¿Qué es el fascismo y por qué esta palabra está tan de moda hoy?
Nadie quiere estar en las cercanías ideológicas de Hitler y Mussolini, los villanos arquetípicos de la historia política.
De modo que en este mundo capitalista en el que el liberalismo democrático se alza como el ideal político, «fascista» es un término que siempre se utiliza para definir —agraviar— a un oponente, pero nunca se ite como propio.
Surgido tras la Primera Guerra Mundial y asociado a los regímenes que emergieron en Italia (el fascismo propiamente dicho) y Alemania (el nazismo), en el lenguaje político el fascismo se ha convertido en el término despectivo por excelencia.
Todos entendemos lo que es el fascismo
Es probablemente este mismo fenómeno lo que permite establecer, al menos, una definición a grandes rasgos de lo que es el fascismo.
Nadie quiere estar asociado a él porque en una definición más o menos general y popularizada se identifica con la más clásica y extrema tiranía política, con lo antidemocrático, totalitario y dictatorial, con la violencia política y el terrorismo de Estado, con el chauvinismo y el racismo.
También se suele ubicar a la extrema derecha del espectro político, por su oposición al marxismo, al anarquismo y al liberalismo
Es por esto que comúnmente no se suele incluir, por ejemplo, a Joseph Stalin y su régimen soviético dentro del fascismo, pese a que cumple con muchas de las características tiránicas mencionadas (aunque sí se ha hablado del «Fascismo rojo» para definir al estalinismo y el maoísmo, y también de fascismo de izquierda, término inspirado en la teoría de la herradura –los extremos se acercan–).
El problema surge cuando en el afán de demonizar a un oponente, se utiliza el término fascista de manera mucho más amplia y general.
El fascismo está tan presente en el lenguaje político que, irónicamente, define muy poco.
Aunque por otra parte, es un término esencial y necesario, para definir precisamente candidatos y posturas de esas características mencionadas, y así ha quedado claro especialmente en los últimos tiempos.
¿Una definición clara de fascismo?
El problema de una definición precisa de fascismo es uno de los más extendidos en la historia política, y ya preocupaba al famoso escritor George Orwell en 1944, sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Orwell notó que si se le pedía a cualquiera que definiera fascismo esta persona iba a señalar los regímenes de Alemania e Italia, pero consideró que esta definición sería muy poco satisfactoria, porque incluso estos dos grandes estados fascistas tenían entre sí algunas diferencias ideológicas y estructurales muy importantes (el antisemitismo, por ejemplo).
Con mucha más razón esto se aplicaba para las diferencias entre Alemania y Japón, el tercer vértice de las Potencias del Eje, y mucho más si se comienza a pensar en otros sistemas dictatoriales considerados fascistas de acuerdo a la definición general.
Orwell incluso menciona a alguna de las dictaduras sudamericanas, pese a que cuando escribió su ensayo todavía faltaban algunas décadas para las más feroces dictaduras militares que asolaron el continente, movidas principalmente por una ideología anticomunista, y respaldadas por los Estados Unidos (la «Operación Cóndor»).
Orwell entonces hizo una pequeña lista de grupos políticos que, en ese entonces, en 1944, habían sido considerados fascistas (o con tendencia) o simpatizantes del fascismo. Menciona a los conservadores, a los socialistas, a los comunistas, a los trotskistas, a los católicos, a los nacionalistas y a los que apoyaban la guerra.
Finalmente aseguró que una de las razones por las que no se podía tener una definición general y precisa de fascismo era porque muchos de estos grupos no estaban dispuestos a itir ciertos rasgos de su ideología.
«Lo único que podemos hacer por el momento» consideró Orwell, «es utilizar la palabra con un cierto grado de introspección y no, como se hace habitualmente, degradarla al nivel de mero insulto».
Evidentemente, nadie le hizo caso.
Los rasgos del fascismo
Aunque ha definido a movimientos de todo el espectro político, de izquierda y de derecha, y después como agravio a cualquier opositor, hay una serie de rasgos que pueden considerarse propios del sistema o de la ideología fascista:
Nacionalismo extremo
Según el politólogo Roger Griffin, un aspecto fundacional del fascismo es el ultranacionalismo combinado con el mito del resurgimiento nacional.
Los problemas económicos y políticos se resolverán a través de un nuevo nacimiento de la nación (ese es el título de la famosa película racista de D.W. Grifith que revolucionó el cine) al que se llega exaltando el patriotismo y promoviendo un culto a la unidad, la fuerza y la pureza de esta nación.
Totalitarismo
El fascismo promueve la creación de un estado totalitario, con un solo partido, fuera del cual no pueden existir valores morales, humanos o espirituales.
Carl Schmitt, teórico político nazi, dijo alguna vez que se debe evitar «el desastroso pluralismo que lo único que hace es separar al pueblo alemán».
El totalitarismo incluye también un fuerte componente de adoctrinamiento a través de propaganda, ejercida a través del sistema educativo y de los medios de comunicación.
Autarquía
La mayoría de los regímenes fascistas se presentan económicamente como una tercera alternativa al libre mercado capitalista y al socialismo, y abogan por un sistema que está a mitad de camino entre los dos y se suele llamar autarquía, o economía autosuficiente. Se suele establecer como un tipo de capitalismo productivo pero a veces con referencias al socialismo a través de la solidaridad y unidad nacional (cabe recordar que el nazismo originalmente se conocía como nacional-socialismo).
Violencia política
El fascismo defiende el uso de la llamada acción directa, que no es otra cosa que el uso de la violencia política como medida necesaria para cumplir con sus fines y objetivos. Es por esto que los regímenes y partidos fascistas suelen tener sus propias milicias.
Este aspecto del fascismo proviene de una interpretación social del Darwinismo, que considera que las naciones deben liberarse de los más débiles o de las personas degeneradas (de aquí surge el odio y la persecución a las minorías y el racismo) para favorecer un pueblo más fuerte y puro.
El fascismo moderno
El mundo y los expertos políticos todavía están intentando interpretar y explicar fenómenos como el Brexit y Donald Trump, pero lo cierto es que han vuelto a poner cierto relieve a la alusión al fascismo en el debate político, alejándola un poco de su tradicional y poco significativo uso como «mero insulto».
También, más recientemente, el caso de Brasil, con Jair Bolsonaro, uno de los políticos con el discurso más confrontacional, violento y extremo de la democracia moderna.
El ultranacionalismo, la xenofobia, el odio a las minorías, el descreimiento de la política —es decir de la democracia—, las prácticas o posturas plenamente antidemocráticas (ataques a la prensa, defensa de la violencia institucional), el racismo... todo eso está presente en estos fenómenos y en otros que se observan en diferentes partes del mundo.
Y ciertamente nos hace pensar que quizá se estaba abusando de la definición de fascista.
Estos son fenómenos surgidos en el seno de la democracia liberal y que se manifiestan electoralmente, asociados a la derecha del espectro político, pero todos ellos contienen una carga ideológica que se acerca a esos grandes rasgos fascistas elementales y tradicionales.
En algunos casos se ha utilizado el término post-fascismo para definir a ciertos partidos políticos de extrema derecha —que han emergido especialmente en Europa— de tendencias fascistas pero que surgen y crecen dentro del sistema político constitucional y electoral.
La palabra fascista fue abusada y sobreutilizada en el debate político y ahora nos vemos en una encrucijada: nos quedamos sin palabras para definir a esa parte de la población que, descreída de la política y de una u otra forma desplazada por el capitalismo, votan a fascistas privilegiados por el capitalismo y el sistema político que desprecian.
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