No sé de qué color soy

Hace unos ocho años, cuando un grupo de periodistas hispanos, asiáticos, nativos americanos y afroestadounidenses se dieron cita en Chicago para participar en una conferencia organizada por UNITY: Journalists for Diversity, un editor mexicano me ó para preguntarme si pensaba asistir y si me interesaba cubrir la conferencia para su revista. Por supuesto que le dije que sí. Después de todo, yo pertenecía a la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ) y la conferencia era importante, porque unía en un solo lugar a profesionales hispanos, afroamericanos, asiáticos y nativos americanos en pro de la diversidad.
Luego de leer los pormenores de tan importante asamblea, el editor en cuestión me hizo una pregunta que hasta la fecha no he podido responder con certeza: “Aquí el temario dice que esto es para periodistas de color", me escribió muy intrigado. “¿De qué color estamos hablando?”.
¡Qué buena pregunta! … Y tan pronto la leí, me di cuenta que no podía darle una respuesta inmediata; al menos una que fuera satisfactoria para un editor mexicano, sentado en un escritorio muy lejos de Nueva York y esperando una respuesta más o menos coherente de mi parte. En cuestión de segundos me di cuenta también -- con horror -- de que después de años viviendo en este país, ya no me causaba shock ni me incomodaba el concepto de ser una “persona de color”.
De colores
La lógica era (supuestamente) simple. En Estados Unidos, si no eres blanco (de raza caucásica, supongo) terminas en el cajón de las “personas de color” ( colored people, people of color, journalists of color), que es a donde vamos a parar los latinos, negros, asiáticos y nativos americanos. Pero eso también suena raro, porque conozco a muchos hispanos que son más “blancos” que Christina Aguilera; a afrodescendientes que tienen un tono de piel mucho más claro que el mío después de cuatro días en la playa y a asiáticos que son más “blancos” que muchos caucásicos juntos.
Pero entonces… ¿sería que el color (de la piel) realmente no tenía que ver con esta categoría?
Pensándolo bien, el concepto es tramposo, porque si nos basamos puramente en el “color de la piel”, resulta que soy una mexicana blanca descolorida: mi padre es blanco (de padre español), de cabello castaño y ojos color almendra; mi mamá es bisnieta de inmigrantes ses, güeritos oji-azul que llegaron a Jalisco, México, hace chorrocientos años y apuesto a que hay más de un indio dándole “color” a mi árbol genealógico.
Entonces: ¿de qué color soy exactamente?
Si pudieran verme en este preciso instante, pensarían que soy de “color” tostado, porque acabo de pasar dos semanas tirada en la playa del Mar Egeo. Pero ¿de qué color voy a ser cuando el gélido invierno neoyorquino acabe con mi “morochidad”?
Han pasado ya muchos años desde aquel intercambio con ese editor mexicano, pero creo que ahora, si llegara a hacerme la misma pregunta, le respondería -- sin titubear -- que la respuesta es simple: que acá, en el gabacho, una “persona de color” es como se le conoce a toda persona que no es blanca.
Pero, momento… ¿qué no el blanco también es un color?
¡Ay, caramba!
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.
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