Soy el muro de Trump

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Soy el muro del Señor Donald Trump, una colosal construcción de más de 2,000 millas de largo que separa a México, tierra de bárbaros, de la nación más poderosa del mundo. ¿Mi objetivo? Proteger a la gran Unión Americana de tanto Bad Hombre y Nasty Women que suelen colarse por aquí. Aclaro: no existo todavía; soy producto de la imaginación de un lunático, pero en mi nombre se han producido ya múltiples altercados; sin mencionar los ríos de tinta en los periódicos y las horas vertidas en los noticieros.
Yo soy el responsable de que muchos de ustedes hayan votado por mi creador, mi Frankenstein, y es que aun cuando todavía no me materializo, la mera posibilidad de erigirme ahí, monumental, en la frontera sur, llenó de esperanzas a muchísima gente, sobre todo a aquellos que viven convencidos de que los mexicanos solo vienen hasta acá a quitarle la chamba a sus conciudadanos y, ya entrados en gastos, a violarlos, robarlos y narcotizarlos.
Tengo ya un buen tiempo en la conciencia colectiva, pero nunca antes estuve tan cerca de ser real. Puedo incluso ponerle fecha exacta a mi salto definitivo a la fama: fue el martes 16 de junio de 2015, cuando mi creador habló públicamente, por primera vez, sobre mi inminente debut. No sólo sería yo una realidad muy pronto, sino que seria enorme. Sí, E-N-O-R-M-E (Huuuuuge!) y bueno, déjenme sonrojarme un poco, porque ¿a quién no le gusta que le digan enorme?
No tengo un ladrillo siquiera, pero ya fui objeto de acaloradas discusiones en público y en privado. Mi poderío es tal, que durante los eventos de campaña del candidato republicano, hombres y mujeres muy blancos -- y muy enojados -- se quedaban sin voz gritando a los cuatro vientos y clamando por mi presencia: Build the wall! Build the wall!
¿A quién le paso la cuenta?
Y eso no es todo. Además de poner a unos en contra de otros y servir como trampolín a la presidencia, también sirvo para un montón de otras cosas. Los mexicanos no se cansan de burlarse de mí y ya me agarraron de su puerquito; las cerveceras me encontraron un buen uso para promover sus productos y hasta un jefe de estado me tomó tan en serio, que se vio obligado a aclarar que ni él ni sus conciudadanos pagarían por mí. Esto último realmente me preocupa, porque si no son los Bad Hombres de “allá abajo”, ¿quién se supone que debe pagar para que yo exista? Habría que empezar a pensar en algo, porque esto es ya como cuando llega la cuenta y todo mundo se hace pato.
En mis noches de insomnio (porque a los muros nos da insomnio, no se crean) me imagino a mí mismo como una pared gigantesca con alma de acero y caparazón de ladrillo, coronado por kilómetros y kilómetros de alambre de púas y tan alto que casi araño el cielo. Pero luego me da miedo que se cumpla aquello de que tal vez no seré como muchos imaginan; que seré apenas una barda simplona o -- peor aún -- un alambrado cualquiera. O sea, como se dice coloquialmente, es probable que me hagan de chivo los tamales y después de tanta alharaca, pues como que no se vale.
Mi único consuelo es que incluso si nunca llego a existir, ya puedo presumir de tener más poder del que muchos imaginan, y es que ya logré al menos mi objetivo primordial: Dividir. OK, tal vez no a México de EE.UU. (todavía), pero sí a una gran parte del país con la otra; de quienes me detestan y están convencidos de que no serviré para nada con aquellos que piden a gritos mi existencia, porque soy imprescindible.
A estas alturas, no tengo idea de lo que me depara el futuro cercano, pero si algún día llego a materializarme, sólo pido me den el trato preferencial que han recibido otros de mi calaña (el Muro de Berlín, la Gran Muralla China, etc.): Quiero algún día ser apenas una mera atracción turística. O, ¿qué mejor?, quedarme para siempre en la imaginación de un lunático y a la espera de tiempos mejores.
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