaces de exportar, la "revolución bolivariana" se quedó sin suficientes dólares y optó por recortar drásticamente la venta de divisas, dejando a las empresas con pocos insumos y materia prima para producir.
La caída de la producción hundió la recaudación de impuestos, por lo tanto el gobierno recurre al Banco Central que crea nuevos bolívares a un ritmo frenético para que la istración de Nicolás Maduro cumpla con el gasto que promete. El resultado es más dinero detrás de muy pocos productos, una combinación que incesantemente dispara los precios.
Ante la aceleración de la inflación, Nicolás Maduro eleva continuamente el monto de los bonos y del subsidio que entrega a través de las cajas de comida, generando una espiral de miseria: el Banco Central fabrica dinero para que el gobierno gaste. Esta inyección de dinero dispara los precios porque hay muy pocos productos para comprar. Al poco tiempo el presidente reparte bonos por montos superiores y entonces los precios aumentan con mayor intensidad y así sucesivamente, sin pausa.
Asdrúbal Oliveros explica que “es un círculo vicioso donde la velocidad con la que aumentan los precios cada vez es mayor y el dinero que crea el gobierno rinde menos, por eso la hiperinflación llega a un punto explosivo, un colapso que hace que se decante en algo. Aquí no es fácil saber en qué se va a decantar porque es un gobierno no democrático, en condiciones normales Nicolás Maduro ya hubiese salido del poder”.
La protesta
De acuerdo con la medición que realiza la Asamblea Nacional, en junio los precios aumentaron en promedio 128%, en los últimos seis meses acumulan un alza de 4.684% y las proyecciones del Fondo Monetario Internacional señalan que de continuar por esta senda, la inflación de 2018 será de un millón por ciento.
La intensidad del aumento en los precios ha comenzado a generar protestas en sectores que no se resignan al empobrecimiento y exigen mejoras salariales. Las enfermeras que laboran en la red de hospitales públicos tienen un mes en huelga, los profesores universitarios paralizaron sus actividades por 24 horas el pasado 26 de julio y los trabajadores del sector eléctrico han amenazado con una huelga indefinida.
Ana Rosario, presidenta del Colegio de Enfermeras de Caracas, explica que “queremos que el salario alcance para cubrir todas las necesidades básicas. Trabajamos seis horas en el día y doce horas en la noche, atendemos entre 40 y 50 pacientes porque muchas enfermeras se han ido del país en búsqueda de mejores condiciones de vida en el exterior, los hospitales se están quedando solos”.
El politólogo John Magdaleno considera que “la protesta puede dificultar la gobernabilidad, aparte de que si escala le plantearía al gobierno el dilema de hasta dónde reprimirla, pero la historia de los países que han tenido transiciones hacia la democracia nos dice que la protesta, si bien es una variable que interviene, no fue el único detonante del proceso”.
Un estudio elaborado en enero de este año por Miguel Ángel Santos y Douglas Barrios, investigadores del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, señala que no existe una asociación directa entre los casos de hiperinflación y las transiciones políticas.
La métrica más utilizada para definir una hiperinflación es la que en 1956 estableció Philip Cagan: un país sufre hiperinflación cuando la inflación alcanza 50% en un mes y culmina cuando en un período de doce meses no ha habido otro mes de 50%. Miguel Ángel Santos explica que “desde 1950 ha habido 37 casos de países con hiperinflación, de acuerdo con la definición de Philip Cagan y al analizar qué había ocurrido tres años después de finalizada la hiperinflación, en el 65% de estos episodios no hubo una variación significativa hacia una mayor o menor democracia”.